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El 18 de agosto de 1989 segaron la vida de Luis Carlos Galán. Dos días después, su funeral tuvo lugar en el Cementerio Central de Bogotá. | Foto: Juan carlos sierra - semana

CONMEMORACIÓN

Los dos asesinatos que aún llora el país

Cada agosto Colombia llora la muerte de Galán y de Garzón. Con tristeza, frustración e indignación el país repasa la vida y obra de dos colombianos que invitaron a la esperanza, a hacer creer que algún tipo de cambio era posible.

Eduardo Arias
17 de agosto de 2019

Nueve años y 360 días separan los asesinatos de Luis Carlos Galán Sarmiento y Jaime Garzón. 18 de agosto de 1989 y 13 de agosto de 1999 son dos fechas trágicas en la historia de Colombia. En ellas las denominadas “fuerzas oscuras” segaron la vida de uno de los líderes políticos más carismáticos del siglo XX y del personaje que cambió para siempre el ejercicio del humor en Colombia. Dos trágicas muertes que hoy día una gran parte del país sigue llorando. Galán y Garzón interpretaron, cada uno a su manera, los problemas de un país que en muchos aspectos ha cambiado pero que sigue signado por el sino de la violencia, que es la expresión última de un mal mucho más generalizado, que es la intolerancia.

Es evidente que se trata de dos personajes con rasgos de personalidad muy distintos y que transitaron por caminos diferentes. Galán era más bien tímido y tranquilo. Garzón, en cambio, por naturaleza era muy extrovertido y entrador, y con unas extraordinarias dotes innatas de actor y de comediante. Mientras que Galán tuvo que ejercitarse para que al pararse frente a un micrófono y un público su mensaje fuera contundente, a Garzón le bastaba con ser él mismo.

Sin embargo, en ellos se presentan varias coincidencias. La más obvia, ambos fueron víctimas directas de la violencia. Galán, del narcotráfico. Garzón, del paramilitarismo, aunque en muchas oportunidades ambas actividades se confunden en una sola. Ambos tenían muy claro que querían incidir desde la política, así hubieran comenzado a hacerse notar desde el periodismo, que para ellos era una herramienta pero no una finalidad. Como recuerda el cineasta Gustavo Nieto Roa, condiscípulo de Luis Carlos Galán en el colegio Antonio Nariño del barrio San Luis, en Bogotá, desde los ocho años Galán decía que quería ser presidente. Por su parte, Garzón, cuando apenas comenzaba a emerger como una figura pública con el programa Zoociedad, les comentaba a sus compañeros del equipo que aspiraba a ser senador. Ni Galán quería ser director de El Tiempo ni Garzón aspiraba a convertirse en el Groucho Marx colombiano. Su meta era incidir de manera directa en el destino del país.

Si bien ejercieron el periodismo, Galán y Garzón tenían claro que querían cambiar a la sociedad colombiana desde la política.

Ambos, además, eran muy carismáticos. Generaban mucha confianza y empatía. Sus discursos eran creíbles y eso ayudó a que millones de ciudadanos de a pie, por lo general apáticos y ajenos a la política, la economía o lo social, comenzaran a prestarle atención a la actualidad y a los problemas de Colombia. Y asimismo debe señalarse que a ambos se les daba muy bien la tarea de educar. Galán, además de dar discursos en la plaza pública, era un conferencista muy estudioso, capaz de hablar con propiedad de temas muy diversos. Y expuso sus ideas y las del Nuevo Liberalismo a través de una colección de documentos que hoy sirve de guía para conocer a fondo sus planteamientos y puntos de vista.

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Garzón también era un gran pedagogo. De pronto no tan formal como un profesor, pero continuamente lo hacía por medio de sus personajes y foros públicos. Muy famosa es la conferencia que dictó el 14 de febrero de 1997 en el auditorio de la Universidad Autónoma de Occidente, en Cali, en la que les dejó una cantidad de consejos y tareas a los jóvenes universitarios que asistieron. Esta charla, disponible en

YouTube, hoy día sirve de inspiración a jóvenes que no habían nacido cuando Garzón era una estrella de la televisión y ha hecho posible que las nuevas generaciones se sientan tan identificadas con él.

Galán y Garzón nacieron y crecieron en una Colombia muy diferente a la de hoy. Un país que basaba buena parte de su economía en la exportación de café y que tenía graves problemas sociales, que, si bien no se han solucionado del todo, se han reducido. Basta repasar algunos indicadores de sus respectivas épocas y compararlos con los de la actualidad para ver los grandes avances del país en educación, vivienda, acceso a la salud y a los servicios públicos, infraestructura, entre otros.

Ellos nacieron y crecieron en sociedades mucho más cerradas, en las que temas que hoy se ventilan a diario, como la diversidad de géneros, el medioambiente o los derechos de las minorías, o bien eran una novedad o ni siquiera formaban parte de la agenda pública. A ambos les tocó vivir y sufrir en carne propia el crecimiento del poder del narcotráfico (en especial a partir de los años ochenta) y ver cómo comenzaba a dispararse y a volverse moneda corriente la corrupción.

En la madrugada del 13 de agosto de 1999, dos sicarios que viajaban en una moto le dieron 6 tiros a Jaime Garzón cuando se dirigía en su vehículo a Radionet. 

Ambos padecieron el incremento de la violencia. A Galán lo tocó el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla en abril de 1984, su mano derecha en el Nuevo Liberalismo. Esa muerte, que también afectó hondamente a Garzón y conmocionó al país, fue apenas el comienzo de una serie de asesinatos de líderes políticos y de opinión, lista a la que se añadirían sus propios nombres. Pero además padecieron el horror del exterminio de los integrantes de la Unión Patriótica, una tragedia que hoy se repite, casi calcada, solo que las víctimas son líderes sociales y de movimientos de reclamación de tierras.

Galán se convirtió en ese carismático líder, amado por las multitudes, que luchó sin cuartel contra la corrupción.

Ambos vivieron el Frente Nacional, un periodo de la historia en el que los dos partidos tradicionales se pusieron de acuerdo para alternarse la presidencia de la república durante 16 años. Era la forma como los líderes del conservatismo y del liberalismo solucionaron la terrible ola de violencia que había estallado en los años cuarenta entre godos (conservadores) y cachiporros (liberales). Galán vivió estos cambios cuando terminaba su bachillerato. Garzón nació dos años después de que se pusiera en marcha este mecanismo.

En la Colombia de hoy, el concepto de partido político está tan desfigurado que a un joven le cuesta trabajo imaginar la noción de colectividad en un ambiente dominado por el caudillismo. Mucho más trabajo le costará imaginar cómo funcionaba la alternancia del poder, en la que el presidente era de un partido pero los cargos públicos se repartían de manera milimétrica para que liberales y conservadores tuvieran cada uno el 50 por ciento.

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Galán y Garzón vivieron la crisis del bipartidismo, cuya lenta agonía llegó hasta los albores del siglo XXI. Galán, desde adentro, como miembro activo del Nuevo Liberalismo y del Partido Liberal, y Garzón con un pie adentro y otro afuera, ya que antes de entrar a la televisión fue funcionario de la Alcaldía de Bogotá (alcalde menor de la localidad de Sumapaz) y en tiempos de Zoociedad formó parte del equipo de gobierno del presidente César Gaviria.

Luis Carlos Galán y Jaime Garzón

Galán se formó en los años sesenta, en plena efervescencia de los movimientos estudiantiles. Sin embargo, nunca se dejó seducir por el camino de la lucha armada. Trabajó en El Tiempo entre 1965 y 1970, año en que el presidente Misael Pastrana Borrero lo nombró ministro de Educación. Su nombramiento fue muy comentado puesto que Galán apenas tenía 26 años de edad, el ministro más joven de la historia de Colombia, y le tocó lidiar con el apogeo del movimiento estudiantil. Embajador ante el Gobierno de Italia entre 1972 y 1974, Galán comenzó su rápida carrera política que lo llevó a fundar en 1979 el movimiento Nuevo Liberalismo, con el que aspiraba a depurar el Partido Liberal, sometido al clientelismo y a las maquinarias de los distintos barones electorales. Además, este movimiento se opuso de manera férrea y frentera al poder del narcotráfico, postura que le costó la vida a Lara Bonilla y a él mismo. El movimiento se estrenó en las elecciones intermedias de 1980 y Galán se lanzó en disidencia a las elecciones presidenciales de 1982, que ganó Belisario Betancur. El Nuevo Liberalismo fue una alternativa llamativa para los electores durante los años ochenta, aunque Galán decidió no presentarse a las elecciones presidenciales de 1986. Al unirse el Nuevo Liberalismo al partido oficial, Galán quedó como el firme candidato del liberalismo para las elecciones de 1990, pero las balas asesinas truncaron su vida el 18 de agosto de 1989.

Garzón, 17 años menor que Galán, se formó en los años setenta y los ochenta. En su época de estudiante presenció el despegue definitivo de Galán como líder político a través del movimiento del Nuevo Liberalismo. Estudió Derecho en la Universidad Nacional y gracias a amigos comunes, comenzó a hacer sus pinos en la política al trabajar en la campaña a la alcaldía de Andrés Pastrana. Pero Jaime también formaba parte de un colectivo llamado El Rotundo Vagabundo, conformado por periodistas y profesores universitarios que analizaban y debatían la realidad nacional. Al tener contacto directo tanto con el poder como con la academia, Garzón pudo formarse un criterio muy amplio de la realidad nacional, uno de los factores que explican por qué su manera de hacer humor era tan contundente. Esa diversidad de miradas que él tenía le permitieron darle mucho vigor a su discurso, tanto desde la ficción y la teatralidad del humor como en sus apariciones como el ciudadano Jaime Hernando Garzón Forero.

Es difícil saber qué haría Garzón si siguiera vivo. Probablemente sería el mejor tuitero de Colombia.

Para Jaime Garzón siempre fue muy importante el diálogo. En Zoociedad, que se emitió entre 1990 y 1993, solía terminar la sección del noticiero con la frase “Y lean para que podamos hablar”. La que a primera vista parecía una frase despectiva y hasta hiriente, en realidad era un llamado para que las personas opinaran y debatieran con argumentos. La notoriedad que adquirió en este programa la consolidó entre 1995 y 1997 en ¡Quac!, un espacio en el que contó con el apoyo fundamental de los libretistas Antonio Morales y Miguel Ángel Lozano. Y el personaje que conectó a Jaime Garzón con los colombianos fue el embolador Heriberto de la Calle, que tomó forma definitiva en los noticieros de televisión CM& y Caracol.

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Como señala Morales, con Heriberto de la Calle Garzón dejó de ser un personaje ficticio (programa de humor) y entró en la vida real. En un noticiero real entrevistaba en tiempo real a personajes de la vida real. Dice Morales que, al hacer ese tránsito de la ficción a la realidad, Jaime Garzón se volvió peligroso para ciertos sectores del establecimiento.

La muerte de Galán incidió de manera notable en el devenir histórico de Colombia. Su asesinato generó una crisis política, social y anímica de magnitudes muy difíciles de determinar. El país, desde sus múltiples expresiones, tanto desde la institucionalidad como de la sociedad civil, entendió que era necesario un viraje definitivo. El magnicidio precipitó el movimiento de la Séptima Papeleta, que tuvo como consecuencia el cambio de la Constitución Política a través de una asamblea constituyente. Con la nueva Carta llegaron cambios profundos en el diseño institucional del país. Pero la vorágine de acontecimientos que ha vivido Colombia desde entonces –proceso 8000, masacres, desbordamiento del paramilitarismo, secuestros masivos por parte de la guerrilla, parapolítica, carteles de la contratación, asesinato en masa de líderes sociales y desmovilizados de las Farc– parecen señalar que en el país ha ocurrido lo que en ciencias políticas se conoce como el gatopardismo: cambiarlo todo para que nada cambie.

Aunque sus correrías políticas lo mantenían ocupado, Galán siempre se preocupó por sacar el tiempo necesario para compartir con su familia. 

¿Qué queda del Nuevo Liberalismo, de las ideas de Galán? Muchas siguen vigentes en la agenda pública. La lucha contra la corrupción, un tema que pasaba de agache en los años ochenta, hoy determina la agenda no solo de los partidos sino de toda la sociedad. Y también hay que decir que muchos de los problemas que quiso enfrentar Galán siguen vigentes. La violencia política, la desigualdad social y la lucha contra el narcotráfico forman parte de la agenda de muchos de los políticos, y por eso es frecuente que en estos tiempos se rememoren las banderas de Galán como un propósito por el que vale la pena esforzarse y luchar.

El legado de Garzón se ha debatido desde el momento mismo de su muerte. La sentencia “nos mataron el humor”, que estuvo en millones de bocas de colombianos cuando se conoció su muerte, todavía resuena. Sin embargo, la desaparición de los espacios de humor político no fue una consecuencia directa de su muerte. De hecho Garzón dejó de tener un espacio de humor dos años antes de su muerte, cuando en 1997 salió del aire el proyecto Lechuza, y se mantuvo en los medios pero en espacios de opinión en noticieros de radio y televisión.

Hoy día el humor político en medios audiovisuales sigue vivo, aunque se ha transformado en gran medida. Internet ofrece nuevas plataformas donde decenas de humoristas políticos presentan sus piezas. Algunos de ellos han logrado bastante notoriedad, aunque ninguno puede considerarse el sucesor de Jaime Garzón, quien sin lugar a dudas fue el resultado de una conjunción de habilidades y circunstancias que muy difícilmente se repetirán.

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Difícil saber si Garzón, de estar vivo, tendría hoy un espacio de televisión en algún canal. Pero, cualquiera que hubiera sido su devenir (senador, profesor universitario, periodista), es muy probable que tendría un canal de YouTube y, como señala el crítico de medios Ómar Rincón, sería el mejor tuitero de Colombia.

Sin lugar a dudas, el mayor legado que dejó Garzón, de la misma manera que Galán, fue la valentía para señalar los males o problemas que continuó teniendo el país luego de su muerte. Se podría decir que a falta de un político aguerrido, como Galán, las banderas de la lucha contra los males históricos (o por lo menos de los últimos cuarenta años) del país fueron retomadas por un humorista aguerrido que pensaba, como dijo en la famosa conferencia de 1997, que la política no era solo elecciones sino la manera como los ciudadanos ejercían su poder sobre la vida pública.

Con personajes como Godofredo Cínico Caspa, Heriberto de la Calle, Nestor Elí, entre otros, Garzón criticó al establecimiento y a los poderosos del país. 

El asesinato de ambos muestra lo difícil que es soñar con una sociedad distinta, hasta el punto de convertirse en una actividad en la que se arriesga la vida. También es el ejemplo de la intolerancia que aún se mantiene viva, pese a los esfuerzos de paz y reconciliación hechos en los últimos años. Pero la muerte de ambos tiene algo positivo: su sacrificio los convirtió en el símbolo de que es posible luchar por una Colombia distinta.