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Peñalosa definió con prontitud el equipo que lo acompañará, y lo posesionó el mismo primero de enero. Es un gabinete más técnico que político y todos sus miembros profesan la línea de pensamiento del alcalde.

POLÍTICA

"No soy un mesías": Peñalosa

El mandatario ha demostrado que es la persona para manejar a Bogotá. Pero no se pueden esperar milagros aunque él haya prometido algunos.

9 de enero de 2016

El nuevo alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, comenzó su gestión con pie derecho, y tanto sus simpatizantes como sus detractores estarían de acuerdo con esa afirmación. Los primeros, porque recibieron con beneplácito las primeras medidas del mandatario: el gabinete, el discurso de posesión y el plan de choque para los 100 primeros días. Y los segundos, porque le dan a la frase un sentido diferente: consideran que Peñalosa asumió una posición de derecha y neoliberal, en especial en lo que se refiere a la privatización de empresas de servicios públicos.

Lo cierto es que Peñalosa arrancó como se esperaba, con anuncios y nombramientos que reflejan un proyecto claro para la ciudad. Una visión que ya puso en marcha en su primera alcaldía y que ha defendido en forma coherente durante 15 años. Definió el equipo que lo acompañará con prontitud y lo posesionó el mismo 1 de enero. Es un gabinete más técnico que político, con 13 mujeres, 14 con estudios fuera del país, la mitad de la Universidad de los Andes, cinco con doctorado, 13 con maestría y 23 con experiencia en el sector público. Todos tienen relación con el alcalde y profesan su línea de pensamiento.

Peñalosa no es un improvisador. Y eso es bien recibido en una ciudad en la que amplios sectores fueron a las urnas en busca de cambio porque consideran que en varios temas Bogotá perdió el rumbo. Los primeros pasos del alcalde no solo caen bien entre quienes votaron por él, sino en algunos que optaron por alternativas que también buscaban una nueva dirección.

Tanto es así, que la llegada de Peñalosa al Palacio Liévano ha generado grandes expectativas que el propio mandatario sabe que no puede satisfacer de la noche a la mañana. “No soy un Mesías”, “no habrá milagros”, “pido paciencia”, afirmó en el discurso de posesión, aunque agregó que “podemos tener una ciudad mucho mejor que la que tenemos hoy”. La retórica peñalosista utiliza elementos de idealismo, hipérboles y generación de entusiasmo que terminan por alimentar las expectativas. Su discurso del 1 de enero mantuvo el tono que utilizó en la campaña para conseguir votantes y convirtió en anuncios de gobierno lo que eran promesas electorales.

En materia de movilidad dijo que “vamos a hacer para nuestra ciudad el mejor sistema de transporte público del mundo en desarrollo”, una afirmación difícil de sustentar con datos cuando su propuesta consiste en duplicar la red de TransMilenio, construir una línea de metro elevado, organizar el sistema SITP y fomentar el uso de la bicicleta. También hizo anuncios ambiciosos para descontaminar el río Bogotá, construir un malecón, elaborar un sendero ecológico de los cerros orientales desde Chía hasta Usme y completar “un circuito ambiental único en el mundo, con más de 200 kilómetros de extensión”. También habló de convertir a Bogotá en “una ciudad ejemplar a nivel mundial en movilidad sostenible”.

Aunque Peñalosa dice que no se pueden esperar milagros, sin duda está prometiendo algunos. La pregunta es si logrará realizarlos. En el panorama del nuevo mandatario hay cartas muy valiosas, pero también desafíos difíciles. Entre sus principales ases figuran su experiencia y su calificado equipo, cuyo conocimiento le ha permitido comenzar sin pérdida de tiempo.

Y todo indica que habrá un cambio total en la relación de los gobiernos nacional y distrital, que puede ayudar a la gestión local. Al presidente Juan Manuel Santos la idea de ser visto como un aliado en la tarea de poner orden en Bogotá le conviene para mejorar el ambiente sobre su propia gestión. El vicepresidente Germán Vargas Lleras quiere demostrar que la llegada de Peñalosa –avalado por su partido, Cambio Radical– desbloqueará programas de vivienda que nunca fueron posibles con Petro. Y en las reuniones de empalme se generó con facilidad una buena química entre Peñalosa y el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, y el director de Planeación Nacional, Simón Gaviria. Todo indica que la disponibilidad de recursos, en una ciudad que de hecho tiene finanzas sólidas, no será un problema para la ambiciosa agenda de Peñalosa. La sociedad entre la Casa de Nariño y el Palacio Liévano es de mutuo beneficio.

El panorama político también es optimista. En el primer encuentro con el Concejo, el alcalde dejó en claro que quiere trabajar con ese órgano –del que depende para asuntos tan importantes como la aprobación de un nuevo POT– aunque aún no está claro qué tipo de alianza construirá. En la oposición solo están los cinco del Polo Democrático y uno –Hollman Morris– del petrismo. Algunas figuras del gabinete capitalino tienen cercanía con fuerzas que no acompañaron a Peñalosa en la campaña: el secretario de gobierno, Miguel Uribe, es de origen liberal; Eva María Uribe, gerente del Acueducto, María Consuelo Araújo, de Integración Social, y Francisco José Cruz, en Ambiente, son cercanos al uribismo. En los días previos a la posesión estuvo a punto de acordarse la permanencia de Adriana Córdoba, esposa de Antanas Mockus, aunque a última hora se frustró. Lo cierto es que el Peñalosa modelo 2016 parece más dispuesto a construir una base política amplia y a entenderse con los concejales, que en su primera administración.

Pero Peñalosa también se topará con desafíos muy complejos. Bogotá no es la misma que él gobernó hace 15 años. Tres administraciones de izquierda generaron una base significativa y decisiva que no ve con buenos ojos el modelo de ciudad peñalosista. Los gobiernos de los últimos 12 años beneficiaron a muchos bogotanos con programas de subsidios, reducción de tarifas y educación, y van a exigir su continuidad. Un gabinete tan homogéneo desde el punto de vista ideológico y de su origen social, como el que nombró Peñalosa, puede tener problemas de comunicación con una ciudad tan diversa.

Desde el punto de vista institucional, el Distrito tiene una estructura diferente a la de la primera administración de Peñalosa, pues fue reformada por Luis Eduardo Garzón. Y hay señales de que el nuevo aparato es menos eficiente para un alcalde que se caracteriza por su habilidad –y obsesión– para ejecutar. Que el IDU haya sido incapaz de terminar el paso deprimido de la calle 94 da una medida de los problemas que encontrará el nuevo alcalde. Y el empoderamiento de los organismos de control que se ha fomentado en los últimos años hará más compleja la construcción de obras en la magnitud y con el ritmo con los que el gobierno Peñalosa ejecutó sus obras en el trienio 1998-2001. El ‘síndrome de Andrés Camargo’ –el eficiente exdirector del IDU que terminó en la cárcel por un asunto técnico en la construcción de las vías de TransMilenio– obligará a los funcionarios a moverse con pies de plomo.

Y falta ver qué tipo de oposición hará Gustavo Petro. El exalcalde estuvo muy activo –y muy duro– en su Twitter durante la primera semana del año y envió señales de que buscará convertirse en el ‘Uribe de Peñalosa’. Es decir, en un crítico permanente, radical y pugnaz que buscará, a punta de oposición, conservar las bases que lo apoyaron durante su gobierno.

Altas expectativas, algunas cartas a favor y enormes desafíos. Así se inicia la administración de Enrique Peñalosa. El plan de los 100 primeros días se concentra en poner orden en movilidad y atender los peores focos de inseguridad, y en ambos buscará resultados visibles y prontos mediante el ejercicio de más autoridad, presencia visible del alcalde y el apoyo de las autoridades. Pero las soluciones de fondo para problemas muy profundos tomarán tiempo. Y quién sabe si los bogotanos hoy tienen la paciencia que les pidió Peñalosa en el discurso de posesión.