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El resultado de la final estaba cantado. Los grupos de asesores de Duque siempre supieron que sería más fácil vencer a Petro que a algunos de los que se quedaron en la primera vuelta.

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Así fue el camino a la victoria

Iván Duque nunca había sido candidato y en esta campaña obtuvo cuatro victorias: la interna del Centro Democrático, la interpartidista de la derecha y las dos vueltas presidenciales. La más difícil fue la primera. ¿Cómo lo hizo?

18 de junio de 2018

El triunfo de Iván Duque en la segunda vuelta, que lo llevará a la presidencia el 7 de agosto, no fue el más difícil de esta larga campaña electoral. A la final llegó con el favoritismo de todas las encuestas y después de haber recibido la adhesión de todos los partidos mayoritarios, incluso de los que hicieron parte de la Unidad Nacional que gobernó con Juan Manuel Santos. Para la batalla decisiva, el presidente electo tenía todo a su favor: el voto entusiasta del partido mayoritario –el Centro Democrático–, el respaldo de casi todas las colectividades del Congreso –todas menos los verdes y el Polo–, el favoritismo de todas las encuestas sin excepción y un buen perfil de imagen.

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El resultado de la final estaba cantado. Los grupos de asesores de Duque siempre supieron que sería más fácil vencer a Petro que a algunos de los que se quedaron en la primera vuelta. De ahí que la estrategia, en esta última etapa, fue más pasiva que en los tramos anteriores. No participó en debates por televisión, bajó el perfil público de las adhesiones, hizo una publicidad más emotiva que racional e inclinó su discurso más al centro y a polarizar menos. Se reunió con la Corte Constitucional para rebajar el costo de su propuesta de unificar las Cortes, apareció poco con Álvaro Uribe y reiteró, siempre que pudo, que no hará trizas los acuerdos de paz. Una estrategia para minimizar riesgos y convertir la segunda vuelta en un mero trámite de una victoria que, de alguna manera, ya tenía asegurada en las instancias previas.

Escuche el discurso de Iván Duque como recién presidente electo

Duque no llegó a la Casa de Nariño por el camino convencional. Se sabía, desde el principio, que quien lograra la camiseta del señalado de Uribe tendría una inmejorable posición estratégica. Pero Duque era ampliamente desconocido en la opinión pública, por su juventud y porque había vivido mucho tiempo fuera del país. No estaba en el radar ni tenía pinta de presidenciable.

Tampoco había participado jamás en una elección. Y aunque lo mismo se podía decir de Juan Manuel Santos en 2010, este había ocupado tres ministerios bajo varios presidentes y había liderado al Partido de la U. Si se descuenta un breve paso por el Ministerio de Hacienda –curiosamente con Santos de jefe–, casi se podría decir que Iván Duque ocupa en la presidencia su primer cargo público. Una hazaña que, sin embargo, pudo alcanzar gracias a cuatro victorias en serie: la elección interna del Centro Democrático, la consulta interpartidista de la derecha, y las dos vueltas de la elección presidencial.

La más dura fue la primera. Derrotó a los precandidatos del uribismo –Carlos Holmes Trujillo, Rafael Nieto, Paloma Valencia y María del Rosario Guerra– en el heterodoxo proceso de encuestas que cada semana iban sacando al colero, con un desconocimiento del 67 por ciento de la gente y con una percepción negativa de 23 por ciento, superior al 8 por ciento positivo. En el escenario rondaban los fantasmas de Óscar Iván Zuluaga y Luis Alfredo Ramos –con más recorrido y simpatías en las bases uribistas–, la campaña no tenía recursos y recibió un intenso fuego amigo. Dentro de las propias filas uribistas lo tacharon de extraño a la causa, moderado y hasta santista solapado.

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Duque acertó en el posicionamiento que adoptó. Asumió el primer objetivo de hacerse conocer asociado con percepciones amables que hicieron que los puntos que ganaba en identidad iban directamente al bolsillo de la imagen positiva. Tuvo un discurso conciliador, amable y nunca se salió de casillas. Se convirtió en la cara amable del uribismo.

Y con ese cómodo ropaje sacó provecho de una iniciativa de su mentor Álvaro Uribe que a la postre se convirtió en determinante de su victoria: la consulta interpartidista realizada en la fecha de las elecciones de Congreso, el 11 de marzo. Estrictamente, Duque no necesitaba someterse a esa prueba. Con el aval del Centro Democrático le habría bastado para pelear el cupo para la segunda vuelta. Pero la breve campaña y su victoria arrolladora sobre Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez –con 4 millones de votos, más del doble que sus competidores sumados– le dieron un escenario para consolidar su imagen y para ganarse, para siempre, la condición de líder en la competencia. Una camiseta amarilla que nadie le pudo quitar.

A estas alturas Duque estaba alcanzando el objetivo planteado por Álvaro Uribe cuando sorprendió al país al aliarse con su excontradictor Andrés Pastrana. Esta unión tampoco era indispensable desde el punto de vista de sumar votos, pero sirvió para volver creíble –y viable– la fórmula de reagrupar a quienes habían convergido en el voto por el No en el plebiscito por la paz de octubre de 2016. De paso, generó la sensación de que la batalla por la presidencia sería un nuevo round contra el presidente de turno, desgastado después de ocho años de gobierno y de la derrota del Sí.

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Con ella llegó a la primera vuelta presidencial en una posición cómoda. La intención de voto a su favor se trepó después del 11 de marzo al 60,2 por ciento en la encuesta de Invamer para SEMANA, Blu Radio y Caracol Televisión. Una disparada sin muchos antecedentes –si acaso la de Uribe en 2001– que a la postre se convirtió en definitiva. Y que logró mantener hasta obtener otro triunfo significativo en la primera vuelta, con más de 7,5 millones de votos. Un candidato que casi nadie veía presidenciable a finales del año pasado llegó a la segunda vuelta como claro favorito.

Para llegar así fue disciplinado en el discurso. En una campaña con tantas etapas, utilizó tonos distintos en cada momento. Fue más radical para ganarles a sus competidores de la derecha en el proceso interno del Centro Democrático y más conciliador para derrotar a Petro al pescar votación del centro. Proyectó una actitud conciliadora y amable, y fue el candidato más dispuesto a seguir el libreto que le señalaron los medios. Tocó guitarra, bailó, hizo piruetas en los estudios de televisión. Y acompañó su propuesta conservadora, antiacuerdos de paz y proempresarial, con un discurso que también incluyó innovaciones como la economía naranja.

Y nunca se dejó enganchar en las peleas que intentaron provocar sus competidores, desde Germán Vargas hasta Gustavo Petro. Enarboló una imagen de cambio sin las connotaciones de salto al vacío que, para algunos sectores conservadores, tenía Petro. El péndulo se movió del santismo propaz hacia la oposición uribista.