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Enrique Peña Nieto desperdició una oportunidad de oro de cantarle la tabla a Donald Trump. | Foto: A.P.

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El descache de Enrique Peña Nieto al invitar a Trump

Nadie entiende por qué el presidente de México le hizo ese gesto a Donald Trump. Quedó como un blando sin carácter e hizo un ridículo mundial. Al magnate no le fue mucho mejor.

3 de septiembre de 2016

"Mexicanos agraviados”, “Indignación y enojo”, “Me avergüenza México”, “Traición”, “¡Vuelve a casa!”. Ni los titulares de prensa ni los analistas políticos ni los ciudadanos de a pie han ahorrado palabras para expresar su indignación por la visita de Donald Trump a su país. Y razones no les faltan.

Uno de los ejes de la candidatura del magnate ha sido señalar a los mexicanos como los responsables del estado catastrófico en el que, según él, se encuentra Estados Unidos. El gobierno de México envía “criminales” y “violadores”, dijo el día en que lanzó su campaña y desde entonces no ha cambiado el tono. Por eso, la pregunta que todo el país se hace es por qué el presidente Enrique Peña Nieto le dio el miércoles un recibimiento de jefe de Estado en la residencia oficial de Los Pinos.

El propio mandatario justificó su posición con un texto publicado el jueves en el portal de la Presidencia, cuando medio mundo ya se le había venido encima. Alegó haberlo recibido porque es su responsabilidad trabajar con quien resulte electo en Estados Unidos. También, precisó que había invitado a los dos candidatos más opcionados. Y explicó que era más importante reunirse con el magnate que con Hillary Clinton para decirle que los mexicanos son “gente honesta y trabajadora” y para recordarle “la importancia que tiene México para Estados Unidos”. Pero en la extraña rueda de prensa en la que apareció con el candidato como si fuera ya presidente, la gente echó de menos que le hubiera dicho públicamente y de frente que “México no pagará por ningún muro”. Peña Nieto desaprovechó una oportunidad de oro para aplastar al candidato y recobrar al menos parte de su popularidad, pero la dejó pasar lamentablemente.

Explicó que se lo dijo en privado, pero eso, lejos de apaciguar los ánimos, los encendió aún más. Reunirse en esas condiciones con un candidato como Trump no solo es errado sino de una torpeza política difícil de imaginar. Primero porque desde las convenciones partidistas de julio, Hillary le lleva varios puntos de ventaja y hoy son pocos los analistas que le dan alguna posibilidad de triunfar el 8 de noviembre.

Segundo, porque no tenía ninguna necesidad de hacerlo, pues el presidente de México no suele encontrarse con los candidatos a la Casa Blanca. Tercero, porque Trump es un tipo impredecible y volátil. Cuarto, porque la invitación le dio al magnate, al menos por un momento, la oportunidad de exhibir ese porte de estadista que tanto le falta. Y quinto, porque el encuentro fue una catástrofe de relaciones públicas, con un Peña Nieto sumiso y apocado, claramente incómodo junto al metro noventa de Trump, e incapaz de confrontarlo.

En efecto, muchos piensan que invitó al magnate para tratar de superar su propio mal momento por el que atraviesa como presidente. Agobiado por escándalos de corrupción, con la criminalidad y la corrupción desbocadas, y con la economía en clara desaceleración y los índices de pobreza aumentando, el suyo es el gobierno más impopular de las últimas dos décadas. Y en ese sentido, optó por desviar la atención de los problemas locales hacia el frente de las relaciones exteriores.

Sin embargo, el tiro le salió por la culata, pues al regresar a Estados Unidos Trump desmintió a Peña Nieto al decir que: “México no lo sabe, pero pagará el muro al 100 por ciento”. Pero Trump no salió mejor librado. Ya en tierra norteamericana, el republicano echó por la borda sus supuestas intenciones de mejorar sus relaciones con los hispanos, quienes ahora lo odian más que nunca.

Y en cuanto al presidente mexicano, quedó claro que, si hasta principios de esta semana solo sus conciudadanos pensaban que su gobernante no está a la altura de su cargo, hoy el resto del mundo se ha enterado de esa realidad.