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Desde las 9 de la mañana, el presidente Gaviria estuvo dirigiendo a la oposición. Armó cuartel en el restaurante La Botica, a tres cuadras del Congreso

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A César lo que es del César

Después de años en el ingrato desierto de la oposición, Gaviria vive su hora de gloria como el arquitecto de la derrota del gobierno en el Congreso el 20 de julio.

25 de julio de 2009

El símbolo de la derrota del uribismo en el Congreso es el senador de Cambio Radical Javier Cáceres, conocido popularmente como el 'Chuzo'. El hecho de que fuera un seguidor de Germán Vargas Lleras hizo pensar a muchos inicialmente que este había sido el protagonista de ese 'golpe de estado'. No fue así. El revolcón político que el 20 de julio dejó al uribismo sin cargos en las mesas directivas del Legislativo, no tuvo como mariscal de campo al jefe de Cambio Radical, sino al del Partido Liberal: César Gaviria.

Vargas Lleras pudo haber jugado ese papel. Pero él sabe que en la Casa de Nariño lo consideran conspirador y lo último que querría sería confirmarles esa acusación. Aunque ya no es parte de la coalición, tampoco quiere ser enemigo del gobierno. Su candidatura requiere del voto uribista y convertirse en el jefe de la oposición sería contraproducente. Con Gaviria sucede todo lo contrario. Ya es el jefe de la oposición y es la única carta que podía jugarse. Se la jugó a fondo, le fue bien y le salió un póker de ases.

El ex presidente liberal, cuya frialdad y autocontrol son legendarios, en estos momentos se está frotando las manos de felicidad. Cinco años como punta de lanza de la oposición al Presidente más popular de la historia reciente le habían costado el prestigio con que había dejado la Casa de Nariño. Atravesó ese desierto estoicamente sin mayores satisfacciones a corto plazo. En las encuestas su favorabilidad se fue a pique y su imagen desfavorable superaba a la de la mayoría de los otros dirigentes nacionales.

No obstante, la derrota del uribismo el pasado día de la independencia lo ha hecho pensar que le llegó la hora de la revancha y que está en su momento de gloria. La modestia y la austeridad verbal que lo caracterizaban han desaparecido transitoriamente. Reclama el triunfo como propio y se precia del título de jefe de la conspiración. La sede donde se planeó ese golpe de estado fue el restaurante La Botica, situado en La Candelaria a tres cuadras del Congreso. Ahí el César instaló su cuartel general y empezó a mover sus fichas.

Entre las 10 de la mañana y las 9 de la noche, dirigió a las tropas que produjeron el Waterloo uribista. Había que librar dos batallas. Una en el Senado y otra en la Cámara. La del Senado era mucho menos importante porque el referendo allá ya había sido aprobado para 2010. Además, porque la simpatía de Cáceres producía un colegaje que allanaba el camino sin necesidad de conspiración.

En la Cámara, la cosa era a otro precio. En ese organismo está aún por definirse el futuro del referendo y un cumplimiento de los pactos significaría una muestra de fortaleza de la coalición de gobierno. Así mismo, un rompimiento de los mismos representaría exactamente lo contrario.

Por lo anterior, Gaviria concentró sus esfuerzos en la Cámara baja. Su estrategia era consolidar a la oposición y buscar desertores en el uribismo. Aunque Germán Vargas decidió manejar la situación desde la orillita, en algunos momentos definitivos puso la cara. Uno de estos fue cuando incidió para que Cáceres no aceptara el 'miti-miti' del período de un año de la presidencia del Congreso con el senador Gabriel Zapata quien, según los pactos, debía estar al frente de ese cargo. Esto sucedió dejando colgado al ministro Fabio Valencia, quien hizo el oso anunciándole al país ese acuerdo.

Para estimular la deserción en las filas uribistas Gaviria se apoyó en Armando Benedetti, el militante de esa corriente con el que más contacto tuvo. El pacto que se había previsto hace tres años estipulaba que en la presidencia del Senado quedaría un miembro de Alas Equipo Colombia y en la de la Cámara un representante del partido de La U. Las vicepresidencias también tenían acuerdos con partidos específicos. Para que la rebelión tuviera éxito se necesitaba que se rompiera la totalidad de los acuerdos.

La revolución se comenzó a gestar hace casi tres meses, cuando se empezaron a discutir acuerdos entre el Partido Liberal y Cambio Radical para una posible consulta interpartidista que desembocará en un candidato único. Y se concretó hace un mes, cuando el senador Cáceres y el representante de Convergencia Ciudadana Édgar Gómez rompieron filas y dieron un grito de independencia.

El primero, senador cartagenero, tenía más posibilidades, pues su personalidad campechana, cálida y folclórica le permitía derrotar a su rival Zapata, quien se caracteriza más por su seriedad y dominio de los temas económicos que por su carisma. Además de esto, el ministro Fabio Valencia no movió un dedo por Zapata, lo cual se atribuye a que el senador es uno de los generales de Luis Alfredo Ramos, el gran enemigo de Valencia de Antioquia.

Pero en la Cámara sí no se habría podido ganar sin la conspiración de Gaviria. Al final de la tarde el gobierno estaba montando una contraofensiva para evitar la deserción de los representantes de Cambio Radical. Gaviria llamó a Vargas Lleras y le dijo en tono fuerte que si de verdad había una alianza entre los dos partidos, se requería más beligerancia por parte de Cambio Radical para evitar que el gobierno alineara a los representantes de esa corriente. Fue una conversación destemplada en la cual Germán Vargas le recordó al ex presidente que él no era subalterno, sino también jefe de partido. Le agregó que él tenía palabra y sabía cumplir lo pactado. Inmediatamente después llamó a dos de sus coroneles y les dio instrucciones de asumir de frente el rompimiento de los pactos. Así se hizo y el resultado fue la elección de Édgar Gómez con 82 votos, de los cuales más de la mitad fueron de Cambio Radical y el Partido Liberal.