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RUSIA

El nuevo ruso

El autoritarismo y el militarismo, sazonados de corrupción, parecen ser el panorama ruso tras la elección presidencial de Vladimir Putin.

1 de mayo de 2000

El sólo hecho de que Vladimir Putin haya sido elegido presidente de Rusia por voto popular lo convierte en el mayor exponente de los nuevos aires del país más grande del mundo. Putin ofrece muchas más cosas absolutamente novedosas para los rusos: tiene 47 años en un país acostumbrado a líderes ancianos. Esquía en la nieve. Es experto en artes marciales y vuela aviones supersónicos. Los rusos tienen un presidente fuerte, juvenil e incansable. Un contraste dramático con su mentor Boris Yeltsin.

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Y, sin embargo, Putin también representa lo más tradicional de un establecimiento ruso que, por lo visto, sólo cambió de ropajes con la caída del comunismo. El nuevo presidente ruso es abogado y economista, pero también es coronel retirado de la KGB, nieto del cocinero de Lenin y Stalin y fue espía durante varios años en Alemania Oriental, donde aprendió el idioma. Hoy parece claro que Putin tenía un perfil ideal para un país cuya preferencia por el autoritarismo es legendaria. Según dijo a SEMANA la analista Ekaterina Mijailovna, la victoria de Putin en la primera ronda con cerca del 53 por ciento de los 30 millones de votos depositados “legitima sicológicamente el triunfo del dirigente y le da fortaleza como reserva para estar al frente del poder ruso”.

El ascenso meteórico de Putin parece revelar los entretelones de una sucesión a dedo: de regreso en Leningrado, en 1990, se convirtió en mano derecha de Anatoly Sobchak, alcalde de Leningrado (hoy San Petersburgo), que murió en febrero de 1999 mientras luchaba contra cargos de corrupción. Sobchak le dio el primer empujón al nombrarlo vicealcalde en 1994 y luego, en 1996, Putin ascendió a Moscú, al poderoso círculo del presidente Boris Yeltsin, por cuenta de su hombre fuerte Anatoly Chubais.

La subida fue irresistible. En cuestión de meses Putin pasó de funcionario de la administración a jefe del servicio federal de inteligencia, a vicejefe de gobierno y a primer ministro. Para cuando, en una jugada magistral, Yeltsin renunció el 31 de diciembre, Putin estaba perfectamente posicionado para asumir la presidencia interina.

Putin le otorgó inmediatamente inmunidad a su mentor, lo cual no sólo pareció demostrar que los negociados de la familia presidencial no fueron de poca monta sino que sembró dudas sobre la integridad de Putin. Para muchos, si perteneció al círculo de Sobchak y Yeltsin es porque es de los mismos. Ya se barajan acusaciones de compra de propiedades en España con recursos oficiales de San Petersburgo.

La renuncia de Yeltsin anticipó las elecciones y dejó mal parados a los posibles postulantes. Putin pudo, en estos meses de interinidad, cimentar una elección imperdible. Tuvo a su disposición los recursos derivados del alza en los precios del petróleo para subir sueldos y pensiones y para cortejar al establecimiento militar con pedidos para su industria. Su imagen fuerte y la mano dura desplegada en Chechenia le dieron el aura de salvador de su país.

Lo que más preocupa a Occidente es el nacionalismo militante del nuevo presidente. Restableció la cátedra castrense —una especie de servicio militar de la era soviética— en los colegios de secundaria. Y llamó a 70.000 reservistas. La retórica del dirigente da a entender que Rusia se rearmará, que modernizará sus ejércitos y que ni la alianza militar Otan, ni Estados Unidos, ni ninguna otra potencia occidental van a seguir amedrentando a la Federación.

Para añadir otra incógnita, el candidato comunista Guennady Ziuganov, quien tuvo un sorprendente 29 por ciento de la votación, aspira a su porción de poder. Pero el presidente electo, que se posesionará entre el 2 y el 4 de mayo, no ha dado pistas sobre si estará en disposición de compartir el poder.

El politólogo Serguei Karaganov, quien durante muchos años estuvo cerca del ex presidente Boris Yeltsin, al llegar al mando Vladimir Putin en la primera ronda de votación dijo a SEMANA que Putin “podrá hacer lo que quiera, pues dirige un país donde casi no hay oposición, no existe un Parlamento fuerte, donde la élite está corrupta y gran parte de la población se inclina del lado de la dirección autoritaria”.