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Adiós a las armas

Esta es la historia de uno de 47 miembros del ELN que dejaron al grupo en Barranca. Su relato refleja la barbarie y la descomposición de paras y guerrilla.

26 de agosto de 2002

Esa noche llego a su casa y encontró a su mujer esperándolo en la puerta con dos mudas de ropa en la mano y la noticia de que sus compañeros habían ido a buscarlo. A Carlos Muriel* le entró tembladera en todo el cuerpo, un escalofrío le recorrió la espina dorsal y una pregunta le taladró el corazón: "¿Los mismos amigos buscándolo a uno para pelarlo?".

"Es mejor que los niños digan que su papá está en otra parte y no en un cajón", lo consoló su esposa, una maestra de escuela que pagó duro enamorarse de un guerrillero del ELN, mientras lo acompañaba a la terminal de buses con un tiquete sin regreso. Era el 15 de enero de 2002 y su huida de Barrancabermeja una victoria más para los paras.

Las Autodefensas Unidas de Colombia, los paras, se habían apoderado poco a poco del Magdalena Medio y habían cortado las conexiones entre las bases del ELN en el casco urbano y los frentes rurales. Pero emprendieron su arremetida final en el puerto petrolero a finales de 2000. Llegaron a los barrios populares el 22 de diciembre de ese año y en menos de dos años desplazaron al ELN de lo que fue durante las últimas tres décadas su mayor bastión. Durante esos 30 años Muriel vivió el auge y desaparición de esa guerrilla castrista en Barranca.

Carlos es el quinto de 12 hijos de una lavandera de ropa y un albañil. Estudió hasta quinto de primaria y luego trabajó como auxiliar de albañilería de su papá hasta que a los 22 años se convirtió en guerrillero. Estudiar nunca le llamó la atención y pegar ladrillos como su padre, aún menos. Carlos soñaba con ser alguien importante para poderle comprar a su mamá una casa que no fuera de tablas. De joven unas veces fantaseaba con trabajar en una empresa con un cargo fijo (siempre le aterró ver a su papá vendiendo chance en la calle cuando se quedaba sin trabajo).

Pero su sueño más recurrente era convertirse en un líder como el sindicalista de Ecopetrol Manuel Gustavo Chacón. A mediados de los 80, cuando Chacón lideró los paros de Barranca para demandar servicios públicos en los barrios pobres, Carlos se unió a las protestas y así conoció al jefe de las milicias del ELN que lo introdujo al mundo guerrillero. Durante el último año antes de volverse combatiente Carlos mezclaba cemento de día y, encapuchado, repartía panfletos del ELN por toda la ciudad de noche. "Este va a ser mi destino", se dijo y un día, recién cumplidos sus 22 años, empacó su ropa y se fue con cinco compañeros de la cuadra para el monte, a San Vicente de Chucurí, municipio que el ELN había escogido para arrancar su experimento político y militar a mediados de 1960.

Su misión principal en la guerrilla -cuenta hoy Carlos- consistía en dar charlas políticas a los campesinos de zonas que le eran estratégicas al ELN. Con otro guerrillero visitaba las veredas, repartía mercados entre las familias y los citaba a una charla. Les hablaba sobre la corrupción del Estado o las desigualdades entre ricos o pobres o el abandono del campo y por último escuchaba las quejas de los campesinos. Si alguien denunciaba el robo de ganado, Muriel buscaba al ladrón y lo obligaba a restituir la res y a perderse del pueblo. Si una mamá tenía un hijo enfermo, él mismo llevaba al niño al puesto de salud y obligaba a los médicos a atenderlo gratis; si necesitaban comida, planeaba con su escuadra un retén en la carretera, robaban la mercancía de los camiones y la repartían entre los campesinos. De esta manera se ganaban la confianza de los pobladores, que en adelante les avisaban cuándo venía el Ejército y les daban almuerzo cuando pasaban por allí.

La vida de campamento no era precisamente emocionante pero para él era mejor que pegar ladrillos. En todo caso cuando Carlos conoció a su mujer en una de esas veredas pidió al comando central que lo trasladaran a Barranca para poder armar una familia. Allí entró a trabajar a Ecopetrol como ayudante de tubería pero con la misión de reforzar el trabajo político del Frente Urbano Resistencia Yariguíes, Fury. Creado por el ELN entre 1992 y 1995, el Fury estaba compuesto por no más de 60 guerrilleros que durante años controlaron Barranca a punta de un meticuloso trabajo de base en algunos sectores y de una tenebrosa política de intimidación y chantaje en otros.

Ese puesto le permitió a Carlos ganar un sueldo quincenal de 800.000 pesos, a la vez que le dio acceso a los contratistas que el ELN extorsionaba. Presentándose como un mero mediador les decía que el Fury necesitaba hablar con ellos y los acompañaba al lugar convenido para que pagaran la extorsión, conocida en el medio como el 'yup', que equivale a un porcentaje del contrato que estas empresas tienen con Ecopetrol. A las 4:30 de la tarde Carlos salía del trabajo y se encontraba con la 'cucha Paula', una comandante nacional del ELN, para planear los operativos que realizarían de noche encapuchados. El trabajo era fácil y Carlos sentía que su vida iba por buen camino. Así vivió durante 10 años hasta que un día de la madre, en 1996, la Policía le hizo un allanamiento y lo arrestó. Duró preso tres años en la cárcel de Barranca y seis meses en La Modelo de Bogotá, de donde salió anticipadamente por buen comportamiento.

La sensación de abandono que sintió en la cárcel transformó su relación con el ELN. "La organización ayuda los primeros dos meses y luego se olvida de uno", dice. Por eso, cuando regresó a Barranca en junio de 2000 y le ofrecieron responsabilidad de mando, él les dijo que les ayudaba pero "de lejitos". Les propuso que él les averiguaba los nombres de los ingenieros que podían coger para sacarles el 'yup'. A cambio les pidió que le concedieran uno de los 10 puestos que los contratistas de Ecopetrol tenían que darle al ELN (también le daban 10 a las Farc), puestos que las guerrillas repartían entre sus bases sociales y ocasionalmente entre sus propios guerrilleros como Carlos.

Así reanudó Muriel su vida en Barranca pero el ELN ya no era el mismo que él conocía. La 'cucha Paula' dirigía el Fury y había delegado la dirección del frente en dos jóvenes e inexpertos guerrilleros que carecían de preparación política y que estaban embriagados de poder. "Comenzaron a desordenar a Barranca, dice Carlos. Se emborrachaban, maltrataban a los compañeros, irrespetaban a la comunidad".

Las cifras de la Policía dan cuenta que entre enero de 1992 y septiembre de 2001 el ELN secuestró a 75 personas en Barrancabermeja y desangró a Ecopetrol en miles de millones en sólo extorsiones. Pero entre los 80 y finales de los 90 el Fury también actuó como un para estado en el epicentro petrolero. Montó retenes en barrios obreros, prohibió que los niños jugaran en las maquinitas tragamonedas y se convirtió en el justiciero más efectivo de los ladrones. Esas medidas, todas arbitrarias, en los primeros años contaron con cierto respaldo de la gente, que nunca usufructuó una verdadera presencia estatal. "La gente fue tomando conciencia, y si por ejemplo veían un carro de Policía le decían a uno, y uno ahí mismo se quitaba la doble camisa y se ponía el pantaloncito que siempre llevaba y se iba para otro barrio", cuenta Carlos.

Los nuevos mandos en Barranca ya no intentaban siquiera simular una presencia social. Los guerrilleros nuevos que entraban eran cada vez más adolescentes, no pasaban por la escuela política y ponían minas antipersonales con mayor frecuencia. Antes de que Carlos entrara a la cárcel para secuestrar a alguien se requería una orden del comando central. Ahora cada frente hacía lo que quería. Antes el narcotráfico estaba terminantemente prohibido; ahora cobraban gramaje a los cocaleros. Antes los altos mandos centralizaban todo el dinero; ahora los comandantes de frente no reportaban ni cuánto salió ni cuánto entró. Antes se estimulaba el debate en el interior del frente. "Ahora si uno no está de acuerdo lo pelan", dice Carlos, que entró en una pelea de frente con los sucesores de la 'cucha Paula', que a los 47 años prácticamente los doblaba en edad. Cuando él reportó la nueva situación la 'cucha Paula' lo estimuló para que siguiera con las labores políticas. Y le prometió, como ya lo había hecho antes a otros compañeros que fueron a pedirle refuerzos para contener la avanzada paramilitar, que enviaría más guerrilleros.

Pero éstos nunca llegaron. Los paramilitares entraron por Miraflores, un barrio pobre en el nororiente de la ciudad, en tanquetas de la Policía. Allí Volman, un ex guerrillero de las Farc que se había pasado a las AUC en busca de protección ante la persecución de la guerrilla, ayudó a los paras a ubicarse en casas de gente que en algún momento habían colaborado con el ELN. Los obligaron a darles desayuno, almuerzo y comida a los paramilitares y, por supuesto, información sobre los guerrilleros. "Al que no colaboraba lo pelaban", dice Muriel, un hombre de 38 años decepcionado de la revolución con que soñó desde que tenía 22.

La noticia de la llegada de los paras se regó por ese barrio obrero de 40.000 personas. Muriel se enteró de inmediato pues también vivía en Miraflores, pero a unas ocho cuadras de donde se instalaron. La incursión del grupo armado no lo tomó por sorpresa. Carlos Castaño -como suele hacerlo- lo había anunciado desde 1998 por televisión. Pero cuando supo que cinco compañeros elenos suyos, entre ellos Bolívar y Chito, a quienes consideraba sus amigos, se voltearon y se pasaron al bando enemigo, quedó totalmente desconcertado. "¿Pero qué pasó? ¿Qué pasó con la organización?", se preguntaba.

No tuvo mucho tiempo para buscar una respuesta, la pugna entre guerrilleros y paramilitares ya estaba al rojo vivo. El ELN alertó por prensa y radio a los vecinos para que evacuaran el barrio y no cayeran en el fuego cruzado. Luego mandó a seis guerrilleros que, junto con otros seis de las Farc vestidos de civil, se ubicaron con sus armas largas en sitios estratégicos para atacar a los paras. Se dieron plomo durante varios días hasta que los paramilitares, que la llevaban perdida, huyeron por una de las salidas de Miraflores. Los guerrilleros, dice Muriel, y su testimonio fue corroborado a SEMANA por otras personas que estuvieron allí, intentaron perseguirlos varias veces pero justo entonces entraban las tanquetas de la Policía y del Ejército y lo impedían. Estos combates se repitieron durante semanas.

En esas refriegas murieron combatientes de ambos bandos, y el ELN enfrentó a la vez , en una misión imposible, a las autodefensas, a la Policía y el Batallón, que según esos testimonios actuaban coordinados. Pero el grupo guerrillero realmente perdió la guerra en Barranca cuando se quedó sin el apoyo de la gente. Ya fuera porque estaban hastiados de sus abusos o porque los paramilitares les infundían más terror, lo cierto es que los pobladores del puerto empezaron a colaborarles a las autodefensas. "La gente se fue encaletando y se comenzó a perder Barranca, dice Muriel. Se sentía temor de no saber quién lo iba a sapear".

Las AUC replicaron luego la estrategia de Miraflores en el barrio Primero de Mayo, donde se metieron el 31 de diciembre de ese año. El Observatorio de Derechos Humanos y DIH de la Vicepresidencia calcula que entre enero de 2000 y septiembre de 2001, 758 personas fueron asesinadas como resultado de esa disputa por controlar el puerto. Ahora las autodefensas están siguiendo los pasos de los elenos: adelantan obras sociales con la gente y desempeñan el papel de justicieros a la vez que controlan el negocio del robo de gasolina y se dedican a la extorsión de sectores económicos. Son tantos sus abusos que hasta el mismo Carlos Castaño criticó a sus hombres públicamente en uno de sus editoriales.

En menos de dos años el Fury desapareció de Barranca. De los 60 guerrilleros que había cinco se voltearon a los paramilitares. Trece fueron capturados y están en la cárcel. Veinte se desmovilizaron como Carlos y ya fueron certificados por el Programa de Reinserción del Ministerio del Interior; otros 10, que también desertaron, están en proceso de resolver su situación jurídica y otros 17 tienen conversaciones informales con Reinserción para dejar las armas. "Estos jóvenes han encontrado otro camino, que no es color de rosa, pero que es una opción valiente de estar por fuera de las armas", afirma Gloria Quiceno, directora de Reinserción del anterior gobierno, entidad que facilitó la incorporación a la vida civil de 3.700 guerrilleros en él último cuatrienio.

En efecto, el proceso de dejar las armas no ha sido fácil para Carlos ni para ninguno de los otros. Carlos llevaba dos meses en Bogotá, después de haberse despedido de su esposa en Barrranca, cuando llegaron a la casa de su tío a preguntar por él dos ex compañeros suyos del ELN que, también desmovilizados, habían entrado a trabajar para el B-2 del Ejército. A Muriel ya no le quedaron dudas de que lo iban a capturar. Entonces decidió presentarse al Programa de Reinserción, que lo incorporó a su proyecto con un subsidio mensual y que lo está apoyando con capacitación para validar su bachillerato y convertirse en panadero.

A la revolución no la quiere oír mencionar. "Tantos años esperando a que triunfara y ¿qué?, dice Carlos Muriel, llevamos 38 años y ¿en qué estamos? Yo he vivido una vida de perros y ¿para qué?

* Nombre ficticio