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Nicolás Maduro salió debilitado pero el chavismo aún cuenta con una votación significativa y tendrá la Presidencia por tres años más. La oposición tendrá que tomar decisiones difíciles. En la foto, Lilian Tintori. | Foto: A.F.P.

VENEZUELA

Nicolás Maduro: durmiendo con el enemigo

La derrota del líder venezolano en las parlamentarias de 2015 lo puso ante un escenario de pesadilla: la oposición controla el Legislativo y la economía necesita un ajuste.

19 de diciembre de 2015

Lo más llamativo en las elecciones del 6 de diciembre es que no hubo sorpresas y no se cumplieron los escenarios apocalípticos. Pero la nueva Asamblea Nacional, que se instalará el 5 de enero, cumplió los pronósticos –la oposición obtuvo 112 escaños y el chavismo 55– y el presidente Nicolás Maduro reconoció su derrota de inmediato. En un país afectado por una agresiva polarización, tanta normalidad fue una rareza.

También lo que viene ahora: la convivencia entre el chavismo y la oposición, cada una con un poder institucional legítimo. El oficialismo seguirá en la Presidencia hasta 2019. El antichavismo controlará, con mayoría calificada de dos terceras partes, el poder Legislativo hasta el 5 de enero de 2021. Por lo que se ha visto en las relaciones entre ambos en los últimos 17 años, no es fácil prever una cohabitación constructiva.

Maduro salió debilitado pero sigue en su cargo, que no estaba en juego. Y aunque la mayoría opositora es amplia, la votación por los oficialistas fue significativa: 5.599.025, un 41 por ciento. La oposición, en esta vez, se benefició de normas que le permiten a una fuerza obtener un porcentaje mayor de curules que el que obtuvo en la votación. Los candidatos de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) alcanzaron el 66 por ciento de la Asamblea con el 51 por ciento de los votos. Pero Maduro, en medio de una crisis económica severa, mantuvo recursos de poder para seguir con su programa de gobierno revolucionario.

Todo dependerá del modo como la oposición use su mayoría. En primer lugar, qué objetivos estratégicos se va a fijar. Puede intentar hacer leyes que moderen el proyecto revolucionario, pero deberá cnsiderar que Maduro tiene atribuciones de jefe de Estado y de gobierno. O intentar una ley de amnistía para presos que ellos consideran políticos. O tratar de reemplazar a los miembros de los poderes judicial y electoral a medida que se venzan sus periodos, para restablecer el equilibrio. Otra opción sería un referendo para revocar al presidente: lo podría hacer desde abril, cuando se cumple la mitad del sexenio. Apuntar a todo al tiempo podría dispersar los objetivos.

Además, el éxito la MUD dependerá de su capacidad para mantener la unidad. Son más de 20 partidos que, aunque lograron inscribir candidatos únicos, no convergen en todo. La oposición no tiene un líder que la aglutine. Por el contrario, las relaciones de Leopoldo López y Henrique Capriles no son buenas y tienen visiones distintas frente a Maduro. López es el más popular, con un 20 por ciento, seguido de Capriles, con un 17 por ciento, y por Henri Falcón (un exchavista) con 13 por ciento de intención de voto. La oposición ya ha dejado ver su fragilidad: Julio Borges, de Primero Justicia, y Henry Ramos Allup, de Acción Democrática, aspiran a presidir la Asamblea, y no han logrado un acuerdo. Es difícil imaginar que los 112 diputados de oposición siempre votarán juntos, y basta que uno solo se salga del redil para perder la mayoría calificada.

El futuro dependerá de la manera como el chavismo enfrente el panorama. La unidad oficialista también es débil, y hay quienes culpan a Maduro por el descalabro electoral. El número dos, Diosdado Cabello, perdió la presidencia del Legislativo y probablemente ingresará al gabinete, pero no tendrá tanto margen de maniobra. Las presidenciales de 2019 empezarán a sentirse, y tras la derrota no es seguro que Maduro sea una carta inmodificable.

Los tiempos de tormenta se agravan por la economía. Maduro ha postergado decisiones impopulares para ajustarlas a precios del petróleo de 40 dólares. En ese nivel son insostenibles los gastos en programas asistencialistas, cruciales para mantener el apoyo de las bases. Algunos analistas consideran que Maduro podría buscar un acercamiento con la oposición para aplicar el ajuste y compartir sus costos políticos.

Pero nadie se imagina un entendimiento en el que la oposición no les dé prioridad a asuntos políticos: la liberación de presos, las garantías para la oposición, el equilibrio judicial, acceso a los medios. La comunidad internacional buscará ese acercamiento y propiciará un diálogo entre los moderados. Algo que no querrá Maduro, y menos aún ahora que Argentina ya no es un incondicional, la OEA ha endurecido su discurso y los colegas del Alba están debilitados en la política doméstica.

Maduro, en fin, no ha perdido la Presidencia. Pero la segunda mitad de su sexenio puede ser aún más difícil que la primera.