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Estados Unidos y Corea del Norte: Cumbre borrascosa

La posibilidad de que Estados Unidos y Corea del Norte resuelvan sus problemas por las buenas tiene ilusionado al planeta. Pero los antecedentes no son alentadores, y la personalidad de Trump podría conducir a un fracaso de proporciones épicas.

10 de marzo de 2018

Se han amenazado con “fuego y furia”. Se han tratado de “hombre cohete”, de “viejo lunático”, de “gordo bajito”. Y desde hace varios meses tienen al mundo pendiente de una batalla de egos que podría conducir a una confrontación nuclear. La relación entre Donald Trump y Kim Jong-un se parece más a la de dos adolescentes inseguros que a la de dos jefes de Estado que tienen bajo su responsabilidad un arsenal nuclear. Sin embargo, el jueves sorprendieron al mundo al comportarse como adultos cuando anunciaron que se van a sentar a hablar en una mesa de negociación.

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Desde principios de la semana se sabía que Kim le había mandado un “mensaje personal” a Trump con el asesor nacional de Seguridad de Corea del Sur, Chung Eui-yong. El miércoles, el magnate había incluso disparado las expectativas al afirmar que este iba a decir algo “muy importante”. Pero la improvisada rueda de prensa que Chung dio el jueves frente a la Casa Blanca superó todas las expectativas. “Kim expresó que quiere reunirse con Trump lo antes posible”, dijo el surcoreano en la noche, “y el presidente dijo que quiere encontrarse con él en mayo para alcanzar una desnuclearización permanente”.

De inmediato, Trump se felicitó en su cuenta de Twitter con un trino optimista: “Kim Jong-un hablaba de desnuclearización con Corea del Sur, no solo de congelación. También dijo que no habría pruebas balísticas en ese periodo. Se está logrando un gran progreso, pero las sanciones permanecerán hasta que se llegue a un acuerdo. La reunión está siendo planeada”. Su triunfalismo podría estar justificado.

Desde hace meses la Casa Blanca viene aplicando una política de “máxima presión” contra Corea del Norte. En esta ha combinado amenazas militares algo apocalípticas, como la famosa promesa de “fuego y furia”, con unas sanciones económicas internacionales inusualmente severas. Y gracias al apoyo de Beijing (que recibe el 90 por ciento de las exportaciones del régimen de Pyongyang), estas golpearon este año la ya maltrecha economía norcoreana. En efecto, esa tenaza combinada podría ser la causa de que Kim busque una válvula de escape a través de las vías diplomáticas.

No obstante, el régimen de Pyongyang es insuperable en las artes del engaño y ya es un lugar común en la geopolítica internacional dudar de las intenciones de sus líderes. De hecho, no es la primera vez que este emprende diálogos de paz con Estados Unidos. En el pasado, el republicano George W. Bush y el demócrata Bill Clinton sostuvieron largos procesos de negociación, que Kim Jong-il (el padre de Jong-un) utilizó sin embargo para quemar tiempo, lograr concesiones y reforzar su poder, pero sin ofrecer gran cosa a cambio. De hecho, durante los años noventa ese régimen comunista permaneció impasible ante una serie de sanciones económicas que llevaron a la muerte de 4 millones de norcoreanos. Además, le dedicó una proporción enorme de su PIB al desarrollo de armas masivas para evitar correr la misma suerte que el iraquí Sadam Huseín o el libio Muamar Gadafi.

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En ese sentido, los expertos en la materia han advertido que, más allá de sus palabras conciliatorias, Kim no ha dado ninguna señal concreta de que pretenda efectivamente renunciar a su arsenal nuclear. De hecho, sería muy extraño que después de ensayar con éxito varias bombas nucleares, una de hidrógeno y varios misiles balísticos intercontinentales, el líder norcoreano renuncie a la única garantía de supervivencia con la que cuenta su régimen. Por el contrario, todo parece indicar que tiene un plan bastante sofisticado y maquiavélico.

“Hay excelentes razones para pensar que con este gesto Corea del Norte está tratando de mitigar las sanciones y garantizar una legitimidad ‘de facto’ para su programa nuclear”, le dijo a The New York Times Michael J. Green, un exconsejero para Asia del gobierno de George W. Bush. En efecto, al reunirse en una cumbre de alto nivel con el presidente de Estados Unidos, Kim lucirá como todo un estadista y como ‘uno de los hombre más poderosos del mundo’.

Pues pese a la abismal diferencia económica y militar entre los dos países, lo cierto es que Kim tiene todas las de ganar. En primer lugar, porque la Casa Blanca está envuelta en un caos sin precedentes (pocas horas antes del anuncio de Chung el secretario de Estado, Rex Tillerson, ignoraba la decisión de su jefe). A eso se suma que desde que Trump se posesionó, el Departamento de Estado ha encajado severos recortes presupuestales y ha sufrido una hemorragia imparable de diplomáticos de carrera. De hecho, Trump no ha nombrado aún su embajador en Corea del Sur y lo cierto es que nadie en su gobierno tiene experiencia en tratar con Pyongyang. Según algunos analistas, el carácter precipitado de su decisión se debió a que el encuentro con Kim podría servirle como una cortina de humo para distraer a la opinión del escándalo sexual con la actriz porno Stormy Daniels.

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En segundo lugar, Kim lleva las de ganar porque los norcoreanos tienen grandes ventaja a la hora de estudiar las fortalezas, las debilidades y las limitaciones de sus adversarios norteamericanos. Y eso incluye la personalidad del presidente, que a través de su cuenta de Twitter le ha revelado al mundo sus patrones de comportamiento, sus obsesiones y sus puntos débiles. “Estoy seguro de que tiene un perfil psicológico de Trump, tal y como la CIA tiene uno de Kim”, le dijo a The Washington Post Ralph Cossa, presidente del think tank Pacific Forum e interlocutor habitual de los norcoreanos. “La diferencia es que Kim es un hueso mucho más duro de roer que Trump”.

Y a eso se agrega que mientras que la decisión de Trump tomó por sorpresa hasta a sus propios asesores, los norcoreanos parecen haber planeado a conciencia esta apertura diplomática. Pues justo después de ensayar con éxito un misil capaz de alcanzar cualquier punto de Estados Unidos, Kim comenzó a mostrarse conciliador. Eso incluyó un mensaje de amistad hacia sus vecinos del Sur en su discurso de año nuevo, la participación en febrero de varios atletas en los Juegos Olímpicos de Invierno en la ciudad surcoreana de Pyongyang y, sobre todo, la disposición de sentarse a hablar el próximo mes con el presidente de ese país, Moon Jae-in, en la zona desmilitarizada entre ambos países.

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Tanto Trump como Kim están jugando fuerte y no se puede excluir que ambos salgan ganando de ese inusual y exigente encuentro. Sin embargo, dados los enormes riesgos que el presidente de Estados Unidos va a correr, lo más indicado es que siga el consejo de los especialistas en diplomacia y que sonría mucho, hable poco y no haga ninguna concesión. Nada indica que el temperamental mandatario va a seguir ese consejo.