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Un grupo de jóvenes juega fútbol en una cancha de tierra frente a la iglesia de Nueva Venecia | Foto: El Común

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Cuando el buen corazón de Falcao no es suficiente

Los adolescentes de Nueva Venecia pasan sus horas libres jugando fútbol en la cancha que les regaló el ídolo samario, pero su pasión por el deporte contrasta con la ausencia de una sede de bachillerato propia. El futuro de estos jóvenes sigue en veremos.

24 de mayo de 2017

Cuando no está en clase, a Manuel Guerrero le gusta jugar fútbol. A sus 19 años, juega de delantero y dice que es hincha del Barcelona y del Junior de Barranquilla. Sentado en un pupitre afuera del único salón de 11 que hay en Nueva Venecia, Manuel cuenta que para llegar hasta aquí todos los días navega durante 15 minutos en una canoa por la Ciénaga Grande de Santa Marta. La canoa va y vuelve entre Buenavista y Nueva Venecia, dos poblaciones que flotan sobre el agua a 40 minutos y a una hora de Sitionuevo, Magdalena. Pero Manuel ya no tendrá que hacer ese viaje por mucho más tiempo; si todo sale bien, en diciembre se va a graduar de bachiller.



Al preguntarle cómo se imagina en un par de años, Manuel se queda pensando un momento. “Nada, no sé. No me lo he imaginado”, responde al final. Su mirada se dirige hacia algunas de las 366 casas que componen el pueblo y se alcanzan a ver desde donde está sentado. Entre las construcciones de madera solo resalta una estructura de paredes blancas que mide unos 20 metros de largo: la cancha de fútbol.

Hace dos años, el jugador samario Radamel Falcao García, el Ministerio de Justicia, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la Unidad Administrativa para la Consolidación Territorial y la empresa de relojes suizos Hublot invirtieron 655 millones de pesos en la construcción de la primera cancha polideportiva palafítica del país. En ese momento, este pueblo en el que viven unas 2.370 personas volvió a ser noticia después de la masacre que ocurrió el 22 de noviembre de 2000, cuando 70 paramilitares asesinaron a 39 pescadores frente a la iglesia.

Ese mismo año, la Unidad para las Víctimas logró la legalización del predio para la construcción de una nueva sede de bachillerato. La Alcaldía de Sitionuevo adquirió un terreno por 15 millones de pesos, y se comprometió a aportar otros 12 millones de pesos para contratar la mano de obra. Sin embargo, este proyecto –que hace parte del plan de reparación colectiva para los habitantes de Nueva Venecia– aún no ha arrancado.

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Según Carlos Ortiz, director territorial de la Unidad para las Víctimas en el Magdalena, la Universidad Nacional y la Fundación Sakadawa Colibrí están trabajando en la presentación de los diseños del proyecto. “La intención es que en el segundo semestre del año podamos arrancar con la obra y que los muchachos puedan tener su escuela el próximo año”, afirma.

La promoción de Manuel es la cuarta en graduarse en Nueva Venecia. Actualmente, los 196 estudiantes matriculados en bachillerato dan clases en aulas que inicialmente estaban pensadas para alojar a los más de 500 niños que están en primaria. “El bachillerato se abrió por necesidad. Porque ellos terminaban y se iban. Los hombres se ponían a pescar y las niñas se casaban”, explica Ana Emilia Fandiño, coordinadora de la institución. Para ella, quien trabaja en la institución hace cinco años, los muchachos están cambiando, y poco a poco muestran más interés por aprender. “Todavía no tienen como que un futuro así definido, pero nosotros estamos ahí detrás”, dice.

Desde la puerta de su clase, Manuel cuenta que varios de sus amigos dejaron de ir al colegio. “Hay unos que me dicen que ya terminaron. Que ya estudiaron mucho. Pero nada, no hacen nada, lo que pueden hacer allá en el pueblo es pescar”, dice. Después, como quien responde con la seguridad de saber la respuesta correcta, agrega: “Yo seguí estudiando porque quiero salir adelante”. Unos segundos más tarde, sus ojos se vuelven a fijar en las calles de agua que tiene en frente.


Enviada especial: Carolina Arteta

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