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"MATE A MIL Y MATARE A OTROS MIL"

Un veterano de Vietnam ultima a balazos a 22 personas en un restaurante de San Diego. Las claves de la masacre individual más grande en USA

27 de agosto de 1984

Albert Leos, un empleado de 17 años de la cadena de restaurantes Mc Donald's, recordará siempre el 18 de julio de 1984 Ese día, a las cuatro y media de la tarde, Albert creyó que alucinaba y que la película "Rambo" se encarnaba en una realidad escalofriante. Al comienzo no reparó en el individuo alto, cuarentón, que vestía una camiseta negra y un pantalón de camuflaje (iguales a los de Sylvester Stallone en la recreación filmica del ex combatiente de Vietnam que ahora apunta el arma hacia sus conciudadanos). Tampoco entendió el grito: "Todos al piso"; ni logró sumar las cifras deshilvanadas del horror subsiguiente, hasta que vio caer al lado suyo un hombre con la cabeza destrozada de un escopetazo, hasta que paladeó el terror cuando las balas cegaron a una familia entera, que segundos antes comía apaciblemente sus hamburguesas.
Mucho fue lo que Leos y otros pocos sobrevivientes tuvieron que ver en esa tarde infernal, en el restaurante "San Isidro", de la cadena Mc Donald's, ubicado en las afueras de la ciudad de San Diego, en el Estado de California, a kilómetro y medio de la frontera con México. Vieron, por ejemplo, una bebita de cuatro meses acribillada en su "moisés"; vieron a ese niño de ocho años que había entrado a comprar un helado, que intentó huir en bicicleta y fue abatido en la acera por el implacable asesino. Oyeron durante 90 minutos una sinfonía atroz, alaridos, estertores, vidrios que estallan y una letania apocalíptica vociferada por el criminal: "Maté a mil, mataré a otros mil".
Y la amenaza no sonaba retórica en ese infierno, en esa carnicería cinematográfica, en la que los muertos no eran extras y la sangre que empapó suelos, mesas y paredes, no era de utilería. La furia del asesino, equipado con un rifle automático de 9 milímetros, una escopeta de doce y una pistola calibre 45, no se detuvo ni ante la llegada de un cuerpo especial de la Policía local. Y de nada sirvió que trajeran a su mujer para negociar una imposible rendición. El hombre intuía, tal vez, que la orgía de sangre sólo podía concluir con su propia muerte. Y ésta llegó, cuando por una fracción de segundo se descolocó de la cobertura que había elegido tras un mostrador, una sola bala certera lo puso fuera de combate en forma instantánea.
"Disparaba a cualquier bulto que se moviera"
En los minutos subsiguientes a la masacre los datos que comenzaron a salir al exterior fueron confusos: se hablaba de 20 muertos y doce heridos, cifras que luego ascendieron a 22. El comandante de la Policía californiana describió al asesino como un hombre de 40 años, "presumiblemente de origen latinoamericano". Suspicacia racista que no tardó en derrumbarse: el autor de la matanza era el muy sajón James Oliver Huberty, de 41 años, un veterano de la guerra de Vietnam que, como continuación de su profesión militar, se desempeñaba como guardia de seguridad y había sido recientemente despedido de su empleo.
La pasmosa cacería --"el hombre disparaba a cualquier bulto que se moviera"-- pasaba a ser la "matanza más importante consumada en un sólo día en el Estado de California y la más grande protagonizada por un sólo individuo en el país", según palabras del oficial de Policía John Slough. El nuevo récord desplaza en las estadísticas a otros episodios similares, como el que protagonizó el francotirador Charles U. Withman en 1966. Como se recordara, este otro loco homicida se subió a la torre de la universidad de Texas y con un rifle de mira telescópica se dedicó a hacer punteria sobre cualquier persona que se le atravesara en la línea de fuego, dejando, antes de morir, un tendal de 16 cadáveres.
Entre la masacre y el crimen ritual
Con sugestiva frecuencia los cables dan cuenta de una "violencia americana" que oscila entre la masacre indiscriminada y el crimen ritual de las sectas esotéricas. La gente suele incorporar el dato sin detenerse a reflexionar, hasta que es sacudida --como en San Diego-- por el horror de los guarismos o por la celebridad de algunas víctimas como ocurrió en los casos de John Lennon o Sharon Tate, masacrada junto a sus amigos por la banda demoníaca de Charles Manson.
Diez días antes de que Huberty abriera fuego sobre los cien parroquianos del restaurante "San Isidro", este cable procedente de una pequeña ciudad de Estados Unidos, pasaba bastante desapercibido en las redacciones mundiales: "Con espanto, los habitantes de North Portl, a menos de una hora del centro de Nueva York, acaban de descubrir que muchos de sus hijos estaban poseidos por Satán, y que algunos de ellos eran asesinos. El miércoles pasado la Policía encontró en medio de un bosque el cadáver de un jovencito de 17 años, Garry Lauwers, asesinado. El joven fue salvajemente ejecutado según un ritual satánico por un grupo de adolescentes pertenecientes a la secta de "Los caballeros del círculo negro". La víctima fue conducida por la fuerza a un caldero donde ardía una gran fogata. Garry Lauwers, a quien los miembros de la secta le arrancaron los ojos, fue asesinado de varias puñaladas, algunas en la cara. Al parecer, había robado 10 bolsitas de Polvo de Angel, un alucinógeno extremadamente poderoso. En todo el episodio, la droga circulaba libremente... Dos jóvenes, Richard Kasso de 17 años y James Troiano de 18, hicieron una prolija confesión y fueron encarcelados. Al día siguiente, Kasso fue encontrado colgado en su celda".
LSD, como en Vietnam
La droga también tuvo algo que ver con la masacre del restaurante: un jóven de 16 años, Dusty Briseño, reveló que "Huberty usaba el alucinógeno LSD y que algunas veces se ponía violento". Aparentemente, la tarde fatal se desequilibró porque su mujer se llevó a sus dos hijas al Mc Donald's --media hora antes de la masacre-- y lo dejó sólo. Pero las explicaciones --sin pretender caer en un sociologísmo adocenado-- deben buscarse más lejos, en el delta del Río Mekong.
Cientos de casos menos resonantes que el de Huberty --pero de la misma índole criminal-- revelan que no es posible masacrar a 500 niños y mujeres del pueblecito de My Lai, o rociar con Napalm y defoliante los campos de Vietnam y volver a casa como si nada, dispuesto a casarse con "la muchacha de la casa de al lado". Ninguna sociedad, desde luego, esta exenta de la locura homicida de algunos de sus miembros y sería injusto cargarle el San Benito en exclusividad a la sociedad norteamericana, pero cuando hay una persistencia, un estilo, (eso que podríamos llamar "American way of killing por oposición al American way of life) es preciso ir más allá de la demencia individual y desentraríar las grandes claves colectivas.
El propio asesino de San Diego nos da la pauta con su grito nihilista: "maté a mil y mataré a otros mil". ¿Difiere mucho ese discurso del que usan los funcionarios que suponen factible una guerra nuclear limitada?.--
Miguel Bonasso, corresponsal de SEMANA en México