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El malo del paseo

Saddam Hussein, el líder de Irak, ha sido desde asesino y dictador hasta aliado de Estados Unidos. Esta es la historia del hombre que obsesiona a George W. Bush.

10 de marzo de 2003

Washington considera la sola presencia de Saddam Hussein en el poder en Irak una amenaza a la seguridad mundial y a lo largo de las discusiones sobre la intervención militar siempre ha hecho énfasis en que se trata de un tirano despiadado, a tal punto que George W. Bush dice que "Saddam es el mal".

Que hoy por hoy Hussein sea un peligro mundial es muy debatible. Sus ejércitos fueron casi aplastados en la Guerra del Golfo sin que pudieran destruir un solo tanque o avión norteamericano. Desde entonces Irak paga cuantiosas indemnizaciones y está sujeto a un bloqueo comercial y petrolero. Por ello es imposible que haya podido volver a equiparse, ni mucho menos que pueda ser amenaza siquiera para sus vecinos. Pero más allá de la validez o no de las razones de Estados Unidos para ir a la guerra, en cuanto a la escasa calidad humana del presidente iraquí nadie tiene dudas. Saddam tiene un oscuro pasado y no le ha temblado la mano para asesinar con tal de mantenerse en el poder.

La vida de Hussein es una historia de ascenso social que difícilmente podría repetirse, un niño que nació en una aldea miserable y, a base de intrigas y crímenes, se convirtió en el hombre fuerte de Irak y en la obsesión del país más poderoso del planeta.

En Al?Uja, a orillas del Tigris, no había escuelas y sus habitantes tenían fama de ladrones y conflictivos. El mismo Saddam era analfabeta hasta los 10 años e iba camino a convertirse en un ladronzuelo hasta que se fue a vivir con su tío, Jairallah Tulfah, que acababa de salir de la prisión después de cinco años.

Jairallah era un militar pronazi que detestaba a los británicos, que habían ejercido durante años un colonialismo encubierto mediante la monarquía iraquí. Su arresto se debía a que apoyó una revuelta antibritánica durante la Segunda Guerra Mundial, y eso despertaba la admiración del joven Saddam. Bajo su influencia creció en Tikrit, donde vivió hasta 1955, cuando se trasladó a Bagdad. Ahí conoció a Ahmad Hassan al?Bakr, su mentor, quien lo vinculó al entonces joven partido político Baas.

El Baas es un movimiento nacionalista panárabe creado en Siria en los 40. Se trata de un partido laico y radical que pretende crear un Estado árabe unido que elimine las arbitrarias fronteras imperiales, impuestas tras la Primera Guerra Mundial, y consiga una mejor distribución de la riqueza petrolera.

El partido apoyó el golpe de Estado que derrocó la monarquía en 1958 con la condición de unirse al modelo de Estado Arabe Unido que promovía el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. Pero parecía claro que el nuevo presidente Abdul Karim Qassem no estaba dispuesto a cumplir su promesa, así que el Baas planeó asesinarlo en 1959. Hussein, que para ese entonces ya había estado seis meses en prisión por el asesinato de un comunista, se mostró entusiasmado de asumir la misión.

El complot fracasó y Saddam se tuvo que exiliar durante tres años y medio, primero en Damasco y después en El Cairo, en ese momento capital del nacionalismo panárabe. Allí, además de estudiar la vida y obra del dictador ruso Josef Stalin, visitó frecuentemente la embajada estadounidense, y comenzaron los rumores de que fue espía de la CIA.

Qassem cayó en un golpe militar orquestado por la CIA en 1963 y Saddam y otros exiliados regresaron a Irak. Por un breve período el Baas hizo parte del gobierno pero fuertes disputas internas lo dejaron por fuera.

La implicación de Saddam en un complot para asesinar al nuevo presidente, Abdul Salam Arif, lo llevó de nuevo a prisión. Después de dos años se fugó, vivió en la clandestinidad y comenzó con la costumbre, que hoy conserva, de dormir en un sitio diferente cada noche. La gran diferencia es que en ese entonces lo hacía en casas humildes y hoy lo hace en sus 12 palacios.

El Baas subió al poder en 1968, tras un golpe incruento. Implantó un sistema de partido único bajo el mando de Bakr, el mentor de Saddam, mientras el pupilo quedaba con la seguridad nacional bajo su cargo. Fue desde esa posición que Saddam comenzó a eliminar a quien se le atravesara en sus planes. Tal como afirma Con Coughlin, autor de La vida secreta de Saddam Hussein, escribir su biografía "es como intentar reunir pruebas para un juicio contra un gángster. La mayoría de los testigos han sido asesinados o tienen miedo".

Con la excusa de encontrar espías sionistas Hussein inició sus purgas tipo estalinista. Algunas se dirigían a los opositores, pero otras tenían como fin eliminar a cualquiera que representara una amenaza. El método de conseguir, mediante torturas, falsas confesiones, se convirtió en su sello característico.

Ya desde el comienzo de los 70 se hizo evidente que quien mandaba realmente era Hussein. Los iraquíes vivían en la prosperidad gracias a la nacionalización de la industria petrolera. Ese dinero le permitió al gobierno costear la modernización y mejorar las condiciones de vida. La educación y la salud eran gratuitas, la electricidad llegó a los pueblos más remotos y fue el primer país de Oriente Medio donde se promovió la emancipación de las mujeres. Los observadores extranjeros miraban a Irak como una de las historias exitosas del Tercer Mundo y era el primer Estado de bienestar del mundo árabe.

Pero ese mismo dinero fue el que permitió a Irak comenzar a desarrollar su tecnología bélica para convertirse en el primer país árabe en conseguir la bomba atómica, pero fracasó. No ocurrió igual con las armas químicas, que Bagdad desarrolló con éxito y que Saddam usó sin remordimientos.

Después de subir formalmente al poder en 1979, Saddam dio rienda suelta a un culto a la personalidad que se plasmó en miles de retratos, estatuas, poemas y canciones que inundaron el país.

En 1980 Teherán amenazaba con extender a Irak la revolución islámica iraní. Con esa excusa y con el abierto apoyo de Estados Unidos Hussein inició la guerra, que pretendía ser relámpago, con el fin declarado de conseguir un tratado favorable para ampliar la salida iraquí al golfo Pérsico. Pero era el enfrentamiento entre dos líderes que se odiaban, el ayatola Ruholá Jomeini con su fanatismo religioso y el progresista y laico Hussein. El enfrentamiento duró ocho años y dejó un millón de muertos. Irak lo comenzó como uno de los países más ricos del mundo y la terminó declarándose vencedor pero en bancarrota.

Fue entonces cuando Hussein usó armas químicas. Uno de esos ataques fue contra los kurdos que habitan su propio país. Ante el temor de un levantamiento de esa etnia, en marzo de 1988 aviones iraquíes atacaron con gases la aldea de Halabja. Murieron 5.000 personas y cerca de 10.000 resultaron heridas.

En 1990 Hussein, viejo aliado de Washington, pensó que éste no reaccionaría ante su invasión de Kuwait, antigua provincia iraquí. Pero su cálculo fue errado y su ejército fue humillado por Estados Unidos y sus aliados en la Guerra del Golfo, que él mismo calificó como "la madre de todas las batallas".

Al ser Hussein de origen sunita, una minoría en un país dominado por los shiítas en el sur y los kurdos en el norte, Estados Unidos decidió no darle el golpe de gracia tras la guerra por temor a que el vacío de poder desencadenara guerras separatistas que desestabilizaran el área.

En los últimos años Hussein no ha dominado su temperamento y ha continuado con sus brutales purgas, de las que no se han salvado ni siquiera sus más cercanos. El mejor ejemplo es el de sus yernos, los hermanos Hussein Kamel y Saddam Kamel Al-Majid, casados con sus hijas Raghda y Rana. En 1995 desertaron a Jordania, desde donde trataron de convocar a la oposición para reemplazar a Hussein. En 1996 regresaron después de que éste les prometió garantías. Tres días después de su regreso se anunciaron los divorcios de las hijas de Saddam y la muerte 'misteriosa' de sus maridos.

Según Estados Unidos, Hussein no ha renunciado a sus programas de armas químicas y biológicas, aunque las evidencias muestran que su ejército y armamento han sido seriamente debilitados. Hoy es un tigre de papel que trata por todos los medios de complacer a Occidente para que no lo ataquen. Pero, por lo visto, sus días están contados. n