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Robert Mugabe: La parábola de un líder

La historia del dictador, derrocado la semana pasada tras 37 años en el poder, refleja claramente la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

18 de noviembre de 2017

Durante las casi cuatro décadas que Robert Mugabe estuvo en el poder, 5 millones de zimbabuenses abandonaron el país, la hiperinflación destruyó los ahorros de los que se quedaron, la corrupción acabó con el sistema productivo, y una mafia cleptómana se apoderó del gobierno. Sin embargo, solo decidió su suerte su proyecto de convertir a su esposa, Grace, en vicepresidenta y así abrirle el camino para que heredara el poder.

Con tal fin, Mugabe se deshizo el 6 de noviembre del entonces vicepresidente, Emmerson Mnangagwa, con el pretexto de que este no era lo suficientemente leal, y en su lugar nombró a su señora, que para muchos es el verdadero poder detrás de un hombre que, a sus 93 años, está enfermo y no tiene todas sus facultades consigo. Pero el tiro le salió por la culata, pues el martes el Ejército militarizó la capital, Harare, puso a Mugabe bajo arresto domiciliario y tomó el control del gobierno.

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La trágica historia de este país africano parecería única e irrepetible. Después de todo, Mugabe ascendió durante la descolonización de África y está íntimamente ligado a esa coyuntura. Sin embargo, varias razones sirven para pensar que Venezuela está siguiendo el mismo camino con 15 años de diferencia, según un análisis publicado por The Economist en abril del año pasado. Las semejanzas comienzan por el papel que jugaron Mugabe y Chávez en sus respectivos países tras comenzar a gobernar en 1980 y 1998 respectivamente.

Ambos eran líderes carismáticos que llegaron al poder por las urnas con la promesa de luchar contra el imperialismo, pero sin romper el orden constitucional ni salirse de la legalidad. En un principio, ambos se atuvieron a sus palabras y durante años se convirtieron en la referencia progresista de sus continentes. Sin embargo, sus políticas se tornaron cada vez más autoritarias e ideológicas. Algunos años después de elegido, Mugabe incautó sin compensación grandes granjas agrícolas que constituían la base de la economía nacional con el argumento de que sus dueños eran blancos. Chávez, a su vez, sacó a decenas de miles de trabajadores de Pdvsa alegando su falta de compromiso socialista, y los reemplazó con aliados políticos.

A su vez, aunque ambos gobiernos han organizado elecciones y han mantenido ciertas instituciones, estas son un simple barniz democrático. En 2000, Mugabe perdió un referendo constitucional, pero ignoró los resultados y castigó a la oposición por su victoria. Por otra parte, cada vez que los chavistas han perdido unas elecciones, lo primero que han hecho es cambiar la ley para dejar sin efectos los resultados electorales. Así sucedió en diciembre pasado cuando perdieron el control de la Asamblea Legislativa. Tras poner todas las trabas posibles para que esta funcionara, estos se inventaron una Asamblea Constituyente que le quitó todas sus atribuciones.

En el ámbito económico las semejanzas también abundan, pues ambos regímenes profesan una profunda preocupación por los pobres, pero su desprecio por las reglas de la economía ha sumido a sus países en la miseria y la escasez. En los dos, el control de precios más una emisión descontrolada de moneda ha llevado a una inflación desbocada y ha degradado el nivel de vida de quienes no están en los círculos del poder. Las estanterías vacías de los supermercados de Caracas guardan una inquietante semejanza con los de Harare a principios a la década pasada.

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Y aunque desde que llegaron al poder ambos gobiernos enarbolaron las banderas de los derechos humanos, en realidad han reprimido sin piedad a sus opositores por medio de milicias paramilitares. Mientras que en Zimbabue Mugabe y sus aliados han utilizado a los ‘veteranos de guerra’ para aterrorizar a la oposición, en Venezuela los chavistas han recurrido a los colectivos motorizados para intimidar y reprimir a todo aquel que quiera un cambio de gobierno.

Por eso, no es nada sorprendente que el único país que ha lamentado el fin del gobierno de Mugabe haya sido el de Nicolás Maduro, el heredero de Chávez. El miércoles, este denunció “la ruptura del orden democrático” y pidió “la inmediata restauración de la institucionalidad” en el “hermano país africano”. Sin duda, estaba pensando con el deseo, pues dentro de sus cálculos está seguir gobernando durante décadas sin rendirle cuentas a su pueblo.