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UN PIE ADENTRO Y OTRO AFUERA

El mejor aliado de Mitterrand, el PC francés, le hace oposición desde el gobierno.

4 de junio de 1984

Los partidos socialista y comunista francés han puesto fin, a su alianza gubernamental pero por varias razones, no lo han oficializado públicamente. El vivo enfrentamiento entre esos dos partidos en las ultimas semanas, parece justificar ese análisis hecho por varios comentaristas en París. Los desacuerdos no constituyen en sí una sorpresa. Desde la llegada, en mayo de 1981, de Francois Mitterrand al poder, socialistas y comunistas han comprobado en varias oportunidades sus divergencias sobre prácticamente todos los temas de la política exterior, así como sobre la actitud a adoptar frente a la Unión Soviética. Pero, en el plano interno, el Partido Comunista Francés no había osado, hasta el dos de abril, criticar en bloque la política económica, social e industrial del gobierno dirigido por Pierre Mauroy.
Ese día, en efecto, el líder del PCF, Georges Marchais, condenó en la TV el plan sobre la siderurgia, adoptado tres días antes por el consejo de ministros, ya en ésta involucraba el cierre de algunas minas y la supresión de más de 20.000 empleos pidiendo al Presidente Mitterrand decir al país si había cambiado de política o si se había equivocado cuando formuló sus promesas. Los responsables comunistas incrementaron su presión al publicar en su diario L'Humanite un contra-plan sobre la siderurgia y al participar, el 13 de abril en París, en una manifestación de 50 mil personas venidas de las zonas más afectadas por las decisiones gubernamentales.
La actitud de la dirección comunista y su crítica sistemática de la acción del gobierno llevaron al Presidente y a los principales dirigentes socialistas a tomar la decisión de someter, el 18 de abril, la política gubernamental a] voto de los parlamentarios. El objetivo era obligar a los comunistas a aprobarla -confesando así públicamente sus contradicciones- o a condenarla, llevándolos a tomar,de esa manera la iniciativa de la ruptura. "Dialécticos", los comunistas votaron en favor de la moción de confianza al gobierno, significando con ello su fidelidad a la "Unión de la Izquierda". Sin embargo, los comunistas reafirmaron sus críticas sobre los "medios" empleados por Mitterrand para lograr los objetivos por los cuales fue elegido. "Hace tres años que estamos en el poder, dijo Georges Marchais a la TV, y hay cuatrocientos mil desocupados más". "¿Dónde está, preguntó, el crecimiento económico y los logros en planos tan importantes como el empleo y la justicia social?. La política industrial como está siendo practicada, afirmó, no nos permitirá alcanzar los objetivos fijados en 1981".
Este balance globalmente negativo desde hace más de un año no es contradictorio, según los líderes comunistas, con su presencia en el gobierno. En realidad, el partido de Georges Marchais ha decidido practicar la política de "un pie adentro y otro afuera", lo que le permite conservar sus cuatro carteras ministeriales, capitalizar el descontento, que genera la política gubernamental y obligar a Francois Mitterrand a tomar la responsabilidad histórica de una ruptura. En los dos casos, temen los socialistas, el PCF se prepara desde ahora a recoger los frutos electorales de la "traición" socialista. Esto explica por qué el Eliseo y los dirigentes socialistas insisten actualmente en tachar de "incoherente" la actitud del Partido Comunista.
De hecho, el partido del Presidente -mayoritario en la Asamblea Nacional- no desea gobernar solo. Hacerlo significaría exponerse a una ola de huelgas y conflictos sociales provocados por el sindicato CGT de sensibilidad comunista. Esa perspectiva, según el gobierno, no sólo comprometería los resultados positivos de la actual política de austeridad sino que acabaría con el consenso social que el Presidente quiere crear en torno a la restructuración de sectores claves como las minas, la construcción naval y la industria automovilística.
La ruptura con el Partido Comunista obligaría, por otro lado, al Partido Socialista a redefinir su doctrina, basada desde 1971 en la "Unión de la Izquierda" y a encarar seriamente la posibilidad de otras alianzas para tratar de conservar la mayoría parlamentaria después de las elecciones legislativas de 1986.
Los dos partidos se necesitan, pues, mutualmente. El dilema de los socialistas y de Mitterrand en particular, radica en cómo evitar el error fatal cometido por el ex presidente Giscard D'Estaing con el partido gaullista de Jacques Chirac. Es decir, como impedir que su mejor aliado le haga oposición desde el gobierno.