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Eduardo Montealegre felicitó a Ortega inmediantamente supo de su victoria. El líder sandinista prometió, en su primer discurso, eliminar la pobreza

Nicaragua

El resucitado

Daniel Ortega logró recuperar la presidencia de su país. Ahora debe desarmar la desconfianza de Washington sin perder el apoyo de Caracas.

11 de noviembre de 2006

Daniel Ortega cobró su revancha. Después de 16 años y dos intentos fallidos, el ex guerrillero sandinista consiguió su resurrección política en Nicaragua y, tras su victoria en las urnas, reemplazará a una derecha debilitada que incumplió su promesa de solucionar con recetas neoliberales la pobreza que afecta al 80 por ciento de la población.

Ortega fue presidente de Nicaragua durante la década de 1980, tras la revolución sandinista que derrocó al dictador Anastasio Somoza. Pero genera tanto apoyo como recelo, pues carga con la sombra de la guerra civil que provocó más de 30.000 muertos y una profunda crisis económica.

Aunque el Frente Sandinista de Liberación Nacional (Fsln) nunca fue un partido único al estilo soviético, e incluso entregó el poder al perder las elecciones frente a Violeta Chamorro en 1990, sus vínculos con la Urss y Cuba lo pusieron en la mira del gobierno estadounidense de Ronald Reagan. Después de ser derrotado, Ortega intentó retomar el mando nacional en dos ocasiones, pero no consiguió el 45 por ciento indispensable para ser elegido. Tras la mala racha, el Fsln trató por todos los medios de proyectar una nueva imagen, que lo separara de la ideología revolucionaria de izquierda que antaño encarnó Daniel Ortega. En la campaña se hicieron llamar el partido del amor y dejaron atrás los colores negro y rojo, para teñirse d e rosado. El mismo Ortega asegura haber reformado su carácter.

Aunque muchos atribuyen el triunfo al cambio de imagen del sandinismo, hay quienes creen que este es más bien fruto de las maniobras políticas de Ortega. Para poder alcanzar de nuevo el poder, pactó con sus contradictores del pasado, como el corrupto ex presidente Arnoldo Alemán y colaboradores de este como el vicepresidente Jaime Morales Carazo, además de ex somocistas, ex liberales y hasta el conservador cardenal Miguel Obando.

Pactar con el diablo le permitió a Ortega manejar al Congreso, al eliminar las fuerzas políticas que podían restarle fuerza a su candidatura. Con el apoyo de la derecha somocista, Ortega logró que el Congreso aprobara una modificación en la Ley Electoral, para que sólo fuera necesario el 35 por ciento de los votos para llegar a la presidencia y evitar la segunda vuelta. Ortega obtuvo el 38 por ciento y 9 puntos de ventaja sobre Eduardo Montealegre, el candidato apoyado por Washington.

El Presidente electo de Nicaragua está aprovechando su nueva oportunidad para desmitificar su pasado revolucionario. Su acercamiento a la Iglesia católica mediante el cardenal Obando así lo demuestra y en su intento por crear buenas relaciones con la masa conservadora ha apoyado la suspensión del aborto terapéutico que se practicaba en Nicaragua desde hace un siglo, estrategia que ha logrado el guiño de quienes antaño provocaron su salida del poder.

La elección de Ortega revivió viejos recuerdos de la Guerra Fría con el enfrentamiento entre dos bloques ideológicos: el de la administración norteamericana de George W. Bush y el 'socialismo del siglo XXI', preconizado por Hugo Chávez y Fidel Castro, quien apoyó a Ortega en la revolución de los 80. A pesar de la desconfianza de Washington, Ortega no será un enemigo del libre mercado, pues Nicaragua necesita de los inversionistas estadounidenses, y seguramente tendrá un perfil moderado similar al del peruano Alan García en su segunda etapa. Sin embargo, deberá maniobrar para no perder el apoyo de Chávez, que ya vende combustible subsidiado a un grupo de alcaldes del Fsln.

La expectativa por el gobierno de este sandinista que cambió a Marx y el uniforme militar por la Biblia y lujosas camionetas, es grande. El sandinismo ha pasado de un discurso revolucionario a uno de unidad nacional. Mantener el tono conciliador con Washington sin perder la simpatía de Caracas es la tarea del Ortega modelo 2006. Una labor de equilibrista.