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El vuelo aterrizó en el aeropuerto de Santa Clara, en el centro de Cuba. | Foto: AP

TESTIMONIO

El relato del reportero que viajó en el primer vuelo comercial de EE. UU. a Cuba

Michael Weissenstein fue una de las pocas personas que estuvo en el histórico suceso en el que después de más de medio siglo las dos naciones iniciaron una nueva era de viajes y relaciones bilaterales.

1 de septiembre de 2016

Me tomó una hora y un cheque por 330 dólares adquirir el boleto azul impreso para mi vuelo chárter sencillo de La Habana a Miami, el último de su tipo que tomaré.

El proceso de documentación fue de casi dos horas en una larga fila que estuvo cerca de rebasar las puertas de la terminal. Apenas logré abordar mi vuelo del domingo, el cual dura apenas 45 minutos.

Volví a Cuba el miércoles en el asiento 4B, en el primer vuelo comercial desde Estados Unidos en más de medio siglo. El boleto electrónico me costó 98,90 dólares y me tomó menos de tres minutos comprarlo en el sitio web de JetBlue. Por 35 dólares más, empaqué 45 kilogramos (100 libras) adicionales de artículos que son casi imposibles de obtener en Cuba: azulejos de porcelana para la cocina, bandejas para cubos de hielo, un vestido de diseñador para mi prometida.

Multipliquen esas cifras por casi 300 vuelos semanales y se tienen las bases de un cambio radical en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, tal vez el más importante desde que los presidentes Raúl Castro y Barack Obama declararon el descongelamiento de las relaciones hace casi dos años.

Luego de más de 50 años sin servicio de transporte aéreo regular, los cubanos podrán visitar familiares en Estados Unidos en las mismas aerolíneas comerciales que ofrecen servicios al resto del mundo. Se acabaron los tiempos de pasarle una "propina" a un agente del gobierno tan solo para que te permita adquirir un boleto de avión de más de 500 dólares para el corto trayecto a Miami. Ya no habrá nadie que pese tu equipaje en el trayecto de regreso y te cobre por cada medio kilo (una libra) adicional al escaso límite establecido.

"Es una oferta buena y además somos miembros de JetBlue", me dijo Neta Rodríguez, una abuela del sur de Florida, mientras hacíamos fila para documentar la mañana del miércoles. "Lo puedes comprar desde la comodidad de la casa. ¡Si yo te digo cuánto he gastado en viajes a Cuba!".

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Para los estadounidenses, el engorroso proceso de viajar a Cuba repentinamente se liberó de obstáculos. Un afidávit federal se convirtió en una casilla a la que hay que dar clic en el sitio web de la aerolínea. Se pueden adquirir las visas cubanas en los aeropuertos estadounidenses. En un instante, una escapada de fin de semana a Cuba es una posibilidad real para millones de estadounidenses. En diciembre uno podrá volar directamente a La Habana desde Houston, Los Ángeles y Nueva York, además de los puntos de partida más evidentes como Fort Lauderdale y Miami.

La creciente clase de cubanos y cubano-estadounidenses que dividen sus vidas entre las dos naciones podrían convertir algún día los vuelos diarios entre Miami y La Habana en el equivalente caribeño del circuito Nueva York-Washington D.C.

A bordo del vuelo del miércoles desde Fort Lauderdale se vivió un ambiente festivo y matizado con imágenes de una era en la que Cuba era el escape predilecto para los vacacionistas estadounidenses. Una agrupación tocó música cubana en la puerta de abordar. Un cartel conmemorativo del nuevo destino de JetBlue muestra a una pareja enfundada en trajes típicos mientras baila alegremente.

El secretario de Transporte, Anthony Foxx, y el director general de JetBlue, Robin Hayes, viajaron hasta adelante y mediante el altavoz hablaron a los entusiasmados pasajeros que ondeaban pequeñas banderas cubanas.

A un fornido y barbudo asistente de vuelo cubano-estadounidense casi se le hizo un nudo en la garganta cuando dijo a los pasajeros "estamos muy emocionados por los cubanos y también por la gente de Estados Unidos de que esto haya ocurrido. Éste será un gran momento para todos nosotros y, estoy seguro, para las familias de los dos países".

Muchas de las personas a bordo del Airbus A320 con capacidad para 150 pasajeros eran periodistas y miembros de JetBlue. Un buen número de los que no eran reporteros o empleados de la aerolínea no tenían idea que viajaban en un vuelo histórico y quedaron por momentos abrumados e impresionados mientras Foxx daba una breve charla sobre lo que describió como un paso importante en la política de normalización de relaciones de Obama.

"Perdona que no te cogí el teléfono, nos estaba hablando el presidente", dijo un hombre a un pariente, probablemente en broma, después del aterrizaje.

Los gobiernos de Cuba y Estados Unidos insisten públicamente en que la prohibición legal formal al turismo por parte de Estados Unidos sigue siendo una barrera considerable para los visitantes estadounidenses, ya que los obliga a comprometerse en una de las 12 categorías de actividades aprobadas legalmente, entre las que se incluye el viaje educativo para encuentros de "persona a persona". En privado, la mayoría reconoce que el gobierno de Obama ha convertido la prohibición al turismo en una ficción legal.

Los estadounidenses ya no están obligados a viajar en grupos encabezados por guías de Estados Unidos que trabajan con las compañías de viajes del gobierno cubano, lo que hace imposible de aplicar cualquier requisito para viajar.

Los requisitos de grupos guiados pretendían garantizar que los estadounidenses entablaban un contacto significativo con el pueblo cubano en lugar de darse a un turismo supuestamente frívolo. Al suprimir esa restricción, el gobierno crea un mercado mucho mayor de vuelos comerciales, y en muchos casos hace más probable que los estadounidenses hagan un viaje con auténtica implicación personal.

Los estadounidenses aventureros pueden ahora volar directamente a Cuba y recorrerla por sí solos, libres de los guías de turistas del gobierno y de los choferes de autobús que se aseguran que se apeguen a los itinerarios aprobados por el gobierno.

Algunas de las nuevas rutas desde Estados Unidos vuelan a centros turísticos en los que se pueden encontrar playas de arena blanca, mojitos fríos y hoteles todo incluido, administrados por el gobierno, pero no muchas actividades educativas.

Keane Daly y Taimairie Locke, ambos de 25 años, estaban en mi vuelo y listos para un viaje mochilero de una semana alrededor de la isla, disfrutar los paisajes y, de manera educativa, practicar su español. Reservaron su primera noche en Airbnb. Después, improvisarán.

"Ya veremos a donde nos lleva el mundo", comentó Locke.