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La propaganda del gobierno, junto a la campaña patriótica que desató la prensa, ayudaron a crear una cohesión difícilmente vista antes en el país. Miles donaron sus joyas o tomaron empréstitos del Estado para financiar la guerra.

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Las joyas de la guerra

La aparición de un misterioso paquete en la bóveda del Banco de la República ha abierto una ventana a la historia del conflicto con el Perú, cuando los colombianos se movilizaron como nunca antes

13 de agosto de 2016

En la mañana del primero de septiembre de 1932, el país se levantó con la noticia de que un grupo de 300 ‘comunistas’ peruanos se había tomado a Leticia. Con los días, la indignación nacional fue creciendo cuando se supo que la extraña incursión no solo era una treta orquestada por los caucheros de esa nacionalidad que, por segunda vez, querían adjudicarse esos territorios, sino que el gobierno de Lima respaldó la toma y envió tropas oficiales con el fin de extender sus fronteras y sacar a Colombia del río Amazonas.

Miles y miles de personas salieron a las calles y a las plazas para respaldar al gobierno, que decidió declararle la guerra al Perú y lanzar una operación militar para tomar el control sobre la Amazonia. El problema era que el Ejército no estaba preparado ni dotado para semejante aventura, ni mucho menos plata para crear una fuerza que necesariamente requería de barcos de guerra modernos, y en especial aviones, con los que no se contaba.

El conflicto desató una cohesión nacional difícilmente vista antes, impulsada en parte por la propaganda del gobierno y el fervor patriótico que desató la prensa al unísono. Hasta las diferencias entre liberales y conservadores se detuvieron y sellaron un acuerdo que podría resumirse en la frase que Laureano Gómez dijo en el Congreso: “Paz, paz en el interior. Guerra, guerra en las fronteras contra el enemigo felón”.

Esa mezcla de indignación, miedo y nacionalismo hizo que en todas las ciudades la gente, especialmente las mujeres, hiciera fila en el Banco de la República o algunas entidades oficiales para entregar sus argollas nupciales, joyas o donaciones en metálico para financiar la guerra contra el Perú. Esta idea fue una iniciativa que el ingeniero huilense César García Álvarez propuso en los principales diarios del país. Además, el gobierno emitió bonos de deuda obligatorios y asumió nuevos empréstitos internacionales.

Con esos recursos, en especial con el oro que se fundió y que se especula superó los 400 kilos, en 90 días el gobierno logró armar una fuerza sólida para enfrentar a los peruanos. Parte del secreto estuvo en usar a la aerolínea Scadta y sus pilotos como base de una fuerza aérea incipiente, lo que resultó fundamental para llevar hombres y pertrechos a las selvas amazónicas. Tras algunos enfrentamientos, el conflicto terminó cuando un militante aprista asesinó al dictador peruano Luis Miguel Sánchez y su sucesor, Óscar Benavides, decidió resolver todo por el diálogo y aceptar de nuevo las fronteras trazadas por el acuerdo Lozano-Salomón, además de disculparse por la agresión.

La guerra le sirvió al país para consolidar sus Fuerzas Armadas, para retomar el control de unos vastos territorios que prácticamente le había entregado a la Iglesia tras el Concordato de 1887 y para sellar su derecho al Amazonas, entre otros.

Toda esta historia viene a colación porque hace unos días el secretario general de la Presidencia, Luis Guillermo Vélez, recibió una carta del Banco de la República en la que le informa que en la bóveda se encontró un paquete sellado en 1934 con la descripción “Alhajas de la defensa nacional”, y le pide instrucciones al respecto.

Vélez le dijo a SEMANA que están investigando en los archivos, pero lo más seguro es que la Presidencia decida abrir el paquete, en el que se cree hay joyas y alhajas que sobrevivieron de la colecta para la guerra, en presencia de un notario.

Si se confirma el supuesto contenido, la pregunta es si debe ser considerado un tesoro o si debe ser guardado como parte de la memoria del país, ya sea en el Museo Nacional o el Militar, que tiene una colección y archivos de la guerra. Por ahora, el paquete –cerrado con un sello lacrado– y lo que guarda siguen siendo un misterio.