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CON PRISA O SIN AUDITORIO

La visita del presidente norteamericano dificilmente podrá mejorar la imagen de su país en Colombia

3 de enero de 1983

En realidad, el balance político que arroja la visita del presidente norteamericano es menos espectacular que las medidas de seguridad que rodearon ese acto. Como si se tratara de un encuentro no en Bogotá, sino en una ciudad asediada por los coletazos de una guerra civil como Beirut, la protección que los cuerpos de seguridad estadounidenses y nacionales depararon a Ronald Reagan, fueron considerados por muchos como excesivos. Si alguien subvalora a los grupos guerrilleros colombianos, no son los servicios secretos norteamericanos. Estos, entre diligentes y ostentosos, trajeron al país para el cuidado del jefe de la Casa Blanca centenares de efectivos vestidos de civil, tres limosinas presidenciales especiales, y seis helicópteros dotados de instrumentos capaces de izar por los aires el coche del presidente, ante el menor amago de ataque terrorista en el corto trayecto de minuto y medio que separa la plaza de Bolívar de la Casa de Nariño.
En últimas, todo transcurrió sin contratiempos y de acuerdo con lo estrictamente programado. Los actos protocolarios se desarrollaron impecablemente, con la única novedad de que la importante visita no culminó con la firma de una declaración o un convenio diplomático, como algunos esperaban. La "filosofía" de la reunión entre los dos mandatarios sólo estaría contenida en los dos únicos discursos del evento, de cuyos textos tampoco se pueden deducir orientaciones nuevas o sustanciales en relación con lo que la opinión ya conoce de los vínculos entre Estados Unidos y Colombia.
La oración del presidente Reagan, lejos de enfocarse sobre un tema que algunos advirtieron que constituiría lo central, como sería el tráfico de narcóticos entre los dos países, aunque dicho tema sí fue aludido al final, bregó básicamente con dos preocupaciones: las tensiones en Centroamérica y el Caribe, y las dificultades de la economía internacional. Reagan, sin mencionar los choques fronterizos entre Honduras y Nicaragua, abordó el tema al subrayar en dos momentos las actividades de "los subversivos" contra "sus vecinos", ubicando el retiro de todos los asesores militares extranjeros de la región y las decisiones de la conferencia de San José, como un "buen comienzo" en la solución del conflicto allí.
En relación con los interrogantes económicos que le planteara minutos antes el presidente colombiano en su discurso, Reagan respondió entre otras cosas con una frase que fue vista por algunos como desalentadora, en el sentido de que para evitar el resurgimiento del proteccionismo -tópico cada vez más denunciado en los discursos de las cancillerias latinoamericanas- los esfuerzos deberían ser "conjuntos", poniendo, obviamente, en un injusto pie de igualdad las economías subdesarrolladas y sus esfuerzos exportadores, con las de los países avanzados y sus poderosos mecanismos para equilibrar las balanzas de pagos.
Belisario Betancur, por su parte, en url discurso de orientación tercermundista, coherente con su política exterior, mostró la carrera proteccionista norteamericana como fuente de "frustraciones y de daños irreparables" para Latinoamérica, pidió eliminar las exclusiones en el sistema interamericano- -¿aludiendo quizás a la situación de Cuba frente a la OEA?--, denunció el armamentismo de las potencias y lamentó el desangre que sufre actualmente El Salvador. Cerró su intervención con una frase del poeta norteamericano Carl Sandburg, no sin antes ratificar su voluntad de hacer de la no alineación "nuestra filosofia" .
Pero no tanto por lo que se desprende de este, discurso, sino por las expresiones públicas de vivo desafecto con la visita de Reagan que la ciudadanía exteriorizó días antes de la llegada del mandatario norteamericano, la presencia de Reagan en Colombia, pese a las buenas intenciones y al gesto cordial de incluir a Colombia en su amplio periplo, exteriorizó dos fenómenos de importancia. El primero es que hay una evolución, o mejor, una radicalización del sentimiento antinorteamericano en el país. En escasos 20 años, el fervor que la ciudadanía manifestara ante la llegada de un presidente norteamericano--exteriorizado ampliamente durante la visita de Kennedy--se ha esfumado. Por otra parte, las expresiones de descontento llegaron en la Universidad Nacional a transformarse casi en disturbios de magnitud fuera de toda proporción con una visita de cortesía de cinco horas.
Este sentimiento no sólo fue el hilo conductor de las pedreas universitarias y de la silbatina en las esquinas de la plaza de Bolívar cuando Reagan colocó la ofrenda floral al Libertador, sino que llegó a ser también exteriorizado en el extraño editorial de ese día, del diario reconocidamente conservador "El Siglo".
Pero no podría decirse tampoco que dicha visita fue un fracaso. Los dos mandatarios han hecho de todas maneras un franco intercambio de ideas y el presidente colombiano ha sido invitado a visitar Washington. Queda también la promesa de Reagan en el sentido de que se esforzará por evitar restricciones comerciales adicionales a los productos colombianos y de que favorecerá una refinanciación del BID. Sin embargo, la visita sí ha dejado flotando en el ambiente la nocion de que la política estadounidense en Centroamérica es claramente impopular y que ante este hecho no hay esfuerzos de relaciones públicas que valgan.