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Al ritmo del 'DJ'

Los gustos en materia de rumba están cambiando. Las nuevas generaciones se inclinan más por la música electrónica y los 'raves' ya son una tendencia.

María Inés McCormick
23 de diciembre de 2002

En el auditorio puede haber fácilmente 2.000 personas. Los de estrato 6 se codean con los de estrato 3, las esculturales mujeres con pantalón ajustado, gafas oscuras, bikini y sombrero vaquero bailan al lado de una ronda de niñas candy, veinteañeras vestidas con ropa y accesorios infantiles que se peinan con colitas y juegan con muñecos. A pocos pasos de allí un combo de personas disfrazadas hablan y se ríen entre sí mientras varias mujeres semidesnudas deambulan ante la mirada de unos cuantos jóvenes cuya pinta recuerda a los punks de los años 80.

En la tarima un DJ mezcla música electrónica mientras al otro extremo del lugar un grupo de muchachos hacen malabares con fuego. Aunque en el ambiente predomina la oscuridad, los juegos de luces y las bolas de espejos reflejan destellos por toda la habitación.

La fiesta comenzó a las 11 de la noche y se prolongará hasta el amanecer. Si para entonces queda alguien con deseos de seguir bailando existen los after-after, locales que abren a las 7 de la mañana y atienden público hasta el mediodía.

Aquí no hay comida y el trago, pese a que se vende, no es mucho el que se consume. Abundan el agua, las bebidas energéticas, las colombinas y los refrescos congelados en bolsitas. El éxtasis y otras drogas sintéticas hacen parte de la celebración pero su uso no es obligado.

Para romper el hielo y entablar conversación con alguien del sexo opuesto no es necesario esperar a que la otra persona se quede sola en la mesa, sobre todo, porque aquí, exceptuando la zona VIP, no hay mesas ni sillas.

Si hay química entre dos extraños primero ambos se miran y luego el interesado se acerca y comienza a bailar junto a la persona en cuestión. Aquí los roles de género no están tan marcados como en otros escenarios sociales y la mujer puede tomar tranquilamente la iniciativa de acercarse a un hombre. No lo está sacando a bailar, ni lo está seduciendo, simplemente está abriendo un puente de comunicación. Si las cosas marchan bien puede haber 'rollo' entre la pareja pero si nada ocurre tampoco hay problema pues cada uno regresa a su grupo, a su manada. Esa es otra regla de estas fiestas: salir siempre en grupos grandes de ocho a 10 personas. Estar acompañados, protegidos. Unidos y a la vez separados del resto. Cada uno a su propio aire.

Su filosofía de vida es el P.L.U.R., acrónimo de las palabras en inglés: Peace, Love, Unity, Respect (Paz, Amor, Unidad, Respeto), actitud que rige los raves, after party y demás expresiones de la rumba electrónica.

Esta tendencia, importada de Estados Unidos y Europa, se dio a conocer en el país a mediados de los años 90 y poco a poco se ha ido apoderando de la vida nocturna, no sólo en ciudades como Bogotá, Cali y Medellín sino que ya está presente en Cartagena, Cúcuta, Bucaramanga, Popayán, Armenia y Barranquilla. En la capital la llegada del fenómeno fue bien recibida porque coincidió con la controvertida ley zanahoria de Antanas Mockus, que restringía la rumba hasta la una de la mañana.

Los noctámbulos encontraron en los after party la mejor opción para seguir la parranda y los eventos, que empezaron como una celebración subterránea para los amantes de géneros como tecno, house, trance, drum'n bass o acid jazz, salió a la superficie con una fuerza impresionante, transformando la tradicional creencia de que la rumba en Colombia era sinónimo de salsa, vallenato y merengue.

Exceptuando algunos conciertos de rock, durante años los ritmos tropicales fueron los únicos que lograron atraer multitudes a fiestas, bares y discotecas.

La rumba electrónica salió, por así decirlo, de la clandestinidad y el número de sus seguidores va en aumento. En Bogotá, por ejemplo, existen bares que sólo programan música electrónica y en una semana puede haber hasta tres o cuatro eventos con DJ nacionales y las entradas cuestan cerca de 25.000 pesos. Este año en la capital se realizaron en promedio dos raves mensuales, que contaron con las actuaciones de reconocidos DJ europeos y norteamericanos. El más destacado, sin duda, Carl Cox. Pero también estuvieron integrantes del Colectivo Nortec (de Tijuana) el alemán Sven Väth y el dúo norteamericano Deep Dish, por sólo citar los más destacados. Las casas disqueras también les han abierto espacio a los músicos y DJ colombianos con compilados como Rave Nation (Universal), Colombeat (Entre Casa, distribuye BMG) y Electronica (mezclas de DJ Alexa, publicado por EMI) y los mismos bares lanzan producciones con mezclas y composiciones de músicos colombianos, como la recientemente publicada antología Barfly2, promovida por Barfly.

Bogotá todavía no es Berlín, Amsterdam o Londres. Pero la movida toma cada vez más fuerza y en Bogotá la música electrónica y la cultura que gira a su alrededor dejó de ser un cuento del futuro. Es la música y la rumba del presente.