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La cumbre de siglo entre Donald Trump y Kim Jong-un

Singapur acogerá el encuentro entre un presidente de Estados Unidos y un líder norcoreano. La resolución de un conflicto de 65 años está en manos de un magnate sin diplomacia y de un dictador hijo de dictadores.

11 de junio de 2018

Sentosa, una isla a una hora del centro de Singapur, recibirá la cumbre más esperada de los últimos tiempos. Traducido del malayo, Sentosa significa “paz y tranquilidad”. Al parecer, eso van a buscar Donald Trump y Kim Jong-un una vez estrechen sus manos y limen sobre la mesa las últimas asperezas del conflicto coreano. Desde el armisticio de 1953 esa guerra no ha terminado oficialmente y ahora el mundo ve en este encuentro una oportunidad de oro para salir del problema. Cabe preguntarse si ambos líderes van por la firma final o solo por la foto para los libros de historia.

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Trump confía en que Kim le aceptará dejar sus pruebas con misiles y armas nucleares. Algo que el líder norcoreano ha prometido, pero que es improbable, teniendo en cuenta que su capital político reside en sus cohetes que le dan credibilidad ante sus ciudadanos y distancia ante sus enemigos. Kim ha lanzado más del 70 por ciento de todos los misiles que él, su abuelo y su padre han probado en 34 años de carrera armamentística (ver infografía).

En Washington, los partidarios del magnate hablan desde ya del éxito en la cumbre, teniendo en cuenta los acercamientos que Mike Pompeo, secretario de Estado, ha venido consolidando desde abril cuando se reunió en secreto con Kim.

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Si Trump vuelve a Washington con un acuerdo satisfactorio, manteniendo la condición de una “desnuclearización completa y verificable de Corea del Norte”, habrá dado un paso crucial para solucionar un conflicto que desde hace seis décadas depende del Tío Sam. Pero la cosa no es tan fácil. Tras tantos años, el régimen de la dinastía Kim ha desarrollado el arte de permanecer en el poder por medio de una compleja combinación de amenazas militares y volantines diplomáticos. Eso, combinado con la frase que dijo Trump el viernes (“No creo que deba prepararme mucho”), podría presagiar un desastre. Aunque en un mundo al revés como el del magnate-presidente, comienza a haber más afinidad entre Kim y Trump que entre este y los aliados tradicionales de Estados Unidos, esto es, las democracias occidentales. Y como si eso fuera poco, como le dijo a SEMANA John Feffer, analista experto en Corea del Norte, “un tratado de paz requiere la firma de Estados Unidos junto con la aprobación del Senado por dos terceras partes. Las Coreas podrían terminar las hostilidades y operar como si un tratado de paz estuviera vigente, pero eso no serviría si no cuentan con el apoyo del Congreso”.

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Mientras tanto, un jugador silencioso espera el resultado del encuentro: China. El gigante asiático puede ser el único ganador, pues para que Norcorea acepte destruir su arsenal, Estados Unidos tendría que aceptar retirar sus tropas de la península coreana. Eso significaría renunciar a su influencia en Asia oriental, justo cuando Beijing avanza hacia consolidar su hegemonía regional. Nadie sabe para quién trabaja. 

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