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PINOCHET: UNO CONTRA TODOS

Ante la creciente protesta chilena, el general Pinochet ha resuelto sentarse firmemente sobre sus bayonetas

31 de diciembre de 1984

A once años del sangriento golpe militar, el mundo entero sigue esperando que caiga Pinochet. El cual, por su parte, prefiere celebrar tranquilamente su cumpleaños recibiendo en La Moneda los abrazos de felicitación de sus compañeros de armas y de los ministros nombrados por su dedo todopoderoso. En torno a La Moneda, Chile está militarizado hasta los dientes. Pero no pasa nada. Por eso: porque Chile está militarizado hasta los dientes.
Tan militarizado, casi, como lo estuvo en los primeros meses del golpe que derrocó al gobierno de la Unidad Popular el 11 de septiembre de 1973. Tras las protestas populares del 30 de octubre pasado, que se saldaron con nueve muertos y docenas de heridos, Pinochet anunció que haría "un nuevo once de septiembre", y coincidiendo con la noticia de la victoria de Reagan en las elecciones norteamericanas puso a Chile bajo estado de sitio y decretó el toque de queda. Fueron cerradas las revistas de la oposición tolerada -Apsi, Cauce, Análisis, Fortín Mapocho- y Hoy quedó sometida a una censura previa que le prohibe hablar de política.
Es decir, le prohíbe hablar de lo que todos los chilenos pueden ver: que hay tanquetas patrullando en las esquinas, carabineros armados en los parques, camiones de soldados erizados de fusiles ametralladores recorriendo las calles y helicópteros artillados trazando grandes círculos en el cielo de Santiago. Pero lo que de verdad se pretende es que los chilenos no se percaten del creciente aislamiento del régimen militar. Lo ha abandonado la Iglesia, que por primera vez lo critica abiertamente y no sólo por el tas tás de los derechos humanos: monseñor Fresno Larraín arzobispo de Santiago, condenó en una pastoral (que fue censurada) el estado de sitio, y convocó a un viernes de ayuno y oración en las iglesias por el retorno de Chile a la normalidad. Lo han abandonado los partidos de la derecha que hace once años aplaudieron el golpe y ahora piden el retiro de Pinochet y el retorno de la democracia, "como en Uruguay", dicen. Lo han abandonado los banqueros y los empresarios, que empiezan a considerar la gestión militar tan catastrófica para sus intereses como la del gobierno de Salvador Allende. Y lo han abandonado hasta los Estados Unidos: el Departamento de Estado ha dicho que está "muy desilusionado con el régimen del general Pinochet", y el "número dos" del Pentágono, que debía visitar a sus colegas chilenos en estos días, canceló abruptamente su viaje hasta el levantamiento del estado de sitio.
Si la censura de prensa oculta esas noticias, no puede en cambio disfrazar lo que es el verdadero detonante de la protesta generalizada, que es la catastrófica situación económica. Más de un treinta por ciento de desempleo, una deuda externa que supera los veinte mil millones de dólares (la más alta per cápita del mundo), una caída del PNB del 20% en los dos últimos años y una inflación que pasó del 8% en el mes de octubre. Todo eso sobre un panorama industrial devastado por el paso de los "Chicago boys", venidos a aplicar las teorías del monetarismo friedmaniano al amparo de la dictadura y tras cuyas herraduras no ha vuelto a crecer la hierba.
Durante los llamados años del boom, hasta el 81, Chile vivió una efímera primavera de prosperidad a debe: se endeudó el Estado con los organismos internacionales de crédito, se endeudaron las empresas con la banca nacional y extranjera, se endeudaron, en fin, los particulares para financiar una orgía de consumo suntuario, al tiempo que se creaban grandes imperios de papel. Cuando vino el derrumbe y empezaron las quiebras en cadena, el Estado avaló la deuda externa privada -16 mil millones de dólares- para limitar la catástrofe, intervino los cinco grandes bancos en situación desesperada y consiguió obtener plazos y prórrogas de la banca internacional. Pero ha llegado el momento de empezar a pagar. En 1985 Chile tiene que pagar 2.400 millones de dólares solo en intereses (sin amortizar un centavo de la deuda), lo cual equivale a más del 60 por ciento de los ingresos por exportaciones, en un año bueno. Y éste será malo: los precios del cobre han caído al nivel más bajo de la historia, y los clientes de Chile para otros productos están ellos también en crisis y reduciendo sus importaciones, empezando por los Estados Unidos, que acaba de suspender las importaciones de fresas y alcachofas chilenas; Para los expertos del FMI, Chile es hoy un pais-desastre: "inviable". Y para los habitantes de las "poblaciones", los miserables barrios de invasión de Santiago en donde el desempleo supera el 70 por ciento y la desnutrición infantil alcanza niveles desconocidos en la historia de Chile, esa inviabilidad salta a la vista.
Desde que todo esto estuvo claro, a mediados del año pasado, y empezó la movilización social contra el régimen, Pinochet ha ensayado tres estrategias sucesivas para salir del mal paso. Primero fue la apertura política: en agosto de 1983 nombró a un civil, Onofre Jarpa, ministro del Interior para que se encargara de hacerla. La apertura de Jarpa, aunque fue más de maquillaje que de fondo y no satisfizo ni siquiera las exigencias mínimas de la oposición, consiguió desactivar temporalmente la protesta social. Pero la crisis económica no dio tregua, y Pinochet recurrió entonces a la "reactivación económica" llamando a un nuevo equipo que echó por la borda lo que quedaba de los "Chicago boys", y también fracasó estruendosamente. Ahora le queda solamente su última carta, que fue también la primera: la militar.
A la amplia protesta popular de finales de octubre, a las críticas de la Iglesia, a la insatisfacción de la derecha civil, a las reticencias de los Estados Unidos, Pinochet responde poniendo una patrulla de soldados en cada esquina. Y para prevenir nuevas movilizaciones decreta el toque de queda, cierra la prensa, censura las pastorales del arzobispo y las exhortaciones del Departamento de Estado norteamericano y allana preventivamente las "poblaciones" más conflictivas: La Victoria, La Legua, Santa Julia, Silva Henríquez... El ejército rodea las poblaciones al amanecer, registra casa por casa en busca de armas, se lleva a todos los varones mayores de catorce años a un estadio, y algunos centenares de entre ellos acaban relegados -por tres meses, o más, si el estado de sitio se prolonga- a pueblos remotos en el norte y el sur del país, Pisagua, Maullín, Quiriquina. En la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago señalan que hay todavía muchos detenidos cuyo destino final se desconoce, aunque no quieren llamarlos aún técnicamente "desaparecidos".
Esta política de amedrentamiento ha sido un éxito para el régimen, si se juzga por el escaso resultado que tuvieron al final de noviembre las jornadas de protesta convocadas por un Comité Nacional por la Protesta que reunía, por primera vez, a toda la oposición. Hubo solamente un par de bombas nocturnas, algunas barricadas incendiadas en La Victoria, una pequeña manifestación rápidamente dispersada en la plaza de Armas de Santiago, choques con los carabineros en algunos centros universitarios, y unos trescientos detenidos, entre ellos, tres curas que trabajan en las "poblaciones". Pero el ejército y los carabineros se abstuvieron de disparar con bala, y no hubo muertos esta vez.
Una situación así, sin embargo, no es sostenible indefinidamente. Los diplomáticos extranjeros en Santiago recordaban al respecto la célebre frase de Talleyrand: "Con las bayonetas se puede hacer cualquier cosa, salvo sentarse en ellas". Pinochet se ha apoltronado sobre las bayonetas y parece dispuesto a mantenerse quieto ahí, con la pierna cruzada, hasta que pase el vendaval. Pero ya las bayonetas empiezan a picarle puntos sensibles, si se escuchan los rumores que circulan por Santiago. Los Comandantes en Jefe, miembros de la Junta Militar, se sienten cada día más hirientemente postergados por el poder crecientemente personal y autocrático de Pinochet. Hace un par de semanas el comandante de la Fuerza Aérea, general Matthei, hizo declaraciones a la prensa que contradecían las del Presidente en cuanto a los plazos prometidos para el tránsito a la democracia una democracia, desde luego, "protegida por las Fuerzas Armadas". "Cuando los partidos no existen en un país, reina el caudillismo", dijo Matthei, que además está ofendido por el considerable recorte presupuestal que acaba de sufrir su arma y por la intención anunciada por Pinochet de crear una brigada aerotransportada del ejército, con aviones y pilotos propios. Por su lado el comandante de la Marina, almirante Merino, se quejó airadamente (y fue censurado) de que el tratado con la Argentina sobre el diferendo del mar austral se hubiera hecho sin consultar con los marinos, a quienes al fin y al cabo les afecta el tema. Y finalmente los carabineros están inconformes con el nivel de dureza que ha alcanzado en ocasiones la represión, pues ellos conviven con la ciudadanía mucho más estrechamente que las otras tres armas. Durante las protestas de octubre se asegura que Pinochet ordenó vestir soldados con uniformes de carabineros para que dispararan sin tantos reatos de conciencia.
Sí. Pero tódo esto, más que otra cosa, es la expresión de un deseo. En la práctica los chilenos están convencidos de que el apoyo militar a Pinochet no tiene fisuras: no sólo el del ejército, en manos de su fidelísimo vice-comandante en jefe del general Canessa, sino también el de las demás armas, aunque se den a veces el lujo de refunfuñar un poco. El ejército chileno es, como recuerda el dirigente socialista Carlos Briones, "prusiano": nadie discute la verticalidad de la cadena de mando. Es un ejército que sólo abandonó el casco de punta del Kaiser Guillermo II cuando los instructores de la Escuela de las Américas de Panamá lo convencieron de que eso ya no se usaba en ninguna parte,y sólo lo abandonó para abrazar en cambio la doctrina de la Seguridad Nacional.

Es además un ejército herméticamente cerrado a la sociedad civil: Patricio Hales, dirigente del Partido Comunista, advierte: "quien le diga que sabe lo que pasa dentro del ejército le está mintiendo". Y hasta los ricos hoy desencantados con el régimen militar explican: "Es que a nadie se le ocurriría invitar a un milico al matrimonio de la hija: qué horror". Y los militares, a su vez, desprecian a los civiles por politiqueros, por corruptos (aunque once años de poder les han enseñado también a ellos las secretas delicias de los negocios) y por blandos frente al "peligro comunista". Nadie sueña con un complot de Generales. Y aunque a veces la aristocracia de Santiago se hace ilusiones con respecto al general Santiago Sinclair, uno de los consejeros de Pinochet, es sólo por que Sinclair es de la caballería y en consecuencia va a veces a montar al Club de Polo, por lo cual lo conoce la "gente bien". Lo malo es que en el ejército casi no lo conocen. Y a Pinochet, en cambio, sí. No sólo lleva cincuenta y cuatro años de carrera, sino que dos veces por semana va a compartir el rancho de los suboficiales en los cuarteles de todo Chile, que recorre infatigable de arriba abajo. Y tampoco sueña nadie con una conspiración de coroneles, los cuales le agradecen a Pinochet no sólo que haya "librado a Chile de las garras del marxismo internacional" sino también que les haya devuelto a los militares una respetabilidad social que habían perdido desde hace décadas: ahora sí los invitan a los matrimonios.
Y sucede sobre todo que aunque la protesta exista, y la desesperación de los sectores de más bajos ingresos sea real, y el hastío de las clases medias y altas sea creciente, y la soledad de Pinochet un hecho cada días más incontrovertible, la oposición no ha sido capaz de presentarse ante el país como una alternativa seria de sustitución al poder militar. Si a la Unidad Popular la destruyeron en buena medida sus diferencias internas (entre socialistas y comunistas, comunistas y MIR, MAPU y Socialistas), y sus enfrentamientos con la democracia cristiana que propició primero y luego aplaudió el golpe militar, esa situación no ha cambiado mucho en once años. Pese al exilio y a la represión, o quizás a causa de ellos, las divisiones de la oposición son innumerables. En teoría solamente está partida en tres: Alianza Democrática, Bloque Socialista y Movimiento Democrático Popular. Pero cada una de esas fracciones está pulverizada en múltiples partidos, más que constituida por ellos. AD está dividida entre la Derecha republicana (exPartido Naciona), la Democracia Cristiana (dividida a su vez en la fracción de Zaldívar y la fracción de Valdés), y la tendencia socialdemócrata del Partido Socialista, encabezada por Carlos Briones. El Bloque Socialista, entre los sectores del antiguo PS no absorbidos ni por AD ni por el MDP, el Partido Socialista de Ricardo Núñez, y fracciones de la izquierda cristiana y del MAPU. Y el MDP entre la fracción socialista de Clodomiro Almeyda, el Partido Comunista y el MIR. Y aunque se habla mucho de un Pacto Constitucional entre "todas las fuerzas con vocación democrática", su discusión se viene posponiendo sin cesar.
En fin de cuentas la verdadera fuerza de Pinochet no está en la unidad de las Fuerzas Armadas, que él Llama "granítica", sino en la pulverización de sus oponentes. Y el fracaso de las jornadas de protesta del 27 y el 28 vendrá probablemente a ahondar más aún sus divisiones. Los comunistas y el MIR insistirán en la necesidad de la resistencia armada, que con excepción de un bastante fantasmagórico Frente Patriótico Manuel Rodríguez prácticamente no existe en Chile. Los socialistas propugnaran por una mejor utilización de la presión internacional. Los demócratas cristianos reiterarán su convicción de que hay que acogerse al respaldo moral de la Iglesia. La cual, en fin, por boca de altos prelados del Arzobispado de Santiago, hace saber que "no es nuestra misión, como Iglesia, la de asumir un papel político y encabezar la protesta. El problema político lo debe resolver el pueblo través de sus organizaciones: partidos, sindicatos... "
Entre tanto, cada cual busca en torno algún "modelo" para mantener la esperanza. "Uruguay", dice la derecha moderada, que acaba de ganar allá las elecciones. Y matiza: "Si, pero es que allá los militares perdieron un plebiscito, y aquí no". "La Argentina", dice el centro derecha. "Sí, pero es que allá los militares perdieron la guerra de las Malvinas, y aquí no". "España": dice el centro izquierda. "Sí pero es que allá tenían un Rey, y aquí no". "Nicaragua", dice la izquierda. "Sí, pero es que allá tenían lucha armada, y aquí no"...
El General Pinochet, que también tiene modelos en la vida, piensa sin duda en el ejemplo del Generalísimo Franco, que supo morir de viejo, decentemente, en su cama.