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El 5 de enero habrá elecciones legislativas en Venezuela. La oposición duda que Guaidó sea la salida a la crisis. Mientras tanto, Maduro planea disolver la Asamblea y acabar con el único ente independiente que quedaba en el país. | Foto: AFP

VENEZUELA

¿Se apagó la estrella de Juan Guaidó?

El año dejó un sabor amargo para los venezolanos, que una vez más perdieron la oportunidad de recuperar su democracia. Para muchos, Juan Guaidó no dio la talla. Y la comunidad internacional subestimó la capacidad de Nicolás Maduro de atornillarse en el poder.

21 de diciembre de 2019

Tras segundos de incómodo silencio, el periodista de El País de Madrid  le pregunta a Juan Guaidó: “¿En que se equivocó?”. Y él responde: “Probablemente en subestimar la capacidad de hacer daño de la dictadura. Faltó el factor Fuerza Armada [...] Pensamos que lo abandonarían más rápido”. Sin embargo, cuando se da cuenta de la gravedad de sus palabras, añade: “la esperanza de cambio se mantiene”. “No midan mi lucha por el hecho de que Nicolás Maduro está todavía en el poder, sino por los pequeños logros”.  

El problema consiste en que su éxito inicial se basó justamente en su promesa de sacar a Maduro “por las buenas o por las malas”, y convocar elecciones. Con esa determinación logró el respaldo de sesenta países el 11 de enero de este año y se autoproclamó presidente interino de Venezuela, entre bombos y aplausos. Su llegada al poder sirvió para reavivar al pueblo venezolano que se volcó a las calles para protestar como no lo había hecho en años. 

Todo indicaba que el régimen tambaleaba y que se acercaba la transición a la democracia. Y varios eventos confluyeron para hacerlo ver así: toneladas de ayuda humanitaria internacional bloqueada por el oficialismo, la deserción de más de 1.500 militares, trinos de Estados Unidos sobre una posible intervención militar, enormes protestas diarias y un concierto de talla internacional en la frontera para cantar contra la dictadura de Maduro. 

Pero ahora, a poco de cerrar el año, no hay luz al final del túnel. Maduro recuperó fuerza, al tiempo que Guaidó la perdió, la comunidad internacional y los medios perdieron el interés y las sanciones económicas de la Casa Blanca al país no han causado el punto de quiebre que tanto esperaba la oposición. Por si fuera poco, las negociaciones de Oslo entre la bancada de Guaidó y el gobierno de Maduro están en un punto muerto desde el 30 de abril.

Maduro despidió a 6.000 sargentos de la Guardia Nacional para invertir más en los civiles uniformados y en los temidos colectivos o Faes, acusados de tortura, violación y desaparición.

Desde entonces, las marchas ya no convocan tanta gente y miles de venezolanos han perdido la esperanza. Guaidó ya no sale en las portadas de los diarios y la migración sigue creciendo exponencial y silenciosamente. “Lo hemos intentado todo. Pero no hay una fórmula mágica”, reconoció hace unos días. Maduro todavía cuenta con la lealtad de las Fuerzas Militares a cambio de un poder político, económico y social que ningún régimen democrático permitiría. Ofrecerles amnistía no es suficiente. Pero Guaidó, con la bandera democrática, no puede ofrecerles nada más. Y ese es el problema de fondo.

Además, Maduro tiene plena consciencia de que el día en que los militares se cansen, sale del poder. Por eso, ha buscado lealtades en más orillas. Por ejemplo, en los civiles uniformados, en los colectivos chavistas y en las Fuerzas de Acciones Especiales (Faes), a los que ha dotado de armas y poder para que lo defiendan en los barrios y mantengan las sublevaciones al límite. Todos esos grupos carecen de carácter constitucional y están acusados de cometer delitos contra los derechos humanos, como torturas, violaciones, detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas.

Protestar en Venezuela es a otro precio. Más de veinte años de chavismo han servido para abrir grietas en las ramas del poder. Pero, sobre todo, para normalizar el miedo.  De ahí que hasta el propio general y mano derecha de Maduro, Vladimir Padrino López, insista en no desistir de las conversaciones, ya sea en Oslo o en otro lugar. Porque es claro que recomponer la institucionalidad venezolana necesitará de mucho más que la “mano dura” que prometió Guaidó. Sectores antagónicos tendrán que cooperar.

Juan Guaidó: Una oposición manchada

Corrupción con ayudas humanitarias a Venezuela

Ahora, todo sería más fácil si la oposición no estuviera a su vez manchada por escándalos. El 5 de enero Guaidó concluirá su periodo en la Asamblea Nacional, desde donde se proclamó presidente interino. Hasta hace poco, la mayoría de sus seguidores apoyaba su reelección. Sin embargo, los señalamientos en su contra comienzan a conspirar contra ello. Primero a su embajador en Colombia, Humberto Calderón Berti, lo acusaron del llamado “Cucutazo”, la operación en la que desviaron los fondos de la ayuda humanitaria internacional del 23 de febrero a cuentas privadas.  

Fotos de Guaidó con “Los Rastrojos”

Luego aparecieron las fotos que le dieron la vuelta al mundo, en las que aparece Guaidó abrazado a dos líderes del grupo paramilitar “Los Rastrojos” en su paso a Cúcuta el día del concierto Live Aid Venezuela. Aunque él aseguró que no sabía quiénes eran los hombres que le habían pedido una selfie, algunos medios señalaron que lo ayudaron a cruzar la frontera. 

Y eso no es todo. Hace un par de semanas, el portal peiriodístico Armando.Info acusó a nueve diputados –cinco de ellos integrantes de la Comisión de Contraloría del Parlamento– de favorecer al empresario colombiano Carlos Lizcano en varios negocios, entre ellos el programa de Maduro para distribuir alimentos subsidiados. Todo esto hizo pensar a los venezolanos que habían depositado su confianza en Guaidó y en la oposición que, al final, “todos se tapan con la misma cobija”. Aunque Guaidó removió a los funcionarios de su cargo, la desconfianza quedó ahí. 

En este panorama, y con la certeza de que la comunidad internacional dejó solo a Guaidó, Maduro ha vuelto a sus viejas estrategias. Esta vez quiere disolver la Cámara, para evitar que reelijan a su adversario en enero, y de ese modo acabar con el único ente independiente que queda en el país. Por eso, los parlamentarios buscan aplicar un “quórum virtual” para mantener el voto de los diputados en el exilio. 

En cualquier caso, el panorama pinta gris. Porque de ese Juan Guaidó que le dijo en febrero a SEMANA que no le daba miedo que Maduro lo capturara o, incluso, lo matara, ya no queda nada. En ese momento, lo blindaban la euforia que produjo en su país y en el exterior su popularidad. Lo blindaba la aceptación y el fugaz quiebre del chavismo. En ese momento, Juan Guaidó hablaba con la fuerza de los héroes. Pero ahora, varios meses después, sabe que se equivocó, y así lo reconoce. Subestimó a su opositor. Mientras tanto, su estrella se apaga y los venezolanos empiezan otra navidad oscura. 

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“Maduro no es tonto. Sabe bien que capturar a Guaidó le regresaría la fuerza.”

SEMANA habló con Julio Londoño Paredes, diplomático colombiano, exmilitar y exministro de Relaciones Exteriores, acerca de la situación del vecino país y de las consecuencias de una posible captura de Juan Guaidó. 

SEMANA: ¿Cuando Maduro dice que “ordena” capturar a Juan Guaidó habla en serio? 

Julio londoño paredes: Maduro no es tonto y está bien asesorado, sabe muy bien que eso sería absurdo y no lo va a hacer. Guaidó está en un evidente deterioro interno e internacional, capturarlo sería devolverle  fortaleza y liderazgo.

SEMANA: Da la impresión de que Maduro recuperó fuerza y de que cada vez está más atornillado en el poder, ¿la comunidad internacional subestimó su capacidad?

J.L.:: Así es. Especialmente Estados Unidos y algunos sectores de la oposición venezolana, que aseguraban que la caída de Maduro eran cuestión de horas. En esa errónea apreciación también se incurrió en Colombia. 

SEMANA: ¿Por qué Guaidó no resultó ser la “esperanza” que la gente pensó? parece que está muy solo y que ni Estados Unidos ni los países latinoamericanos que lo habían alentado están dispuestos a seguir apoyándolo...

J.L.:: El tema de Venezuela saturó a la OEA y la agenda internacional de varios Estados. Pocos piensan en este momento que Guaidó sea la solución para un cambio.  

SEMANA: ¿Tiene eso que ver con el escándalo de corrupción en su contra o simplemente con que no resultó ser un buen opositor?

J.L.:: Sin duda las denuncias de corrupción, las destituciones y las rencillas internas han contribuido al deterioro no solo de Guaidó, sino de los demás personajes de la oposición. 

SEMANA: ¿El próximo año hay elecciones en la Asamblea General de Venezuela, ¿cuál es su pronóstico para esas elecciones, qué podría concluir usted de lo que está por venir para Venezuela? 

J.L.: Es difícil hacer pronósticos, cuando incluso algunos opositores dudan en reelegir a Guaidó, lo que sería desastroso para la oposición. Pero no se puede sacar de la noche a la mañana un reemplazo. 

Independientemente de que Maduro siga o no en el poder, el deterioro que se ha producido en Venezuela es tan profundo, que tardará muchos años en recuperarse. No existe, aunque nuestro vecino tenga todos los recursos, una fórmula mágica de solución.