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En medio de crítica situación económica y social comienza carrera electoral en el Perú

10 de diciembre de 1984


La carrera electoral del Perú para las elecciones de abril de 1985 ya ha comenzado y todos los pronósticos señalan que la lucha se circunscribirá al populista APRA, esta vez enmascarado de centro izquierda y a la Izquierda Unida (IU), que contiene a los distintos matices socialistas, marxistas, léninistas y nacionalistas, excepto los trotskistas. Se han inscrito trece candidaturas --algunas agrupaciones minúsculas se irán depurando en el camino--, pero las que cuentan son solamente cuatro, en el siguiente orden de popularidad, según las tempranas encuestas: en primer lugar Alan García Pérez del APRA. Se trata de un político joven, de estilo moderno y pensamiento social demócrata que parece haber asimilado algo de la sabiduría política del siempre omnipresente Víctor Raúl Haya de la Torre. En su estilo de acción se parece a los flamígeros Felipe González de España y Carlos Andrés Pérez de Venezuela, con quienes mantiene frecuente contacto. Lleva como candidatos a vicepresidente primero y segundo al veterano escritor Luis Alberto Sánchez y a otra figura nueva, Luis Alba Castro.

La segunda candidatura, en importancia en votos, en arrastre popular y en capacidad de acción en las calles es la de Izquierda Unida, que encabeza Alfonso Barranques Lingan, actual alcalde de Lima. Le acompañan dos jóvenes que ya tienen notable presencia: Enrique Bernales, de los socialistas y Agustín Haya de la Torre. Hay mucho de impacto psicológico en esta designación. Se trata del sobrino del desaparecido caudillo, pero además es hijo de un político que en la década del treinta tuvo notable actuación en uno de los episodios heroicos del APRA, la revolución de Trujillo contra la dictadura de Sánchez Cerro.

El alcalde Barrantes, de piel cobriza y perfil incaico, es bajito, mientras que sus dos acompañantes (a Bernales le dicen Richelieu) son muy altos y blancones. Al dinámico alcalde de Lima (nacido en San Miguel de Cajamarca) le dicen frejolito, por una vieja canción que suele entonar cuando está muy entusiasta. El Partido Popular Cristiano, que encabeza el también ex alcalde de Lima, Luis Bedoya Reyes, es en este momento la tercera fuerza. Aunque tiene algunos contactos con partidos democristianos latinoamericanos, Bedoya Reyes, es considerado un hombre de derecha. En su anterior campaña electoral tuvo suficiente apoyo del Copei venezolano y de Rafael Caldera. Esta vez esperan un respaldo más amplio de la Internacional Democristiana, pero en el panorama interno peruano comparten la filiación de derecha junto con Acción Popular, el partido del Presidente Fernando Belaúnde Terry.

Bedoya, conocido popularmente como el Tucán (por su ostentoso perfil nasal), ha reforzado su candidatura con el disidente aprista Andrés Townsend Ezcurra como primer vicepresidente, y un brillante neurocirujano, Esteban Roca, que corre como independiente. Townsend, que algún día figuraba entre los probables sucesores de Haya, se aleja cada vez más de las bases populares del aprismo y parece difícil que pueda aportarle muchos votos al Tucán. (La prensa peruana, aún revistas serias como Caretas, se refiere a los caudillos políticos por sus apodos populares). La cuarta fuerza con posibilidades es la Acción Popular (AP) que actualmente gobierna con Belaúnde. El candidato, forzado contra los planes del propio Presidente, es Javier Alba Orlandini, un político de poco carisma que es recordado por pecadillos famosos, como una quema de libros políticos durante el anterior gobierno de Belaúnde. Lo acompañan en la fórmula el empresario Manuel Ulloa Elias y Sandro Mariátegui, hijo del teórico marxista del Perú, aunque Sandro suele aclarar que sí es hijo, pero no heredó el marxismo. Se considera que Ulloa o Mariátegui eran candidatos mucho más aptos que Alba para encabezar la candidatura, pero predominó la maquinaria del partido, dominada por éste, quien precipitó su designación ignorando las gestiones presidenciales para llevar a un candidato "sorpresa" de supuesto consenso: el escritor Mario Vargas Llosa.

La carrera electoral se lanza en medio de una grave situación económica y social. Si no fuera porque existe esta perspectiva electoral en 1985, lo que sirve de válvula de escape para las tensiones, el Perú estaría al borde de una insurrección de masas o de un golpe militar. El Presidente Belaúnde está en el último tramo de su gestión (debe entregar el mando en julio próximo) y este año ha entrado en tal punto de deterioro que el diario opositor La República (la mayor circulación en Lima) calificó de "ocaso patético". Han actuado factores internos y externos, probablemente no previstos por el arquitecto Belaúnde cuando retornó al poder en 1980. El pueblo emitió entonces un tajante juicio histórico cuando eligió al civil Belaúnde, el mismo que los militares habían expulsado del Palacio Pizarro (al que después el general Juan Velasco bautizó Tupac Amaru) en el golpe de 1968. Pero el repudio popular a las gestiones militares no fue bien entendido por Belaúnde como una reivindicación del poder civil frente al experimento militar, a través de su persona, sino como la cúspide de su popularidad y la continuidad de su anterior gestión, que fue muy irregular. No resultó sorpresivo por entonces que Belaúnde, con su porte aristocrático y su ancha sonrisa, retornará a instalarse en el Palacio Pizarro (ahora ex Tupac Amaru) con cierto aire de soberbio vencedor. En ese momento, no contaba con la crisis financiera internacional ni le asignaba importancia a las acciones todavía aisladas de unos gatillos alegres conocidos como Sendero Luminoso.

La recesión económica a nivel mundial y un grupo de muchachos de raíz quechua, destruyeron el esquema de gobierno que había erigido el arquitecto. Han sido dos factores imprevistos, que lo han llevado a aplicar una política fondomonetarista con reticencias y pésimos resultados, y a desatar una represión tipo "proceso" argentino frente a una fuerza subversiva que, según se creía al principio, hasta carecía de seriedad revolucionaria.

A pesar de estas mayúsculas dificultades, Belaúnde permanece impasible en su torre de marfil, actuando probablemente sin mala fe, pero muy aislado de la realidad. Belaúnde se encuentra en una posición tan debilitada que ni su partido, Acción Popular le obedece. En el asunto electoral, por ejemplo, él quería imponer como candidato al escritor Vargas Llosa brillante polifacético que trata de ubicarse en todas las circunstancias notables, pero el propio circulo íntimo de partidarios de Belaúnde se adelantó eligiendo a un político gris y casi seguro perdedor como es Alba Orlandini. Belaúnde da la impresión de ser un virrey español más que el Presidente de un Perú moderno pero sumido en una conflictiva situación socioeconómica.

Algunos observadores cercanos al entorno presidencial creen que hay un curioso trasvase histórico. El arquitecto no ha actuado como si se tratara de un nuevo gobierno, sino como si fuese la continuación del otro, cuando lo sacaron los militares. Y mantiene sus obsesiones, como el proyecto de la carretera marginal de la selva, que propone con fervor en cuanto foro puede. El proyecto de integrar el hinterland amazónico es importante, pero no puede resumirse a la concepción de un sólo hombre de un sólo país, más aún cuando todavía existe pendiente un reclamo sobre esa región por parte del Ecuador. Pero el tema de la carretera marginal lo posee, como a esos aventureros de las selvas tropicales que agarran fiebres enloquecedoras en la búsqueda de objetivos extravagantes. Belaúnde, como el personaje Fitzcarralado de la película de Werner Herzog, quedó empantanado por una obsesión de poder.

En estas circunstancias, casi parece una bendición para el Perú que se aproxime el fin de este deteriorado gobierno. Después de todo, como en Bolivia y otras naciones que vienen de largas noches de dictadura militar, el primer Presidente civil paga los platos rotos y su misión histórico casi se limita a mantener la continuidad democrática, que todo parece será esta vez con el APRA y Alan García.-