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Energía solar que calma la sed en La Guajira

Decenas de comunidades indígenas de La Guajira encontraron un tesoro que durante años ha sido esquivo con ellos. Gracias a la Cruz Roja Colombiana, más de 12.000 personas en la Península recibieron una ayuda para mitigar las consecuencias del fenómeno de El Niño: 72 soluciones de agua, huertas y apriscos para la protección de sus rebaños.

19 de abril de 2018

El sol nunca ha sido tímido en La Guajira. Sus rayos golpean a dos niños que recorren en bicicleta una de las trochas en Uribia, el municipio más al norte de Colombia. Pertenecen a la comunidad Ipashirrain y van sonrientes en busca de un tesoro que desde hace años intentan conquistar: el agua.

El mayor de ellos pedalea, el más pequeño se acomoda en el tubular superior de la bicicleta. Atrás, dos galones vacíos que llenarán con el agua que han ido a recoger al pozo de páneles solares, esa fuente que desde hace unos meses brota gracias a la Cruz Roja.

No tardaron cinco minutos en llenarlos, antes de perderse nuevamente entre cactus de todos los tamaños y un paisaje de tierra árida. Son nómadas. Seguramente, mañana no vivirán en el mismo lugar hacia donde ahora se dirigen.

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¿Qué harán con el agua? Tal vez lo mismo que hacen los otros miembros de la comunidad desde que tienen esta pequeña fuente hídrica: cocinar, limpiar, asear el cuerpo o tomarla. Los pozos con agua son algo nuevo para ellos, algo que les ha regresado la esperanza que desapareció de sus vidas casi por completo en los últimos siete años, cuando el fenómeno de El Niño golpeó tan fuerte a la región que cientos de menores fueron diagnosticados con desnutrición severa, aumentaron las enfermedades respiratorias y el precario suministro de agua que recibían se acabó.

La península sufrió más que el resto del país por el patrón climático. Fallecieron, según el DANE, 244 niños y niñas por desnutrición y factores relacionados. Aunque las muertes no eran una consecuencia exclusivamente causada por la falta de alimentos, es cierto que enfermedades infecciosas y el uso de agua no apta para el consumo humano aumentaban el riesgo y las comunidades quedaban en estado de emergencia.

La sequía arrasó con chivos y ovejas. Los pocos productos agrícolas que se adaptan a las condiciones climáticas del lugar se convirtieron en cultivos sin producción. El éxodo de decenas de familias que buscaban nuevas zonas para asentarse fue la primera consecuencia. Las comunidades que tenían que desplazarse constantemente buscando fuentes de agua y alimentos se confundían fácilmente con poblaciones nómadas, aunque no lo fueran.

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No era necesario estar en un desierto para comprobar los efectos de la sequía. En Uribia, por ejemplo, los indígenas wayúu, una de las pocas comunidades que resistió a la colonización y hoy conserva la mayor parte de sus costumbres, caminaban errantes en medio del campo espinoso. Hoy, su situación sigue siendo preocupante, pero en medio del panorama han aparecido manos para auxiliarlos.

En algunos lugares del departamento no ha llovido ni un solo día desde que inició el 2018. Las fotografías que se toman por el caminio entre Riohacha y Uribia retratan el mismo escenario: a cada lado de la carretera, hombres y niños levantan en sus brazos desde bolsas de crispetas y frutas, hasta conejos muertos. Los ofrecen sin mucho éxito a los carros que rara vez se detienen a escuchar la insistente oferta.

“En La Guajira hay más chivos que personas”, dicen quienes conocen la región. Estos animales se pasean por las polvorientas calles y aparecen en medio de las áreas deshabitadas de la región. No solo son un plato típico del departamento, sino que son sagrados para los wayúu. Este animal sagrado es otra víctima de las calamidades que ha tenido que vivir este pueblo, muchos languidecen en medio del calor.

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Hace un la ilusión de tener agua llegó a las zonas más afectadas de la región a través de un proyecto de la Cruz Roja Colombiana. Incluía la reparación de 31 molinos de viento, la adecuación de 25 pozos artesanales que funcionan a través de paneles solares, y la rehabilitación 16 pozos profundos con el mismo sistema fotovoltaico.

Esta semana concluyó el proyecto. Le regresará a más de 12.000 personas la esperanza de poder vivir en condiciones dignas. Por medio de Mitigación de las consecuencias asociadas al fenómeno de El Niño, la organización entregó 72 soluciones integrales de agua con la capacidad de abastecer 480.000 litros de agua al día.

La iniciativa, que proponía soluciones integrales de acceso al agua visitó 105 comunidades para realizar la selección de las poblaciones que podrían beneficiarse. De ellas, 54 fueron las elegidas puesto que no contaban con una intervención gubernamental. Fueron financiadas por el Ministerio Federal de Asuntos Exteriores del gobierno de Alemania, mientras que otras 10 comunidades recibieron ayuda de la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos y a través de la Cruz Roja Alemana. Además, gracias al programa Dipecho IX se realizaron ochos obras más.

Con esta infraestructura las comunidades le dicen adiós a los 20 minutos que se demoraban llenando un galón de agua cuando utilizaban los pozos artesanales. “Antes nosotros solo teníamos el pozo y para poder sacar agua lo hacíamos manualmente, hoy estamos muy contentos porque conseguimos la facilidad para recoger el agua que tanta falta nos hacía”, dijo Ana Grismelda Gónzalez, una de las beneficiadas.

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Aunque no es agua potable, las 72 comunidades también recibieron filtros para garantizar el consumo seguro de la misma y algunas bicicletas para poder transportarse hasta las instalaciones de suministro. Además, la organización adelantó capacitaciones de higiene para ayudar a prevenir enfermedades con jornadas de limpieza y se les entregaron bodegas artesanales con implementos con los que hoy realizan chinchorros para dormir y vender.

Para don Luis, la autoridad de la comunidad Ipashirrain, el agua es el servicio más importante y necesario. “Esto nos ha cambiado la vida, ahora no solo podemos utilizar el agua para lo básico, sino que además, la usamos para la huerta y los animales”, dijo emocionado en wayuunaiki. La misma emoción que comparten otros miembros de la comunidad.

La Cruz Roja también les proveyó 13 huertas con sistema de riego, 7 galpones de gallinas ponedoras, 10 apriscos para la protección de rebaños y un banco de semillas. En las granjas escolares y los sistemas productivos comunitarios, hoy los indígenas wayúu siembran yuca, cilantro, patilla, melón y frijoles que utilizan para su propio consumo.  

Las obras de agua serán entregadas a la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos de Desastres que se encarga de asistir en situaciones de emergencias, mientras tanto, la Cruz Roja, como gestor de soluciones inmediatas, garantizará que las instalaciones tengan entre uno y dos años de vida útil y la tecnología de páneles solares al menos 10 años. Sin embargo será competencia del Estado garantizar el funcionamiento de las obras.

Además, la Cruz Roja dejó 20 comités organizados que se encargarán del cuidado de las obras de agua, de los filtros, de las bodegas artesanales y las prácticas de higiene.

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Un día normal en estas comunidades inicia antes de que el sol los ilumine.  Desde las cuatro de la mañana se alistan para estar en las huertas una hora más tarde. Lo habitual es que los hombres se encarguen de los rebaños mientras que las mujeres tienen a su cargo la elaboración de las artesanías y las ventas, el cuidado de los niños y la comercialización de los huevos de las gallinas ponedoras.

Pero al final del día todos son ejemplo de una valor tan característico de su comunidad: la organización. La cosecha es para todos, el agua es para todos, los animales se protegen entre todos y la responsabilidad de cuidar lo que hoy les entregan también es de todos.