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A LA SOMBRA DEL CUERVO

Esposa oprimida mata a su hijo para vengarse de su marido

26 de agosto de 1985

Un infanticidio, cometido hace nueve meses en circunstancias aún no aclaradas por los investigadores, monopoliza hoy la atención de los franceses. Es el "affaire Villemin" sobre el que a diario la televisión hace informes y los periódicos editoriales. Ni siquiera serenos y ponderados escritores, como Marguerite Duras y Catherine Rihoit han podido escapar al hechizo de este caso.
Impregnado de los elementos típicos de las radionovelas de los años 50, este misterioso asunto --ante el cual policías especializados, veteranos magistrados y cronistas judiciales que lo han visto todo, se sacan el sombrero-- parecería demasiado truculento y demasiado negro para ser real. Demasiada pesadilla para ser verídica. Pero no es un novelón. Gregory, el niño de 4 años que fue encontrado flotando sobre las aguas del río Vologne el 16 de octubre de 1984, existió un día. Y su madre Christine, la sempiterna esposa inconforme de Jean-Marie Villemin, es acusada ahora de haberlo asesinado. Ella y él, prósperos obreros en un valle perdido, son personajes de carne y hueso.
Hasta un cuervo, ave sombría en las leyendas campesinas, interviene en esta saga increíble hostigando a los miembros de la comunidad familiar, como solía hacerlo en otros tiempos (con el abuelo y el padre de Jean-Marie) otra criatura semejante, a manera de maldición.
Todo comienza el 16 de octubre pasado cuando Christine, una joven de 24 años, de manos blancas y aire distraído, sale de su lugar de trabajo y se dirige en su negro renault 5 hacia su casa en los altos de Lepanges, un pueblito en la región de los Vosgos. Antes de llegar a su destino recoge, como de costumbre, a su hijo en la casa de la señora Jacquot, la nodriza. Son las 7 de la noche. Christine deja atrás la iglesia de Lepanges y avanza por la pequeña carretera bordeada de pinos.
Tres vecinos, la señora Grandidier, el señor Colin y el gendarme Claudel, la ven pasar. Llega a su casa que esta sobre una colina desnuda. El señor Meline, su vecino más próximo, la percibe a lo lejos, pero no sabe si el niño está o no con ella en ese momento. Pasan exactamente veinte minutos. La señora Claudon, una granjera que vive a unos cientos de metros del hogar de los Villemin, pasa con su marido frente a la casa. Van en busca de sus vacas para llevarlas de vuelta al establo. Es cuando oye que Christine llama a gritos a Gregory. Al ver a sus vecinos ella les dice: "Gregory ha desaparecido, voy a ver si está en la casa de su nodriza". Gasta 10 minutos en llegar al domicilio de la señora Jacquot. Allá no está el niño. Christine regresa entonces, y en el camino se topa con el tropel de vacas de la señora Claudon. Más adelante se encuentra con el bus escolar que está en esos momentos repartiendo los niños de Bruyeres, Lepanges y Docelles. El chofer la reconoce y la saluda con un gesto de la mano.
Horas más tarde, la policía encuentra el cadáver de Gregory, a 6 kilómetros de Lepanges. Pies y manos atadas, la mirada del niño muerto no es dura, sino calma, como reposada.
En su cuerpo no hay rastros de violencia. Ni siquiera las ataduras le han dejado huellas. "Fue atado por una mujer", dicen los policías. "Fue amarrado bajo el agua" aseguran otros. En todo caso, cuando estaban buscando a Gregory, un desconocido llama a un tío del niño y dice: "Me he vengado. He atacado al hijo del jefe. Lo he dejado en el Vologne". Más tarde, llega a la casa de los padres de Gregory una carta terrible. La firma "El Cuervo". En ella es ratificado lo dicho por la anónima voz. "Tu dinero no le devolverá a su hijo, pobre imbécil", dice "El Cuervo" en una de las líneas, refiriéndose, obviamente, a Jean-Marie Villemin. Sólo a él.
Un juez desolado
La investigación se inicia pero los sabuesos son un desastre. Casi arruinan la misma autopsia. Presionados por la población, que quiere que se imparta justicia, los provincianos gendarmes señalan a Bernard Laroche, primo del padre de Gregory, como el asesino y lo encarcelan. Habían recibido el testimonio de Muriel, la cuñada de éste, quien afirma en ese momento haber acompañado a Laroche y a Gregory por la rivera del Vologne a la hora de la muerte del menor. Los grafólogos policiales también creen ver la mano de Laroche tras el anónimo de "El Cuervo". Pero todo se derrumba. El candente testimonio es retirado, pues Muriel es una menor. Los análisis grafológicos son a su vez impugnados por el abogado del detenido por vicios de forma. Así pues, el 4 de febrero Laroche sale de la cárcel, dejando desolado al juez de instrucción, Jean-Michel Lambert, un joven de 23 años, de honestidad acrisolada pero quizás muy "tierno" para un caso tan duro. Lambert decide entonces cambiar de detectives y le pide a la policía de Nancy que intervenga. Y lo consigue. Sólo que con ello se desata una guerra entre los dos cuerpos policiales, que viene de paso, a aumentar las dificultades de la investigación.
Los sabuesos de Nancy reexaminan las "pistas" y hacen nuevas pruebas grafológicas. Van y vienen. Buscan un culpable. El culpable. Se centran de nuevo en los familiares de la víctima. De pronto lo dicen: es Christine Villemin, la madre de Gregory.
Ella, embarazada de dos meses y sometida a interrogatorios intensos, se quiebra. Es llevada de emergencia al hospital con una hemorragia. Pero allí tampoco escapa a la inquisición del novel juez de instrucción. Jean-Marie Villemin, el esposo, mientras tanto, ve cómo va creciendo su certidumbre de que el asesino de su niño debe recibir un castigo, pues está libre. Compra, pues, una escopeta y el 29 de marzo de este año, dispara sobre Bernard Laroche y lo mata. Christine, vengativa e implacable, dice que eso era "lo que ese tipo se merecía".
Extraña personalidad la de Christine, inteligente, inquieta, siempre quiso salir de Lepanges, cansada de la monotonía del lugar. A los 9 años vive una experiencia dolorosa. Su padre, un leñador acomodado que la adora, sufre la amputación de sus dos piernas y muere meses después en me dio de terribles dolores. A los 19 años ella se casa con Jean-Marie, un muchacho que tres años antes la había invitado a subir a su moto para correr aventuras. Pero tras el matrimonio su esposo la aburre. Siempre pensando en el trabajo y en cómo pagar las cuotas de la casa, él no se decide a dejar el pueblo. Pelean. Ella huye, pero él siempre la recupera. Se toleran.
La vida con su hijo es otra cosa. Madre afectuosa, protectora, tolerante en extremo, Christine --dicen quienes la conocen-- nunca castigó ni regañó a Gregory. El chico podía hacer la travesura que fuera y obtenía de ella siempre una sonrisa. No soportaba que nadie levantara la mano contra él. ¿Pudo ella haberlo matado? No, dicen en Lepanges, y una mayoría de la población francesa, según las encuestas. Sí, dicen los policías. "Ella es "El Cuervo" y la destrucción de su hijo es la venganza suprema contra su marido opresor".
La maldición del cuervo
La alusión al cuervo dispara el caso hacia oscuros episodios, a una tragedia de los Villemin que se da en 1940. Los Villemin, una familia sacudida por impulsos de autodestrucción, afirman que en aquel año, el abuelo de ellos se ahorcó enloquecido por un cuervo. El viejo había golpeado a uno de sus hijos y desde ese momento apareció la pesadilla. Pesadilla que se transmitió al padre de Jean-Marie Villemin quien a su vez fue incansablemente perseguido por un cuervo no identificado. Y al padre de Gregory también: cartas y llamadas telefónicas amenanzantes firmadas por "El Cuervo" le llegaron durante meses, cuando eran precisamente más álgidas las disputas conyugales con Christine. ¿Christine escribía esas misivas? ¿Ella era "El Cuervo"? los hombres de Nancy creen en esa posibilidad. También lo cree el juez Lambert, quien acusó a la joven de asesinato (lo que implica premeditación) y ordenó su encarcelamiento el 5 de julio pasado.
Las bases del juez son, no obstante, precarias. El aduce los análisis grafológicos. Dos peritos dicen que las cartas del "El Cuervo" han sido escritas por la madre de Gregory (como meses antes dijeron lo mismo de Bernard Laroche). Hay personas que testimoniaron haberla visto a ella poner una carta en la oficina postal de Lepanges la tarde del crimen. Lambert también invoca el vacío de 17 ó 20 minutos que existe en el itinerario de Christine, reconstruido con base en el testimonio de los vecinos, lapso durante el cual la madre desaparece de la escena en forma extraña. Finalmente está el hecho "abrumador" de las cabuyas con los cuales fue atado el niño. Los investigadores encontraron cuerdas del mismo tipo en el techo de los Villemin, seis meses después del insuceso en el Río Vologne.
Ese conjunto de indicios no constituyen prueba plena, por esa razón los magistrados de Nancy ordenaron la ex carcelación provisional de Christine este 16 de julio. Ella siempre ha declarado ser inocente. Su abogado Henri René Garaud, cree lo mismo. "Si ustedes afirman que ella mató a Gregory tienen que probar el porqué y el cómo", argumenta el jurista. Y en verdad, tanto el móvil del delito como las condiciones en que fue ejecutado están lejos de haber sido establecidos, especialmente si se piensa en Christine como el demonio que cegó la vida del pequeño Gregory. ¿Cómo pudo ella en 18 ó 20 minutos recorrer 6 kilómetros por una carretera de dos metros y medio de ancha, bajarse del auto, sacar a su hijo, arrojarlo al agua y regresar sin ser vista? Garaud subraya que su cliente carece de la suficiente sangre fría para hacer eso y no es un "piloto de rally...".

¿Un trágico disfraz?
Para Frederic Pottecher, un experimentado cronista judicial, Christine tiene algo que ver en el asunto, pero no es asesina. "Pudo haber sido un accidente maquillado de crimen", afirma. Pottecher sostiene que una negligencia en la vigilancia del niño condujo a éste a la muerte y la madre, consciente de lo grave en extremo que es ello en Francia, disfrazó el hecho y se dispuso a recibir el mundo que le caería encima. Sería entonces una homicida, pero no una infanticida.
"Ella es como nuestras pequeñas vacas de los Vosgos --dice el cronista-- que lo resisten todo. Las dejan todo el invierno entre el frío y el hielo y no se doblegan. Esquivan el golpe". Y en verdad Christine, respondiendo al acoso del juez, llorando a su hijo, llevando rosas a su marido encarcelado, deshecha en lágrimas cuando la detienen, haciendo huelga de hambre aun estando embarazada de seis meses, ha "resistido los golpes".
Marguerite Duras, autora de "El amante", en un texto que para algunos resultara escandaloso, se declara fascinada con ella. La ve como una mujer "sublime, forzosamente sublime" haya o no cometido el tremendo delito.
Menos rebelde, el ciudadano común espera un final no indigno para ella. ¿Por qué esa reacción? Catherine Rihoit lo explicó con estas palabras: "Toda Francia espera que Christine Villemin no haya matado a su hijo. Pues si una madre mata a su hijo, son todos los hijos del mundo los que mueren un poco. Incluido los niños grandes que somos nosotros".--
Eduardo Mackenzie, corresponsal de SEMANA en París