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Un policía de Malí en la capital Bamako da paso a un convoy del Ejército francés que va hacia el encuentro con los guerrilleros islamistas. París prevé desplegar 2.500 soldados en el marco de la Operación Serval. | Foto: AFP

GEOPOLÍTICA

Malí, el desierto en llamas

Con su intervención en Malí, Francia ataca el nuevo bastión del islamismo radical que amenaza convertirse en un nuevo Afganistán. Pero detrás de la peligrosa operación también se esconden intereses menos loables.

19 de enero de 2013

“Vive la France” gritaban los transeúntes la semana pasada en las calles de Bamako, la capital de Malí, al paso de los blindados franceses enviados in extremis por el presidente François Hollande. La intervención gala, sin duda, evitó que el país cayera bajo el dominio islamista. Pero la situación se les había salido de las manos desde hacía meses.


Es que en Malí, un país africano pobre, desértico y olvidado, existe la misma combinación de miseria, extremismo religioso y tráfico de drogas que llevó al Afganistán de los Talibanes a convertirse en el escenario ideal en el que los terroristas de Al Qaeda planearon el ataque del 11 de septiembre. Allá no solo hay islamismo radical, sino cantidades de armas a disposición y toneladas de cocaína que transitan hacia Europa. Plomo, dinero y guerra santa, una trinidad que Francia está intentado destruir desde la semana pasada para evitar que surja un estado terrorista a las puertas de Europa. Pero no solo se trata de razones estratégicas y geopolíticas, porque París también protege en Malí sus intereses económicos en una región que hasta hace unas décadas era su colonia. 

En marzo de 2012, un sector militar derrocó al presidente Amadou Toumani, lo que creó un vacío que permitió a los rebeldes tuareg tomarse el norte de Malí. Se trata de un país nacido en 1960 con fronteras trazadas por burócratas europeos, y dividido entre un norte desértico, poblado de nómadas árabes y un sur negro, sedentario, que concentró todos los poderes.

A la rebelión del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), un movimiento predominantemente laico, se unieron los extremistas islámicos de Ansar Dine (Defensores de la Fe), el grupo radical Al Qaeda del Magreb Islámico (Aqmi) y el Movimiento para la unidad y el yihad en África Occidental (Muyao). Los nuevos rebeldes impusieron la sharia (el código islámico) y multiplicaron los secuestros de extranjeros. Muchos de ellos provenían de las milicias mercenarias del caído Muhamar Gadafi, por lo que regresaron fuertemente armados, y se enriquecieron gracias al tráfico de drogas que transita por Malí en su camino a Europa. Ahora, los fundamentalistas dominan un área tan grande como la India, pueden lanzar ataques relámpago a cientos de kilómetros y están a tan solo un par de horas en avión de París. 

El viernes pasado, después de meses de estancamiento, muyahidines (combatientes de la fe) rompieron el frente. El ejército de Malí, en pánico, huyó. Bamako, hogar de 6.000 franceses, estaba en la mira, y París, después del llamado desesperado del gobierno maliense, precipitó sus cazabombarderos para detener a los extremistas. Si no reaccionaban, era cuestión de semanas antes de que Malí se volviera un nuevo Afganistán o como lo llamó un periódico local “un imperio narcoislamista”.

Después de contenerlos, la contraofensiva siguió. Efectivos franceses atacaron convoyes de camionetas artilladas, bases, depósitos y centros de comando, y enviaron fuerzas de choque para enfrentar cuerpo a cuerpo la avanzada islamista. Pero el grado de incertidumbre acerca de su éxito es grande, pues el ejército francés restringe el acceso de los periodistas y solo ha mostrado tropas impecables preparándose para la batalla, aviones atestados de bombas y misiles y columnas de blindados avanzando sin miedo hacia el enemigo. La realidad es más azarosa, pues los galos ya perdieron un piloto de helicóptero y es probable que la ofensiva terrestre se lleve más vidas. Del lado de los islamistas se habla de cientos de muertos. 

La versión oficial en París es que Francia movilizó su ejército, uno de los más poderosos del mundo, para acabar con la barbarie terrorista. Para ello se aseguró cierto apoyo internacional con una resolución de la ONU y con 3.000 soldados de países africanos aliados. Mansouria Mokhefi, responsable del programa Medio Oriente-Maghreb en el Instituto Francés de Relaciones Internacionales, le dijo a SEMANA que “lo primero fue detener una ofensiva que sorprendió a todos. Después luchar contra los terroristas para preservar la seguridad de Francia y de Europa. Y claro, Francia no podía dejar que sus intereses en África fueran cuestionados”. 

Es que, como en toda guerra, detrás de los discursos altruistas hay objetivos menos loables. Malí, como gran parte de África occidental, fue por más de 60 años una colonia francesa. Y puede que ahora sean países independientes, pero Francia sigue omnipresente. En Malí hay reservas petroleras y gasíferas, uranio y es el tercer productor de oro del continente. Si muchas de estas riquezas aún no han sido explotadas, en el Níger vecino las multinacionales francesas tienen minas de uranio vitales para sus centrales nucleares. Para París, si Malí cae, toda la región se desestabiliza. Y eso es pésimo para sus intereses económicos.

En África más de uno piensa que la intervención va a terminar en un neocolonialismo, al imponer un gobierno leal y servil para París, como lo han hecho tantas veces los países europeos en el continente. Como escribió el diario La Liberté de Argelia en su editorial Francia “no resistió la tentación de proteger su coto privado. Cuando sus intereses están amenazados en África, París se pone su traje de gendarme y envía sus helicópteros”. 

La guerra también le permitió a Hollande escalar en los sondeos. Jean-Yves Moisseron, jefe de redacción de la revista Maghreb-Machrek y economista del Instituto de investigación para el desarrollo, le dijo a SEMANA que “la guerra reúne a la nación en una verdadera unión sagrada. Contribuye a darle a Hollande una estatura internacional y borra una de las críticas que más le han hecho: su falta de decisión”. En Malí recibieron a las tropas francesas como héroes y en Francia más de 60 por ciento de los ciudadanos respaldan la decisión. 

Por ahora pocos se preguntan cuánto tiempo puede tardarse el operativo, si es legítimo apoyar un gobierno producto de un golpe de Estado o si no era mejor esperar que las negociaciones con los islamistas avanzaran. Y lo peor es que la guerra en Malí puede volverse una ratonera para Hollande. Como se vio en Afganistán o Irak, la ofensiva y el avance de las tropas es la parte menos difícil, pues Kabul o Bagdad cayeron en un par de semanas. Lo duro vino después. Reconstruir un país e imponer la democracia al estilo George W. Bush es una utopía peligrosa. Si algo dejó claro la guerra gringa contra el terrorismo es que se sabe cuándo empieza pero no cuándo termina. 

Como le explicó a SEMANA Bérangère Rouppert, del grupo de investigación e información sobre la paz y la seguridad, “hay un problema: ¿Hacia donde vamos? ¿Cuál es la estrategia a mediano y largo plazo? ¿Si los africanos van a tomar el relevo, qué capacidad militar tienen? Con esas dudas podemos pensar que los franceses estarán mucho tiempo en Malí. Y lo peor, la intervención alimenta la causa de los islamistas, que pueden atraer nuevos reclutas, seducidos por una lucha que es a la vez anticolonialista y contra Occidente”.

La guerra cruza fronteras

Eran las cinco de la mañana del miércoles. Como todos los días, buses cargados de trabajadores entraban y salían de In Amenas, un gigantesco complejo situado en pleno desierto del Sahara argelino, donde extraen cada año cerca de 3.900 millones de dólares en gas. De pronto se oyeron  tiros y gritos, cuando decenas de guerrilleros islamistas llegaron a tomarse las instalaciones y retener cerca de 200 rehenes, entre estos 41 extranjeros y 150 argelinos.

Mojtar Belmojtar, el jefe del grupo, reclamó el “fin de la agresión francesa en Malí” y prometió liberar los secuestrados si París suspendía sus operaciones. Pero la paciencia de las autoridades argelinas duró poco. En pocas horas ya tenían rodeado el complejo gasífero y en la mañana del jueves lanzaron varias olas de asaltos, cuyo resultado, al cierre de esta edición, aún eran confuso. 

Al parecer en el tiroteo murieron decenas de los secuestrados, así como soldados y terroristas. El desastroso operativo provocó reacciones airadas en las capitales occidentales. David 
Cameron, el primer ministro británico, dijo que la iniciativa había sido “peligrosa” e “incierta”, mientras François Hollande declaró que el ataque se estaba desarrollando en “condiciones terribles, dramáticas”. Según un testigo anónimo citado por el diario Le Monde, “los terroristas estaban muy bien preparados, conocían el complejo”.

Eso hace suponer que los islamistas llevaban semanas preparándose, lo cual no excluye que el ataque de In Amenas haya sido una respuesta a la guerra que Francia lanzó en Malí. Al fin y al cabo Argelia se convirtió en el enemigo internacional más a la mano luego de abrir sus cielos a la aviación francesa. Y el ataque del miércoles confirmó los temores de que esta es una guerra sin fronteras en el África noroccidental.

Por lo pronto, a Francia casi le convino el ataque. Al emprender  una guerra solitaria contra los fundamentalistas, Hollande hizo una apuesta dura, pero ahora los propios militantes demostraron la dimensión del peligro que se corre en la región en todo el Sahara y el Sahel. Tal vez eso lleve a Londres o Washington a apoyar más decididamente la guerra. Por eso, Hollande no dudó en decir que “lo que pasa en Argelia es una evidencia más de que mi decisión de intervenir en Malí es justificada”.