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Durante la congregación en honor de las víctimas en la Gran Plaza de Bruselas, un grupo de encapuchados de extrema derecha irrumpió entre la multitud con consignas islamófobas. | Foto: A.P.

EUROPA

Refugiados, islamistas e inmigrantes, en el ojo de los extremistas

La ley del talión se apoderó de movimientos de ciudadanos que se organizan para luchar violentamente contra lo que ellos consideran una sola amenaza: los refugiados, los inmigrantes, el islam y el terrorismo.

2 de abril de 2016

Con barras de hierro y capuchas negras y frío del norte en sus venas, Christophe Griffart y su banda acechaban a los migrantes que intentaban todas las noches, cerca del túnel de la Mancha del lado francés, embarcar en algún camión hacia la soñada Inglaterra. Al menos de eso lo acusan las autoridades. El día de su arresto, Christophe, ciudadano común y corriente del norte de Francia y fundador del colectivo antiinmigrantes Calais Idéoscope, habría alcanzado a magullar con sus amigos a cuatro kurdos iraquíes que intentaban tocar tierra británica.

Orgulloso de su barba de Lucifer y su cola de caballo, Griffart lucha contra la presencia de los 6.000 migrantes que viven en la llamada ‘Jungla’ de Calais, el tugurio más grande de Europa. El grupillo de Griffart fue detenido y su proceso está en manos de la justicia, pero no es sin duda el único: incontables bandas multiformes surgen en el continente. Ya no solo se habla de movimientos fascistas y neonazis o de la extrema derecha política, sino de comunidades y ciudadanos que están listos a pasar a la acción contra los migrantes y así acabar con lo que ellos creen que es la principal amenaza de la civilización occidental: los extranjeros de Oriente.

Entre la ola de refugiados que agita las costas del Viejo Continente y que atraviesa los alambres de púas, entre la amenaza del grupo Estado Islámico, un fantasma de venganza, odio y xenofobia recorre con fuerza Europa. Las víctimas de los ataques racistas tienen diferentes rostros: inmigrantes económicos, refugiados, árabes, musulmanes y europeos de origen africano.

El domingo después de los atentados en Bruselas, durante la manifestación ciudadana antiterrorista en esa ciudad, al menos 200 hooligans aparecieron en la Plaza de la Bolsa para gritar su mensaje: “On est chez nous” (“Estamos en nuestra casa”, en francés). Aunque esos ultraderechistas, que Yvan Mayeur, alcalde de Bruselas, describió como “crápulas con intenciones de nazis”, son minoritarios, también representan la expresión de un malestar global.

En Francia, casi un mes después de los atentados del 13 de noviembre, una turba furibunda atacó una sala de oración musulmana en Ajaccio, Córcega, en represalia a una agresión contra bomberos perpetrada, según ellos, por personas de origen árabe. Con cantos de “Arabi fora” (“Afuera los árabes”, en corso), entraron al lugar para destruir lo que se atravesara en su camino. Incluso, intentaron quemar un Corán. Alemania también lidia con el mismo problema. La Policía Federal contó más de 1.000 agresiones contra centros de refugio en 2015, lo que contrasta con las 199 acciones violentas de 2014 contra esas estructuras.

 “Estamos en un periodo extremamente tenso. La crisis económica europea, la crisis de seguridad con los ataques terroristas y la crisis de migrantes generan un coctel peligroso. Y en esos momentos, la instrumentalización es una herramienta fácil y el chivo expiatorio siempre es el ‘otro’”, dijo a SEMANA el director general de la asociación proasilo France Terre d’Asile, Pierre Henry.

Solo un movimiento general de la sociedad civil contra esas acciones y un discurso pacificador de los partidos políticos en todo el continente podría contrarrestar esa tendencia. “Debemos luchar por más fraternidad, lo único que garantiza que podemos vivir juntos y buscar la igualdad. Debemos dirigirnos a nuestros vecinos con una mirada fraternal”, dice Henry. Y añade, como si Europa sufriera de amnesia: “No hay que olvidar que no estamos al abrigo del monstruo del siglo pasado. Somos humanos, ¡por desgracia!”.