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Los golpes de pecho de Mark Zuckerberg

Los congresistas norteamericanos bombardearon durante dos días al fundador de Facebook, Mark Zuckerberg. Admitió su responsabilidad por el mal manejo de los datos de sus usuarios y prometió solucionar los problemas de la red social. Pero impasible aseguró que su modelo de negocio no cambiará.

14 de abril de 2018

Podría cambiar la historia de la regulación sobre internet o podría no pasar nada. La comparecencia de Mark Zuckerberg, el CEO de Facebook, ante dos comisiones conjuntas de congresistas norteamericanos la semana pasada, decepcionó a quienes esperaban medidas radicales para poner fin a los problemas que las redes sociales han traído consigo.

Las dos sesiones en las que Zuckerberg respondió las preguntas de los congresistas fueron duras, especialmente la segunda, el miércoles, cuando lo acorralaron varias veces con cuestionamientos que, el siempre parco fundador de la red social más popular del mundo, respondió con monosílabos. “¿Le gustaría que le preguntáramos el nombre del hotel en el que se hospedó anoche?”, le dijo el senador demócrata Richard Durbin, para iniciar sus cuestionamientos acerca de la privacidad.

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A Zuckerberg le cuestionaron de todo: la bancada afroamericana fue urticante al denunciar no solo la escasa diversidad étnica en la compañía, que tiene solo 3 por ciento de su personal de raza negra y 5 por ciento de latinoamericanos, sino la divulgación de avisos manipulados contra los activistas negros durante la campaña presidencial de Donald Trump; igualmente, la publicidad segmentada de una constructora de vivienda que pidió a Facebook mostrar sus anuncios solo a población blanca. Le preguntaron qué piensa hacer para impedir que los militares de Myanmar sigan usando a Facebook para promover el exterminio de la población rohinyá, y cómo auditará la información de los 2.000 millones de usuarios que podría estar en manos de miles de otras empresas, aparte del caso Cambridge Analytica.

El senador Ben Luján interrogó sobre los “perfiles oscuros”, información que posee Facebook acerca de personas que ni siquiera tienen una cuenta en esta red social. Ese día se supo que no es necesario estar en Facebook para vivir bajo su observación. Zuckerberg respondió a la mayoría de preguntas con su habitual “no lo sé” o “fue mi culpa, pudimos hacerlo mejor”. Varios congresistas, con ayuda de la prensa especializada, recapitularon las decenas de veces que, desde hace más de diez años, Zuckerberg ha reconocido sus errores y prometido arreglarlos. “No sabías qué era un perfil oculto. No sabías cuántas aplicaciones necesitas auditar. No sabías a cuántas firmas se han vendido los datos del doctor Kogan, aparte de Cambridge Analytica”, le dijo la representante demócrata Debbie Dingell.

El CEO de la red social, esta vez vestido de traje y corbata, se mantuvo tranquilo y amable, y, en esencia, respondió lo que ya había dicho a los medios una semana atrás: que admite su responsabilidad por la entrega de datos de 87 millones de usuarios a la empresa Cambridge Analytica y que va a esforzarse para solucionar los problemas. Pero estos tienen una dimensión descomunal: noticias falsas con las que se manipulan resultados electorales, mensajes de odio y xenofobia, venta de datos privados de sus usuarios para que terceros las usen, y utilización de la plataforma para campañas políticas e ideológicas extremistas y violentas.

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El problema de Facebook es muy delicado. Los congresistas demostraron que la empresa no ha podido autorregularse porque su modelo de negocio se basa, justamente, en la minería de datos de sus usuarios, para aprovecharla en el mundo de la publicidad. Con las tecnologías actuales de big data e inteligencia artificial, es posible capturar la información que las personas dejan a diario en su vida digital, procesarla y analizarla para encontrar patrones de consumo, hábitos, tendencias y gustos, y esta información queda al servicio de estrategias publicitarias, comerciales o políticas. Compañías de mercadeo compran a Facebook datos y hacen cosas increíbles con estos, desde llegar con anuncios casi personalizados hasta cambiar gobiernos en varios países. El mismo día de la primera comparecencia de Zuckerberg, el martes 10 de abril, Cambridge Analytica (la firma acusada de manipular los datos de Facebook para favorecer al candidato Trump) expidió un comunicado para resaltar que adquirió legalmente la información que utilizó en sus maniobras políticas, sin violar normativa alguna.

Y era verdad. En eso se basa el negocio de Facebook, en mercadear los resultados de su avanzada minería de datos. Pero no solo esta red social lo hace. Todas las grandes plataformas de internet (Google, WhatsApp, Instagram y Twitter) tienen el mismo negocio y, por eso, esos servicios son gratuitos. Sus enormes bases de datos de usuarios constituyen una mina de oro que vale mucho más que los cuatro o cinco dólares que podrían cobrar a cada suscriptor. Zuckerberg fue claro y tajante el miércoles en afirmar que Facebook seguirá gratis y que su modelo de negocio no va a cambiar.

La principal preocupación de la semana pasada giró en torno a qué hacer para ponerle fin al problema. Varias consideraciones salieron a la luz. Una, que no se trata de regular a Facebook, sino a la internet en general. Pero imponer nuevas regulaciones amenazaría la muy valorada libertad de la web y acabaría con el bastión esencial de participación ciudadana y libertad de prensa; además, impediría que las partes buenas de la inteligencia artificial y los algoritmos trabajen en beneficio de la economía y la innovación. La democracia, en varios sentidos, depende de internet. Otra, la indefinición corporativa de Facebook. ¿Es una empresa de medios? ¿Es una empresa de publicidad? ¿Es una compañía financiera? Para cada una de esas tres categorías existen marcos regulatorios claros, pero Facebook no se ajusta a ninguna de ellas. “Considero que somos una empresa de tecnología”, dijo en este punto Zuckerberg a los congresistas.

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Se ha discutido la posibilidad de tratar a Facebook como un monopolio y aplicarle la legislación respectiva que bloquearía sus adquisiciones y la obligaría a dividirse en varias empresas, como se hace cuando un monopolio perjudica a los consumidores.

Europa, entre tanto, ya adoptó un camino. En semanas entrará en vigor la nueva reforma de privacidad de datos, que impone duras y restrictivas condiciones a las plataformas tecnológicas. El propio Zuckerberg, y ese fue tal vez su mejor anuncio la semana pasada, dijo que Facebook acatará estas medidas, incluso, en territorio norteamericano, aunque no exista en su país una ley que lo exija.

Parece que el Congreso de Washington tardará bastante en construir un marco legal que ponga en cintura a las redes sociales. Y, entre tanto, Facebook permanece imperturbable en su negocio. De hecho, al salir de la reunión con los congresistas, Zuckerberg recibió la noticia de un repunte del 4,5 por ciento en el valor de la compañía, después de la caída del 14 por ciento cuando estalló el escándalo de Cambridge Analytica. Los mercados financieros respaldaron a la red social.