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COLOMBIA EN LA GUERRA

Buques colombianos hundidos por submarinos nazis, espionaje, campos de concentración en Fusagasugá: Colombia también participó en la Guerra Mundial que terminó hace 40 años

10 de junio de 1985

Colombia quedaba lejos de los campos de batalla, y era casi como si la guerra que incendiaba medio mundo sucediera en un planeta diferente. Aquí sólo llegaban ecos amortiguados a través de la bolsa de valores--subían las acciones de las empresas de caucho o de platino- o de la poesía Pablo Neruda recitaba por primera vez, ante un estupefacto público bogotano, su "Canto de Amor a Stalingrado".
Se vivía la "pausa" santista de la república liberal, Laureano Gómez hablaba de la violencia en Santander López Pumarejo preparaba su reelección a la presidencia. Los periódicos anunciaban jarabes para la tos y gotas infalibles contra el estreñimiento males que hacían estragos en esa Bogotá de cafés y tranvías, poblada de hombres de sombrero y vestido oscuro que andaban estreñidos y tosiendo bajo la eterna llovizna, rumbo al Congreso, a oír discursos de los Leopardos. Colombia, había dicho el presidente Eduardo Santos, era "neutral, pero no indiferente". En los cafés de intelectuales se disparaban las pasiones aliadófilas o germanófilas, hitlerianas o antinazis. Pero más que políticas eran pasiones líricas: se levantaba un contertulio a declamar con voz transida de emoción francófila los versos de "Cuando yo digo Francia" de Umaña Bernal: "Ni habrá paz en la tierra si su tierra es esclava... ". Y otro contertulio, partidario de las armas del Eje, se ponía en pie, tendía el brazo y cantaba el "Cara al Sol" de la Falange española.
Eran pasiones, sobre todo, provincianas: en el fondo, lo que de verdad había no eran francófilos, sino santistas; y no germanófilos, sino laureanistas.
Pero si todo era folklórico, provinciano, de oídas, no todo ese provinciano folklor de la guerra mundial en Colombia era inofensivo. Se abrían campos de confinamiento, se hundían buques en las aguas del Caribe, se organizaban redes de espionaje. Al norte de Buenaventura, en el Pacífico, y entre Ciénaga y Santa Marta, en el Atlantico, repostaban los submarinos alemanes que habían minado el Mar Caribe. Años después, como traido por el mar de fondo del realismo mágico, apareceria en Bahia Portete, en la Guajira, el casco herrumbroso de un submarino alemán hundido por los aliados, con cangrejos dormidos en las calaveras de los oficiales y torpedos sin usar en los tubos de proa.
La guerra mundial, que no se sintió casi, dejó huella en Colombia. Se reforzaron los vinculos militares y económicos con los Estados Unidos. La industria nacional prosperó al amparo del aislamiento forzoso, que en la práctica obraba como un proteccionismo. Se hicieron fortunas con la especulación de la escasez de materias primas y de acciones de compañías extranjeras cuyo valor dependia de quién iba ganando la guerra.
Muchos años después, todavía se escribirían novelas, como "El jardin de las Hartmann" de Jorge Eliécer Pardo, que inspiró la telenovela "La estrella de las Baum".
Porque aunque no la sintiera,y aunque en palabras del canciller López de Mesa su neutralidad fuera "máxima, es decir, sin adjetivos", Colombia estaba en la guerra. Las preferencias sentimentales eran también opciones políticas: Laureano Gómez adoraba la música de Wagner (como lo ha revelado su hijo Alvaro en reciente entrevista), pero además consideraba que las nazis estaban cumpliendo una tarea de civilización al combatir el comunismo. Eduardo Santos amaba la cultura francesa, pero además habia tomado partido por las democracias contra el nazifascismo desde que "el conflicto de la libertad y la tirania estalló en la atormentada tierra de España". Y la izquierda liberal y los socialistas, para no hablar del partido comunista con un Gilberto Vieira que por entonces era todavía joven agitador, veían en la Unión Soviética un baluarte contra la barbarie. Hasta el general Castañeda, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, declaraba: "El Ejército Rojo defiende heroicamente los principios de independencia y liberlad".
Por detrás de eso había también, naturalmente, intereses económicos y estratégicos. Alemania era en aquel entonces, para el conjunto de América Latina, la segunda potencia en el campo comercial (después de los Estados Unidos) y la tercera en inversione (después de los Estados Unidos e Inglaterra). Grandes empresas alemanas tenían en Colombia intereses considerables: la Bayer, La Shering, la Pfaff la l.G. Ferbenindustrie; y la colonia alemana, aunque numéricamente no muy grande (menos de cuatro mil personas) tenía un importante peso comercial. Desde el punto de vista estratégico, Colombia era vecina de Canal de Panamá, que por aquello tiempos tenía todavía importancia vital para los Estados Unidos. El candidato presidencial de la derecha libera en 1942, Carlos Arango Vélez, llegó a decir que Colombia debería "suministrar el elemento humano" para la defensa militar del Canal, como cosa vital para Colombia y no sólo para los Estados Unidos.
Y todos esos elementos, como es natural, afectaban los acontecimientos políticos locales de manera notable. Quizás al respecto el ejemplo más elocuente sea la posición de Laureano Gómez, revelada por el embajador norteamericano Spruille Braden en un informe confidencial a la Secretaría de Estado ("Eduardo Santos y la política del Buen Vecino" por David Bushnell, El Ancora Editores). En caso de que triunfara la reelección de López Pumarejo, le decía Laureano a Braden, "habrá guerra civil, y esperamos que ustedes nos apoyen en ella para impedir que el comunismo se apodere de Colombia".
Braden negaba su apoyo, y entonces concluía el jefe conservador: "Entonces tendremos que buscar ayuda en cualquier otra parte".
Pese a todo, la neutralidad oficial de Colombia se prolongó durante buena parte de la guerra mundial. El 8 de diciembre de 1941, a raíz de] bombardeo japonés a Pearl Harbour el gobierno de Santos rompió relaciones diplomáticas son los países del Eje. Pero eso no implicó beligerancia, porqúe--explicaba Santos--"Colombia no es una potencia militar". Y el país no vino a enterarse de verdad de que la guerra existía sino en el mes de junio de 1942, cuando un submarino alemán hundió a cañonazos una inerme goleta colombiana de cabotaje en las cercanías de San Andrés, y ametralló luego a los sobrevivientes que escapaban en un bote salvavidas.
Estos, "a puro remo y haciendo vela con nuestras camisas", pudieron llegar a San Andrés.
La prensa se exaltó, incluyendo a El Siglo. Los seis tripulantes muertos de la goleta "Resolute" hicieron sentir a los colombianos, en carne propia, lo que El Tiempo calificaba de "salvajismo nazi". En represalias, el gobierno congelb los fondos del Eje en el país, y prohibió a los súbditos alemanes, italianos y japoneses la residencia en los departamentos de las costas y en los puertos del rio Magdalena. Se exigieron además "satisfacciones morales y materiales" al gobierno alemán, que no contestó nunca una sola palabra. Un año y medio más tarde el canciller Carlos Lozano y Lozano se quejaba en el Congreso de que Alemania, lejos de haber pedido disculpas por el ataque, "hizo mofa y escarnio de la República de Colombia. Se difundió por toda Europa, con caracteres irónicos, la especie de que el Imperio alemán iba a desaparecer porque Colombia intentaba hacerle la guerra".
Pero no intentaba hacérsela. Fue necesario que un segundo submarino nazi hundiera una segunda goleta colombiana, la "Ruby", el 15 de noviembre de 1943, para que Colombia tomara la medida extrema de romper hostilidades. Y aún entonces lo hizo discreta, casi tímidamente, "sin heróísmo literario", en opinión del editorialista de El Tiempo. La declaración de beligerancia del 26 de noviembre de 1943 fue, en efecto, muy parca, y estrictamente defensiva: "El gobierno nacional deja pública constancia de este hecho (el acto de guerra no provocado de cañonear la goleta) y declara que se halla en la obligación de tomar las medidas necesarias para defender al pueblo colombiano de la agresión externa y para preservar su soberania, su honory sus derechos".
Pero ni siquiera esta timidez del gobierno liberal aplacó las iras conservadoras. El senador Valencia exaltó en el Senado la "gallardía" de los nazis, y El Siglo criticó editorialmente "la estrafalaria declaración del gobierno". Un parlamentario conservador señaló que le parecía sospechoso el que todos los apellidos de los muertos tuvieran consonancia inglesa (eran todos sanandresanos). Y El Siglo aseguró que lo importante no eran esos cuatro muertos en el mar, sino los catorce campesinos conservadores asesinados en esos días "por armas oficiales". Se repitieron los ataques callejeros contra sedes conservadoras, que ya se habían presentado año y medio antes, cuando el hundimiento de la "Resolute", y habían despertado la protesta encendida de El Siglo: "El comunismo entregado al saqueo en Barranquilla". "Insultando calumniosamente a los conservadores como nazis, la chusma comunista acaba de atacar las oficinas donde funciona el Directorio Departamental Conservador".
La declaración de guerra trajo más consecuencias. Un mes después a fines de diciembre del 43, se ordenó el internamiento de los 3.920 súbditos alemanes residentes en Colombia, y se instaló con ese objeto un "campo de concentación" en Fusagasugá. Sus bienes fueron puestos en fideicomiso bajo la vigilancia del Estado "hasta que se haya pagado indemnización y reparación a que haya lugar por razón de los daños y perjuicios que el Estado alemán o sus súbditos hayan causado a las propiedades del Estado colombiano o a los ciudadanos colombianos". El objeto de esta medida era, principalmente, sustraer las empresas de propiedad de alemanes a las "listas negras" de Estados Unidos y Gran Bretaha para que, así "colombianizadas", pudieran seguir operando. En el Parlamento se quiso ir más allá, debatiendo un proyecto sobre la nacionalización pura y simple de tales I empresas. Pero nunca llegó a ser aprobado.
Entre tanto se habían tomado otras medidas "antinazis", como el cierre de la agencia de noticias alemana "Transocean" (cuyos srvicios utiliza ba prineipalmente El Siglo), el cierre de colegios y clubes alemanes, e inclusive de restaurantes.

Más seriamente, fue destruida por aviones norteamericanos (venidos de la zona del Canal) una base clandestina de abastecimiento de submarino nazis que existía entre Ciénaga y Santa Marta. Hubo gestos simbólicos como la proyección en Bogotá de películas soviéticas sobre la guerra, y gestos más reales, como la autorización a los Estados Unidos de montar en Providencia una base de aprovisionamiento aéreo. En los consulados norteamericanos de Barranquilla, Medellín y Cucúta aparecieron súbitamente misteriosos "observadores" cuya función era el espionaje. Y, dado el ejemplo, no tardó en aparecel también el contraespionaje: el "comité antinazi" (fundado por personalidades intelectuales y políticas como Baldomero Sanín Cano, Gerardc Molina, Antonio García, Jorge Regueros Peralta) consiguió, por ejemplo, infiltrar a los grupos nazis que operaban en el país. Su agente un alemán antihitleriano, fue descubierto, y hubo que sacarlo por Pereira hasta Panamá en una rocambolesca operación a cargo de un avión militar norteamericano. Como en las películas. Como en la guerra de verdad.
Con todo esto, cuando llegó por fin la victoria de los Aliados Colombianos tomó como cosa propia. ¿Acaso no había puesto diez muertos en la guerra submarina, y había sacrificado la industria del banano a la escasez de buques provocada por la guerra, y había llegado incluso a incautar dos barcos italianos para ofrecerlos como participación en el esfuerzo bélico? Así, firmada la rendición de Alemania, "Colombia toda participó en la alegría universal", como tituló El Tiempo a toda página. Las bandas de guerra de los colegios se lanzaron a las calles con tambores y trompetas para regar la noticia. Se acabó el whisky en las cigarrerías. Todos los políticos hicieron una frase histórica al respecto, y hubo algunos que quisieron hacer varias, como el ex canciUer López de Mesa"Es tan fausto el acontecimiento que no puedo compendiar mi pensamiento en una sola frase", declaro. En los cafés se recitaron versos: "Cuando yo digo Francia", "Canto de Amor a Stalingrado". La Bolsa de Bogota celebró el acontecimiento con un alza generalizada de todos los valores. Y comentaba la prensa: "no se sabía qué admirar más: si la serenidad y cordura de los inversionistas, o la paradoja del alza en los momentos mismos de la paz".
Consumido el whisky y pasada la euforia se volvió a las cosas serias.
Estreñidos, tosiendo, los bogotanos de sombrero y vestido oscuro abordaron los tranvías rumbo al Capitolio, bajo la llovizna, para escuchar discursos.