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El resultado de Petro también tiene que ver con el proceso de paz. Nunca fue cercano a las Farc, ni las relaciones entre el M-19 con esta guerrilla fueron fluidas. Más bien hubo siempre rivalidad y distancia. Pero la competencia electoral de 2018 fue la primera después de finalizado el conflicto

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Hay Gustavo Petro para rato

Gustavo Petro perdió la batalla por la presidencia, pero logró una votación histórica que le asegura un gran protagonismo político en el futuro.

16 de junio de 2018

Tal vez ni siquiera Gustavo Petro había imaginado, al lanzar su candidatura presidencial, que iba a superar los 8 millones de sufragios y que triplicaría la más alta votación obtenida por la izquierda, en cabeza de Carlos Gaviria, quien alcanzó 2,5 millones en 2006. Menos aún habría pensado que con semejante cifra –suficiente para elegir presidentes en el pasado– saldría derrotado, y por un margen tan apreciable como el que le sacó Iván Duque, cercano a los 2,5 millones de votos.


El discurso de Petro luego de conocer sus resultados

Aunque había cierta incertidumbre, la derrota de Petro no tomó a nadie por sorpresa. Las encuestas le daban la ventaja a Duque, y quizá el factor del fantasma del castrochavismo influyó en que parte del electorado de centro se inclinara por Duque, al alimentar el miedo a la izquierda como supuesto peligro para la institucionalidad democrática y para la economía de mercado. 

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Con la sombra de su pasado, desde que arrancó la campaña Petro tenía una de las imágenes con mayor nivel de percepción negativa. En los cuarteles de Iván Duque siempre creyeron más fácil derrotar a Petro en segunda vuelta que a Sergio Fajardo o a Germán Vargas. El propio candidato de la izquierda era consciente de esa flaqueza, y buscó sin éxito alianzas con otros candidatos no uribistas, especialmente con los verdes, el Polo y el liberalismo. “Nos unimos o nos hundimos”, repitió, pero no tuvo eco.?Paradójicamente, tras conocer su votación de ambas vueltas, hoy esos contradictores son los más arrepentidos de no haber escuchado su llamado. Porque Gustavo Petro perdió con Iván Duque, pero obtuvo resultados que podrían catalogarse como una derrota con sabor a victoria.

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Los 2,5 millones de votos por Petro en la consulta contra Carlos Caicedo el 11 de marzo, los 4,8 millones de la primera vuelta presidencial y los 8 millones de la segunda tienen dimensión de hazaña, para un candidato que arrancó con todo en contra y que no contaba con maquinarias partidistas, gremios, empresarios ni medios, como sus competidores. Las altas votaciones que alcanzó en las tres jornadas electorales de 2018 convierten a Petro en el jefe natural de la izquierda y de la oposición, un lugar que se habrían disputado Antonio Navarro y Jorge Enrique Robledo.

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Con las votaciones alcanzadas, Gustavo Petro consolidó un capital político que ninguno de ellos tiene en el momento y que solo se podría comparar con el que construyó Navarro en 1990, en la elección presidencial y en la de la Asamblea Constituyente, que pudo copresidir gracias a ella. Petro afianzó un electorado que le simpatiza en Bogotá, en la costa Caribe y en el Pacífico, con el cual tiene garantizado un protagonismo hacia adelante. 

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Porque Petro perdió las elecciones, pero derrotó a las expectativas que decían que después del triunfo del No, de la crisis de Venezuela y de la polarización del proceso de paz, no había campo para un proyecto electoral progresista en 2018. Acertó en haber entendido el ánimo colectivo, que demostraba señales de rabia contra el establecimiento político tradicional. El electorado quería cambio, y durante el segundo semestre de 2018 le confió esas banderas a Sergio Fajardo como probable rival de Iván Duque. Pero Petro le arrebató esa imagen a Fajardo porque fue más radical en su mensaje contra la corrupción y en favor de cambiar la historia política. Lo hizo con un tono que recibió críticas por mesiánico, pero que fue efectivo.

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La fórmula fue audaz: mientras radicalizaba su lenguaje contra las estructuras políticas y la corrupción –haciendo señalamientos con nombre propio contra los políticos regionales– moderaba sus propuestas. Petro no fue comunista ni castrochavista, sino un vocero de causas contemporáneas que, por cierto, ya había defendido en su paso por la alcaldía. Habló de aguacates para simbolizar que el país debe prepararse para transitar hacia la realidad pospetróleo. Conquistó a los jóvenes con su defensa del medioambiente, su discurso animalista y su crítica a la economía extractiva. Con este último se distanció de Nicolás Maduro con el hábil argumento de que seguía el mismo camino de Uribe y Santos, un modelo extractivista dependiente del petróleo.

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También innovó en las formas. Contra la percepción generalizada de que la plaza pública era un dinosaurio sepultado por los medios masivos y electrónicos, revivió ese espacio y le dio la nueva connotación de cercanía con la gente común y corriente. Sus asesores tuvieron el cuidado de que los líderes que ayudaban a organizar los actos no subieran a la tarima y se limitaran a hacer una calle de honor para llegar a ella. Así forjó decenas de imágenes –eficazmente repetidas una y mil veces en las redes sociales– en las que no solo proyectó una fotografía ganadora, sino, sobre todo, una sensación de que allí estaba el candidato de la gente. Para la segunda vuelta, cuando todos los partidos tradicionales y los derivados de ellos apoyaron a Duque, Petro quedó muy bien posicionado. No como el vocero del país político, sino como el del país nacional, según decía Jorge Eliécer Gaitán, a quien mencionó en forma permanente en sus intervenciones.

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También supo aprovechar el espacio de los debates, que se presentaron en un número exagerado en la primera vuelta y que su adversario evitó en la segunda. Se volvió un lugar común decir que el exalcalde de Bogotá ganaba esos pulsos programáticos. No fue tan cuidadoso como Fajardo y se mostró como la antítesis de Vargas Lleras en cuanto a su cercanía con las maquinarias políticas. Y provocó a los liberales, al citar a jefes históricos como Galán y López Pumarejo, y a los conservadores, al echar mano del discurso de Álvaro Gómez sobre el acuerdo sobre lo fundamental. Esto último causó la protesta pública de su hijo Mauricio.

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El resultado de Petro también tiene que ver con el proceso de paz. Nunca fue cercano a las Farc, ni las relaciones entre el M-19 con esta guerrilla fueron fluidas. Más bien hubo siempre rivalidad y distancia. Pero la competencia electoral de 2018 fue la primera después de finalizado el conflicto, y la discusión sobre cómo enfrentar a la guerrilla no ocupó el lugar definitivo de muchas otras elecciones en el pasado. Otro debate sobre mano dura versus diálogo habría sido menos propicio para una votación como la que obtuvo Petro, un exguerrillero amnistiado. La paradoja es que el surgimiento de una izquierda democrática y sin armas era un resultado esperable del proceso de paz, pero favoreció a un exmiembro del M-19 y no de las Farc.

La gran pregunta es cómo invertirá ahora el capital político que construyó a pesar de su derrota. El Estatuto de la Oposición, que forma parte de los acuerdos de paz, establece que los candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia derrotados en la segunda vuelta adquieren curules en el Senado y en la Cámara, respectivamente. Antes de las elecciones, Petro dejó en claro que no le atrae esa opción, que era la respuesta correcta para un competidor que tiene que mostrar ganas de victoria. Y es probable que, después de haber acariciado el máximo trofeo, no le apetezca precisamente regresar al Capitolio. Pero en su intervención del domingo en la noche, después de la elección, anunció que lo hará, lo cual le abre una tribuna para ejercer oposición y volver a pelear la presidencia en el futuro, como está haciendo en México Andrés Manuel López Obrador. No será fácil.

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Petro no tiene partido y compartirá el papel de oposición al gobierno de Iván de Duque con otras fuerzas –los verdes, el Polo, la Farc– que tienen sus propios líderes y proyectos. Tendrá que aprender las lecciones de su derrota. Pero sí es seguro que el ahora excandidato de la decencia, con sus 8 millones de votos, no va a desaparecer de la escena política. Si en la alcaldía de Bogotá, destituido por la Procuraduría y restablecido en el cargo por el Consejo de Estado, demostró ser un luchador que no da su brazo a torcer fácilmente, en la campaña electoral de 2018 –en la que llegó a la final con los pronósticos en contra– confirmó esa idea. A pesar de la derrota, habrá Petro para rato.