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Según Naciones Unidas, diez de sus 28 millones de habitantes de Yemen necesitan ayuda con urgencia. | Foto: AFP

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¿Por qué a nadie le importa la guerra de Yemen?

Los intereses políticos y la ausencia de refugiados han relegado el peor conflicto de nuestros tiempos a un segundo plano. Esa indiferencia podría tener consecuencias catastróficas para el comercio y la paz mundiales.

Felipe Restrepo Acosta, periodista de SEMANA
19 de enero de 2018

Yemen está al borde del abismo. Desde 2017, ese país de la península Arábiga vive la peor epidemia de cólera de los tiempos modernos, la mayor hambruna en décadas y la más grave crisis humanitaria.

Según Naciones Unidas, diez de sus 28 millones de habitantes necesitan ayuda con urgencia. En la capital, Sana, se mezclan la basura, las aguas negras y los escombros. Pocas escuelas y universidades se mantienen en pie, y solo un puñado sigue dictando clases.

Esta situación se debe al conflicto que desde 2014 sostienen las fuerzas estatales y la guerrilla de los hutís, que ese año salieron de sus bastiones en el norte del país para atacar el sur, donde se encuentra Sana.

Desde entonces, por lo menos 10.000 personas han perdido la vida. De ellos, 5.000 son niños, y ya se habla de una generación marcada por los horrores de la guerra: 1,8 millones de menores sufre desnutrición aguda, 400.000 necesitan un tratamiento urgente para sobrevivir y 2 millones no van a la escuela.

Nada apunta a que esa situación cambie en el corto plazo. Por un lado, porque el país se convirtió en un campo de batalla por un conflicto alimentado por Arabia Saudita e Irán, que son las principales potencias económicas, militares, demográficas y religiosas de la región.

Desde 1979, estas están enzarzadas en una amarga disputa por la supremacía de su visión del islam, sunita y chiita respectivamente. Y desde 2015, Arabia Saudita se la jugó por el gobierno de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi e Irán le ha brindado apoyo militar y logístico a los hutís.

En efecto, ambos países son las principales fuentes de desestabilización de la región. Mientras que la versión extrema del islam que practican los saudíes (el wahabismo) inspiró a Al Qaeda y a Estado Islámico, Irán ha financiado milicias chiitas como Hizbulá, con las que ha tenido un profundo impacto militar y político en Líbano, Siria e Irak.

Por el otro lado, porque el conflicto se encuentra en un punto muerto. Como dijo a este portal Charles Schmitz, vicepresidente del American Institute for Yemeni Studies, “ningún bando puede ganar militarmente. Aunque la coalición saudí logre recuperar Sana, los hutís seguirán teniendo la fuerza militar necesaria para desestabilizar al país”.

Indiferencia mundial

Y sin embargo, el sufrimiento de sus habitantes no han suscitado los mismos titulares que las guerras de Siria o que la batalla de egos entre Donald Trump y el líder de Corea del Norte, Kim Jon-un.

Esa situación tiene que ver con tres factores. El primero, que la debacle de Yemen coincide con el agravamiento de otros conflictos crónicos, como la guerra civil de Sudán, la violencia sectaria en Myanmar, los ataques de Boko Haram en Nigeria, el genocidio del Congo, el conflicto fronterizo de Nagorno Karabaj, la crisis política de Burundi y la violencia del narco en México.  

El segundo, que a diferencia del conflicto sirio, la guerra de Yemen no ha producido un río de refugiados que buscan llegar a Europa, pues entre Yemen y el Viejo Continente solo hay dos caminos imposibles.

O bien por el desierto de Arabia Saudita, o bien por Eritrea, Sudán y Libia, que son países que viven conflictos casi tan graves como los de Yemen. De hecho, en el colmo de la ironía, hasta 2015 decenas miles de ciudadanos de esas naciones estaban buscando asilo en Sana y otras ciudades yemeníes.

El segundo es el decidido apoyo que Occidente le ha brindado al príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammad bin Salmán. Dentro de su país, este se ha abierto camino hacia el trono a través de múltiples purgas y, en el frente externo, escogió a Yemen como el escenario internacional para demostrar su fortaleza militar.

En mayo, durante su visita oficial a Riad, Donald Trump felicitó a los saudíes por su campaña contra “el terror” y le vendió al régimen saudí 110.000 millones en armamento. También Francia, Italia y Reino Unido se han beneficiado con el conflicto y le han suministrado bombas y armamento pesado a Arabia Saudita.

Esos tres países han además utilizado su poder de veto el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para bloquear cualquier acción contra los saudíes. A finales del año pasado, el alto comisionado para los Derechos Humanos, Zeid Ra‘ad Zeid Al-Hussein, condenó “las reticencias de la comunidad internacional en pedir justicia para las víctimas”.

Pero eso no es todo. Como dijo en diálogo con SEMANA Martha Mundy, especialista en la materia y profesora emérita de la London School of Economics, “los bombardeos no han logrado el objetivo de sacar a los hutís de Sana, y por el contrario han tenido el efecto de transformar el conflicto en una guerra económica y de crear divisiones entre los saudíes y los emiratíes”.

Arabia ‘infeliz’

En efecto, Amnistía Internacional ha acusado a las potencias occidentales de “complicidad en el castigo colectivo de civiles”. En su campaña militar, Arabia Saudita ha usado armas prohibidas por el Derecho Internacional, como las bombas de racimo.

Sin embargo, como escribió el semanario The Economist en el especial que le dedicó recientemente al tema, “el mundo ignora bajo su propia cuenta y riesgo ese conflicto”. Y esto por dos razones.

En primer lugar, porque Yemen está muy cerca de convertirse en un Estado fallido como ya lo son Afganistán, donde imperan el caos y el yihadismo, y sobre todo la vecina Somalia, de la que la separan menos de 150 kilómetros en el mar Rojo.

Y eso está directamente relacionado con la segunda razón, pues esa es la ruta marítima que conduce al canal de Suez y por eso es una de las vías oceánicas más transitadas del mundo. Después del estrecho de Malaca en Indonesia y del cabo de Nueva Esperanza en Sudáfrica, es tercer punto con más tránsito de buques petroleros.

En buena medida, esa situación estratégica ha sido el karma de Yemen, que en el siglo XX vivió una docena de conflictos, entre ellos el que llevó a la secesión del sur del país en 1967.

La reunificación en 1990 trajo la esperanza de que el país hiciera honor al nombre que recibió en la antigüedad: ‘Arabia Felix’, es decir Arabia feliz. Pero como dijo Schmitz, “ni los hutís ni el gobierno de Hadi tienen gran cosa que aportarle al futuro de los yemeníes”.