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¿Otra década perdida?

La crisis latinoamericana empaña el sueño de prosperidad con que hace 12 años la región asumió la globalización.

1 de abril de 2002

En medio de la peor recesion economica de la historia de Argentina la gente no puede ver un político en la calle sin perseguirlo con los populares ‘escraches’. En Venezuela civiles y militares armados de cacerolas piden la renuncia del presidente Hugo Chávez, quien no logró las metas sociales que propuso. En Colombia la mayoría de ciudadanos se sienten insatisfechos con el manejo de la economía y miles emigran al mundo desarrollado por cuenta de la recesión o la violencia. Brasil apenas se recupera de una grave crisis energética. En Ecuador, Perú y Bolivia las protestas y la falta de popularidad de los gobernantes son motivo de gran preocupación. En México los índices de aprobación del presidente caen aparatosamente. Desde 1999 la región no se levanta de una penosa crisis marcada por economías estancadas, instituciones debilitadas, aumento en la deuda externa y una corrupción estatal generalizada.

Pero este no era el panorama que se vislumbraba a comienzos de los años 90. Hasta la década anterior se explicaba el mediocre desempeño de la región por la existencia de dictaduras y el proteccionismo imperante. Pero acabada la Guerra Fría vino la última ola de democratización, y todos los países, a ritmos diferentes, abrazaron las reformas económicas aconsejadas por el FMI. Para los 90, ya la democracia liberal reinaba en la región, los monopolios estatales se habían privatizado y todos los gobiernos cantaban las bondades del libre comercio. La inversión extranjera llegó con fuerza, lo que ayudó a los Estados a financiar el gasto público y privado. Las economías de la región parecían pujantes. Pero entonces ocurrieron las crisis de México (1994) y la de Asia (1997) que redujeron el flujo de capital extranjero al continente. Comenzaron entonces diferentes procesos de ajuste que implicaron una reducción de la demanda agregada y del crecimiento.

Pero a pesar de que el desarrollo que se esperaba nunca llegó, la fe en las políticas neoliberales no se había perdido. Así, en abril del año pasado el presidente norteamericano, George W. Bush, dio una charla en una cumbre hemisférica en Canadá donde expuso su sueño de convertir este siglo en “el siglo de las Américas”. En esa oportunidad declaró: “Tenemos una gran visión ante nosotros: un hemisferio plenamente democrático, unido gracias a la buena voluntad y el libre comercio. Es una oportunidad única”. El presidente estadounidense parecía sincero en sus intenciones, decía frases en español en sus discursos y al primer líder extranjero que visitó fue al presidente mexicano Vicente Fox.

Sin embargo, el sueño de que esta fuera, si no el siglo, al menos la década de Latinoamérica, terminó de desmoronarse después del 11de septiembre. Fue el empujón que faltaba para que Estados Unidos cayera en la recesión mundial y con él, las economías latinoamericanas. La política exterior estadounidense se concentró en la guerra contra el terrorismo y la inversión y las importaciones se vieron menguadas. Recientemente la sensación de abandono por parte de Estados Unidos se hizo más evidente cuando Bush aumentó los aranceles del acero, uno de los principales productos de importación de Brasil. Para muchos es irónico que mientras el país del norte exige eliminar el proteccionismo lo practica abiertamente con sus propias industrias.

Por todo lo anterior cada vez son más numerosas las voces que culpan de tanta desgracia a las reformas liberales promovidas por Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional. Hace 15 días en la cumbre de Monterrey los líderes del Tercer Mundo describieron a la globalización como un espejismo económico que promete riqueza pero no la genera. El presidente de Argentina, Eduardo Duhalde, también ha acusado al FMI de la crisis de su nación y hasta los candidatos a la presidencia de Colombia, país tradicionalmente caracterizado por el cumplimiento con los organismos económicos, han culpado al neoliberalismo de la crisis actual y han propuesto una cesación de pagos de la deuda.

Según Gabriel Piraquive, subdirector de política fiscal del Departamento Nacional de Planeación de Colombia, la culpa no es del FMI sino de los gobiernos que no cumplen con sus obligaciones y luego le echan la culpa de todos los males. Sin embargo, últimamente no sólo los gobiernos latinoamericanos dirigen su dedo acusador contra esta institución. El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz asegura en un artículo del diario El País de España, que aunque sería agradable poder culpar a la mala administración macroeconómica de los países en desarrollo de la crisis, esto de nada servirá. Para él, el problema está en que “el Fondo Monetario pone como condición para suministrar ayuda, que los países apliquen una política monetaria y fiscal de contracción, empeorando la caída, en contraste con los principios fundadores del FMI, según los cuales se debería prestar asistencia siempre que los países aplicaran políticas expansionistas”.

Para Eduardo Lora, jefe de investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el común denominador de la crisis es el origen externo del problema, en cuanto “la inestabilidad de los flujos de capitales de inversión se volvió más aguda desde el 11 de septiembre. Hasta el gobierno de Clinton, era posible esperar el apoyo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Pero ahora el ejemplo de Argentina, a la que le negaron la ayuda, es muy diciente. Por ahora prima la posición de que los mecanismos de apoyo a las economías en crisis crea un ‘moral hazard’, o sea la tendencia a un comportamiento irresponsable tanto de los países como de los inversionistas”. Esa posición es rebatida, según Lora, por quienes creen que el problema nace del financiamiento ilimitado e inestable dentro del concepto de los “riesgos de la globalización”.

Junto con este recelo por las políticas del FMI la fe en la democracia liberal también empieza a flaquear. Según una investigación de la firma chilena Latinobarómetro, el sentimiento a favor de la democracia bajó en casi toda la región el año pasado. Así mismo se teme un repliegue hacia el proteccionismo y el populismo. A pesar de ello, por ahora los países latinoamericanos siguen proponiendo o llevando a cabo las reformas aconsejadas por el FMI, bien sea porque creen en ellas o porque las cartas de compromiso así lo exigen. No obstante, en cada cambio de gobierno no faltan los candidatos decididos a darles un completo giro a las políticas económicas en busca del esquivo bienestar. Todo parece indicar que esta no será la década dorada de Latinoamérica.



En medio de la peor recesion economica de la historia de Argentina la gente no puede ver un político en la calle sin perseguirlo con los populares ‘escraches’. En Venezuela civiles y militares armados de cacerolas piden la renuncia del presidente Hugo Chávez, quien no logró las metas sociales que propuso. En Colombia la mayoría de ciudadanos se sienten insatisfechos con el manejo de la economía y miles emigran al mundo desarrollado por cuenta de la recesión o la violencia. Brasil apenas se recupera de una grave crisis energética. En Ecuador, Perú y Bolivia las protestas y la falta de popularidad de los gobernantes son motivo de gran preocupación. En México los índices de aprobación del presidente caen aparatosamente. Desde 1999 la región no se levanta de una penosa crisis marcada por economías estancadas, instituciones debilitadas, aumento en la deuda externa y una corrupción estatal generalizada.

Pero este no era el panorama que se vislumbraba a comienzos de los años 90. Hasta la década anterior se explicaba el mediocre desempeño de la región por la existencia de dictaduras y el proteccionismo imperante. Pero acabada la Guerra Fría vino la última ola de democratización, y todos los países, a ritmos diferentes, abrazaron las reformas económicas aconsejadas por el FMI. Para los 90, ya la democracia liberal reinaba en la región, los monopolios estatales se habían privatizado y todos los gobiernos cantaban las bondades del libre comercio. La inversión extranjera llegó con fuerza, lo que ayudó a los Estados a financiar el gasto público y privado. Las economías de la región parecían pujantes. Pero entonces ocurrieron las crisis de México (1994) y la de Asia (1997) que redujeron el flujo de capital extranjero al continente. Comenzaron entonces diferentes procesos de ajuste que implicaron una reducción de la demanda agregada y del crecimiento.

Pero a pesar de que el desarrollo que se esperaba nunca llegó, la fe en las políticas neoliberales no se había perdido. Así, en abril del año pasado el presidente norteamericano, George W. Bush, dio una charla en una cumbre hemisférica en Canadá donde expuso su sueño de convertir este siglo en “el siglo de las Américas”. En esa oportunidad declaró: “Tenemos una gran visión ante nosotros: un hemisferio plenamente democrático, unido gracias a la buena voluntad y el libre comercio. Es una oportunidad única”. El presidente estadounidense parecía sincero en sus intenciones, decía frases en español en sus discursos y al primer líder extranjero que visitó fue al presidente mexicano Vicente Fox.

Sin embargo, el sueño de que esta fuera, si no el siglo, al menos la década de Latinoamérica, terminó de desmoronarse después del 11de septiembre. Fue el empujón que faltaba para que Estados Unidos cayera en la recesión mundial y con él, las economías latinoamericanas. La política exterior estadounidense se concentró en la guerra contra el terrorismo y la inversión y las importaciones se vieron menguadas. Recientemente la sensación de abandono por parte de Estados Unidos se hizo más evidente cuando Bush aumentó los aranceles del acero, uno de los principales productos de importación de Brasil. Para muchos es irónico que mientras el país del norte exige eliminar el proteccionismo lo practica abiertamente con sus propias industrias.

Por todo lo anterior cada vez son más numerosas las voces que culpan de tanta desgracia a las reformas liberales promovidas por Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional. Hace 15 días en la cumbre de Monterrey los líderes del Tercer Mundo describieron a la globalización como un espejismo económico que promete riqueza pero no la genera. El presidente de Argentina, Eduardo Duhalde, también ha acusado al FMI de la crisis de su nación y hasta los candidatos a la presidencia de Colombia, país tradicionalmente caracterizado por el cumplimiento con los organismos económicos, han culpado al neoliberalismo de la crisis actual y han propuesto una cesación de pagos de la deuda.

Según Gabriel Piraquive, subdirector de política fiscal del Departamento Nacional de Planeación de Colombia, la culpa no es del FMI sino de los gobiernos que no cumplen con sus obligaciones y luego le echan la culpa de todos los males. Sin embargo, últimamente no sólo los gobiernos latinoamericanos dirigen su dedo acusador contra esta institución. El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz asegura en un artículo del diario El País de España, que aunque sería agradable poder culpar a la mala administración macroeconómica de los países en desarrollo de la crisis, esto de nada servirá. Para él, el problema está en que “el Fondo Monetario pone como condición para suministrar ayuda, que los países apliquen una política monetaria y fiscal de contracción, empeorando la caída, en contraste con los principios fundadores del FMI, según los cuales se debería prestar asistencia siempre que los países aplicaran políticas expansionistas”.

Para Eduardo Lora, jefe de investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el común denominador de la crisis es el origen externo del problema, en cuanto “la inestabilidad de los flujos de capitales de inversión se volvió más aguda desde el 11 de septiembre. Hasta el gobierno de Clinton, era posible esperar el apoyo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Pero ahora el ejemplo de Argentina, a la que le negaron la ayuda, es muy diciente. Por ahora prima la posición de que los mecanismos de apoyo a las economías en crisis crea un ‘moral hazard’, o sea la tendencia a un comportamiento irresponsable tanto de los países como de los inversionistas”. Esa posición es rebatida, según Lora, por quienes creen que el problema nace del financiamiento ilimitado e inestable dentro del concepto de los “riesgos de la globalización”.

Junto con este recelo por las políticas del FMI la fe en la democracia liberal también empieza a flaquear. Según una investigación de la firma chilena Latinobarómetro, el sentimiento a favor de la democracia bajó en casi toda la región el año pasado. Así mismo se teme un repliegue hacia el proteccionismo y el populismo. A pesar de ello, por ahora los países latinoamericanos siguen proponiendo o llevando a cabo las reformas aconsejadas por el FMI, bien sea porque creen en ellas o porque las cartas de compromiso así lo exigen. No obstante, en cada cambio de gobierno no faltan los candidatos decididos a darles un completo giro a las políticas económicas en busca del esquivo bienestar. Todo parece indicar que esta no será la década dorada de Latinoamérica.



Informes del Banco Mundial sobre América Latina



En medio de la peor recesion economica de la historia de Argentina la gente no puede ver un político en la calle sin perseguirlo con los populares ‘escraches’. En Venezuela civiles y militares armados de cacerolas piden la renuncia del presidente Hugo Chávez, quien no logró las metas sociales que propuso. En Colombia la mayoría de ciudadanos se sienten insatisfechos con el manejo de la economía y miles emigran al mundo desarrollado por cuenta de la recesión o la violencia. Brasil apenas se recupera de una grave crisis energética. En Ecuador, Perú y Bolivia las protestas y la falta de popularidad de los gobernantes son motivo de gran preocupación. En México los índices de aprobación del presidente caen aparatosamente. Desde 1999 la región no se levanta de una penosa crisis marcada por economías estancadas, instituciones debilitadas, aumento en la deuda externa y una corrupción estatal generalizada.

Pero este no era el panorama que se vislumbraba a comienzos de los años 90. Hasta la década anterior se explicaba el mediocre desempeño de la región por la existencia de dictaduras y el proteccionismo imperante. Pero acabada la Guerra Fría vino la última ola de democratización, y todos los países, a ritmos diferentes, abrazaron las reformas económicas aconsejadas por el FMI. Para los 90, ya la democracia liberal reinaba en la región, los monopolios estatales se habían privatizado y todos los gobiernos cantaban las bondades del libre comercio. La inversión extranjera llegó con fuerza, lo que ayudó a los Estados a financiar el gasto público y privado. Las economías de la región parecían pujantes. Pero entonces ocurrieron las crisis de México (1994) y la de Asia (1997) que redujeron el flujo de capital extranjero al continente. Comenzaron entonces diferentes procesos de ajuste que implicaron una reducción de la demanda agregada y del crecimiento.

Pero a pesar de que el desarrollo que se esperaba nunca llegó, la fe en las políticas neoliberales no se había perdido. Así, en abril del año pasado el presidente norteamericano, George W. Bush, dio una charla en una cumbre hemisférica en Canadá donde expuso su sueño de convertir este siglo en “el siglo de las Américas”. En esa oportunidad declaró: “Tenemos una gran visión ante nosotros: un hemisferio plenamente democrático, unido gracias a la buena voluntad y el libre comercio. Es una oportunidad única”. El presidente estadounidense parecía sincero en sus intenciones, decía frases en español en sus discursos y al primer líder extranjero que visitó fue al presidente mexicano Vicente Fox.

Sin embargo, el sueño de que esta fuera, si no el siglo, al menos la década de Latinoamérica, terminó de desmoronarse después del 11de septiembre. Fue el empujón que faltaba para que Estados Unidos cayera en la recesión mundial y con él, las economías latinoamericanas. La política exterior estadounidense se concentró en la guerra contra el terrorismo y la inversión y las importaciones se vieron menguadas. Recientemente la sensación de abandono por parte de Estados Unidos se hizo más evidente cuando Bush aumentó los aranceles del acero, uno de los principales productos de importación de Brasil. Para muchos es irónico que mientras el país del norte exige eliminar el proteccionismo lo practica abiertamente con sus propias industrias.

Por todo lo anterior cada vez son más numerosas las voces que culpan de tanta desgracia a las reformas liberales promovidas por Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional. Hace 15 días en la cumbre de Monterrey los líderes del Tercer Mundo describieron a la globalización como un espejismo económico que promete riqueza pero no la genera. El presidente de Argentina, Eduardo Duhalde, también ha acusado al FMI de la crisis de su nación y hasta los candidatos a la presidencia de Colombia, país tradicionalmente caracterizado por el cumplimiento con los organismos económicos, han culpado al neoliberalismo de la crisis actual y han propuesto una cesación de pagos de la deuda.

Según Gabriel Piraquive, subdirector de política fiscal del Departamento Nacional de Planeación de Colombia, la culpa no es del FMI sino de los gobiernos que no cumplen con sus obligaciones y luego le echan la culpa de todos los males. Sin embargo, últimamente no sólo los gobiernos latinoamericanos dirigen su dedo acusador contra esta institución. El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz asegura en un artículo del diario El País de España, que aunque sería agradable poder culpar a la mala administración macroeconómica de los países en desarrollo de la crisis, esto de nada servirá. Para él, el problema está en que “el Fondo Monetario pone como condición para suministrar ayuda, que los países apliquen una política monetaria y fiscal de contracción, empeorando la caída, en contraste con los principios fundadores del FMI, según los cuales se debería prestar asistencia siempre que los países aplicaran políticas expansionistas”.

Para Eduardo Lora, jefe de investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el común denominador de la crisis es el origen externo del problema, en cuanto “la inestabilidad de los flujos de capitales de inversión se volvió más aguda desde el 11 de septiembre. Hasta el gobierno de Clinton, era posible esperar el apoyo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Pero ahora el ejemplo de Argentina, a la que le negaron la ayuda, es muy diciente. Por ahora prima la posición de que los mecanismos de apoyo a las economías en crisis crea un ‘moral hazard’, o sea la tendencia a un comportamiento irresponsable tanto de los países como de los inversionistas”. Esa posición es rebatida, según Lora, por quienes creen que el problema nace del financiamiento ilimitado e inestable dentro del concepto de los “riesgos de la globalización”.

Junto con este recelo por las políticas del FMI la fe en la democracia liberal también empieza a flaquear. Según una investigación de la firma chilena Latinobarómetro, el sentimiento a favor de la democracia bajó en casi toda la región el año pasado. Así mismo se teme un repliegue hacia el proteccionismo y el populismo. A pesar de ello, por ahora los países latinoamericanos siguen proponiendo o llevando a cabo las reformas aconsejadas por el FMI, bien sea porque creen en ellas o porque las cartas de compromiso así lo exigen. No obstante, en cada cambio de gobierno no faltan los candidatos decididos a darles un completo giro a las políticas económicas en busca del esquivo bienestar. Todo parece indicar que esta no será la década dorada de Latinoamérica.



Informes del Banco Mundial sobre América Latina



América Latina mantiene rumbo económico y político frente a crisis, señala iglesias (Banco Interamericano de Desarrollo. BID)