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Muamar Gaddafi

LIBIA

El sobreviviente

Muamar Gaddafi cumple rehabilitado 40 años en el poder. Pero la bienvenida de héroe que le dio a un terrorista condenado recordó que el pintoresco líder fue un paria mundial.

29 de agosto de 2009

La tradicional tienda beduina que Muamar Gaddafi suele llevar cuando sale de su país se ha convertido en un gran problema para las autoridades estadounidenses. El líder libio debe visitar Nueva York en septiembre para intervenir en la Asamblea General de la ONU, pero no se sabe dónde va a levantar su ancestral vivienda. La ONU desmintió que le hubiera dado permiso para hacerlo en los jardines de la organización y tampoco lo autorizaron para hacerlo en el Central Park. La intención del gobierno libio es plantarla entonces en una propiedad que tiene en Englewood, una localidad del estado de New Jersey muy cercana a la Gran Manzana, pero se ha encontrado con la ira de los vecinos.

El motivo del rechazo es la efusiva bienvenida que Gaddafi le dio hace pocos días a Abdelbaset Alí al Megrahi, el único condenado por el atentado contra un avión de Pan American que sobrevolaba la localidad escocesa de Lockerbie en 1988, liberado hace dos semanas por razones humanitarias en medio de una gran polémica. El gobierno libio habría estado detrás de ese atentado y la mayoría de las 270 víctimas era estadounidense, 33 de New Jersey, donde todavía viven varios de los enfurecidos familiares.

Pero Gaddafi no es el mismo de aquellos tiempos. Su metamorfosis en épocas recientes ha sido sorprendente y, después de casi 40 años en el poder, en Trípoli creen que la celebración de ese aniversario, el próximo martes, será el punto de giro para olvidar de una buena vez su imagen de país paria. La presencia del dictador, como demuestra el revuelo en Nueva York, sigue siendo incómoda, pues el pasado no perdona tan fácilmente.

El primero de septiembre de 1969, el coronel Gaddafi, con apenas 27 años, lideró el golpe de Estado que depuso al rey Idris I. Desde entonces reinventó el sistema de gobierno con las ideas de su 'libro verde', presentadas como una alternativa tanto al comunismo como al capitalismo, en la época de la lucha por el socialismo panárabe. Después inventó el concepto "jamahiriya" o "estado de las masas", donde en lugar de partidos hay asambleas populares, aunque para muchos observadores Libia desde entonces es sencillamente una dictadura militar.

En los años 80, de acuerdo con la inteligencia occidental, el líder libio apoyó todos los movimientos revolucionarios que pudo. Estableció campos de entrenamiento y patrocinó grupos terroristas como el IRA irlandés, las brigadas rojas italianas, los separatistas vascos de ETA y el Septiembre negro palestino. En esa época el presidente estadounidense, Ronald Reagan, lo etiquetó como "el perro rabioso de Oriente Medio". Gaddafi era el enemigo declarado de Estados Unidos, al grado que un atentado en 1986 contra una discoteca que frecuentaban soldados norteamericanos en Berlín provocó que Reagan decidiera bombardear Trípoli con el propósito de liquidarlo. En ese ataque murió su hija adoptiva.

Después, en 1988, vino el atentado de Lockerbie, el peor ataque terrorista en Gran Bretaña. Esa bomba marcó durante años la relación de Gaddafi con la comunidad internacional. Sólo en 1999, después de años de sanciones, accedió a entregar a dos funcionarios libios para ser juzgados por el crimen. El único condenado fue Megrahi.

Pero Gaddafi, como líder secular, es un contradictor natural del ultraortodoxo Osama Bin Laden, lo que facilitó años después, en el nuevo contexto mundial, su giro hacia Occidente. De hecho, Libia fue el primer Estado en pedir una orden de arresto internacional contra Ben laden, y Gaddafi uno de los primeros lideres árabes en condenar los atentados del 11 de septiembre de 2001. Para arreglar sus relaciones con el mundo exterior, Gaddafi fue cortando lazos con los movimientos terroristas, abandonó sus ambiciones nucleares y pagó 2.700 millones de dólares en indemnizaciones a los familiares de Lockerbie, aunque nunca se declaró culpable. En 2007 Washington accedió a sacar a Libia de su lista de Estados que apoyan el terrorismo. Trípoli incluso llegó a colaborar con información de inteligencia.

El ex presidente norteamericano George W. Bush celebró la voltereta de Gaddafi como una victoria en su guerra contra el terrorismo. Pero George Joffe, experto en Libia de la Universidad de Cambridge, explicó a SEMANA que "Gaddafi se dio cuenta en los 80 de que para un país pequeño como Libia oponerse a Occidente iba a ser imposible. Él hizo el cálculo para reconciliarse, sólo que tomó mucho tiempo lograrlo".

El factor económico también hizo lo suyo. "Libia es un buen mercado y es una buena fuente de petróleo", dijo a SEMANA Michael Hudson, director del centro de estudios árabes de la Universidad de Georgetown. Ese crudo está subexplotado y es de fácil extracción. "Gaddafi ha renunciado a varias de sus tempranas prácticas socialistas Ahora hay mucho capitalismo, gente entrando y saliendo y haciendo negocios en Libia. Aunque es muy excéntrico, ya no está aislado".

Gaddafi siempre ha aspirado a un estatus de líder mundial, y su metamorfosis no ha sido sólo con las potencias occidentales. En sus inicios era admirador del egipcio Gamal Abdel Nasser, líder del nacionalismo panárabe. Pero en los 90 dejó de perseguir el liderazgo del mundo árabe para proclamarse un líder africano. Hace un año, en una colorida ceremonia, 200 reyes y líderes tradicionales africanos viajaron a Libia para coronarlo "rey de reyes". Y desde comienzos de este año preside la Unión Africana, de 53 miembros. Su sueño, según ha dicho, es crear los Estados Unidos Africanos con un solo pasaporte, una sola moneda y un solo ejército.

Pero todas las volteretas políticas no han cambiado su impredecible personalidad y sus declaraciones salidas de tono. Los ejemplos abundan. A comienzos de este año dijo que la democracia multipartidista no era el sistema apropiado para África y defendió a los piratas somalíes por pelear contra las "codiciosas naciones occidentales". Después, en una visita a Italia que habría resultado imposible en otros años, pegó a su traje militar la foto de un líder guerrillero libio que luchó, precisamente, contra la colonización italiana de su país.

Y sin ir muy lejos, en la liberación de Megrahi trascendió que el gobierno británico le había enviado una carta pidiendo que mantuviera el bajo perfil del evento. Por supuesto, ignoró la solicitud, le dieron una bienvenida de celebridad y se espera que lo exhiban como un trofeo en el aniversario del martes. La fastuosa celebración incluirá jefes de Estado, un gran concierto sobre el Mediterráneo y un espectáculo con 1.000 camellos en el desierto. Y posiblemente, en otro detalle polémico, la presencia del presidente sudanés, Omar al Bashir, perseguido por la Corte Penal Internacional.

Por todos esos antecedentes, todo apunta a que Gaddafi tendrá algún gesto espectacular y polémico cuando visite la ONU a finales de septiembre y se encuentre con el presidente Barack Obama como miembro rotativo del Consejo de Seguridad que Estados Unidos preside. Como asegura Joffe, "va a ser una ocasión muy vergonzosa. Y creo que el coronel Gaddafi la disfrutará".