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Cumbres borrascosas

La muerte de los excursionistas es otra dolorosa señal de cómo los violentos les han vedado a los ciudadanos los lugares más bellos del país.

19 de marzo de 2001

Los pocos colombianos que lo han visitado dicen que el Parque Nacional del Puracé es uno de los sitios más bellos de la geografía nacional. Uno de ellos es el gobernador indígena Floro Tunubalá, quien lo conoce como la palma de la mano. Allí ha sido feliz y por eso ahora tiene una enorme tristeza: “Es difícil imaginar cómo pudieron hacerles eso a esos muchachos. Sin duda, fueron sicópatas del más bajo instinto, bárbaros del terror”.

Tradicionalmente respetuoso, Tunubalá no ahorró adjetivos para calificar a los homicidas de las nueve víctimas de la masacre del Puracé, asesinados en los primeros días de febrero, y cuyo funeral colectivo conmovió al país entero en la semana que pasó.

Los primeros indicios de la Fiscalía apuntan a guerrilleros de las Farc como los responsables del múltiple crimen. Este revela además cómo los actores armados han convertido en santuarios particulares a los parques, y no dudan al vedar la entrada de ciudadanos, sean estos turistas, expertos ambientalistas o estudiantes.

Eso le ocurrió, por ejemplo, a los ciudadanos norteamericanos Terence Freitas, Ingrid Washinawatok y Larry Gay Lahe’ena’e el 25 de febrero de 1999 cuando salieron de visitar a los indígenas u’wa en el departamento de Arauca. Los tres ecologistas fueron interceptados por una columna de las Farc que los torturó, los fusiló y los tiró en territorio venezolano. Aunque las Farc reconocieron que se habían equivocado lograron lanzar un potente mensaje de intimidación. “Es poca la gente que ahora se atreve a visitarnos”, le dijo hace unos días un líder indígena a una periodista de la televisión francesa que viajó al lugar para entrevistarlos por su lucha.

Las visitas a otros lugares del país también han disminuido notablemente. Si bien la División de Parques Naturales del Ministerio del Medio Ambiente no tiene un censo exacto del número de visitantes que han dejado de ir por temor a ser víctimas de la violencia, la cifra de lugares que están cerrados va en aumento.

Es el caso del Parque Nacional Katíos, declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, que fue cerrado al público debido a los combates que allí libran los grupos guerrilleros con los paramilitares. Igual precaución se tomó con el Parque Tayrona, famoso por sus blancas playas que se deslizan a los pies de la Sierra Nevada de Santa Marta. Esta reserva natural, que posee uno de los únicos bosques secos tropicales del mundo, fue la semana pasada también escenario del terror. Tres soldados de una patrulla militar que caminaba por allí fueron gravemente heridos al pisar minas quiebrapatas que, según el Ejército, habían sido colocadas por las Farc.

Las visitas a Capurganá, una zona de acantilados en las estribaciones de la cordillera del Darién en el Chocó, prácticamente se acabaron pues las aerolíneas que prestaban el servicio suspendieron operaciones por razones de seguridad. Una verdadera tragedia para la economía de la región, pues este paraíso natural era visitado por miles de turistas que en temporada alta copaban los 30 vuelos diarios que allí llegaban.

Para no ir más lejos basta mirar el desolador panorama que durante la semana presenta la vía a la costa Caribe o las dos carreteras que comunican a Cali con la exuberante belleza de Los Farallones. La ciudad se recuesta sobre este complejo natural de selva húmeda tropical al cual lo serpentean dos vías: el Kilómetro 18 y la salida por Pance. En ambos el ELN ejecutó secuestros masivos contra inocentes civiles que rezaban, los unos, y que sencillamente disfrutaban de un almuerzo campestre, los otros.

En el último año, también en el Valle del Cauca, el turismo se desplomó por la violencia. Según cifras de Cortuvalle 800.000 turistas dejaron de visitar al Señor de los Milagros de Buga, por temor a caer en una pesca milagrosa.

Con este panorama, sin embargo, hay gente que insiste en ir a maravillarse con la geografía nacional. Es el caso de los siete excursionistas que salieron precisamente de la Terminal de Transportes de Bogotá, el pasado 3 de febrero, rumbo a San Agustín, Huila, con el fin de diseñar una nueva ruta para los afiliados de Compensar, caja de compensación en la cual trabajaban. Se fueron con sus morrales a un lugar con la intención de prepararse a guiar a otros compatriotas para lo disfrutaran como ellos. Su sueño fue truncado violentamente. Mientras siga la guerra con su secuela de muerte ahora serán menos los colombianos que tengan el privilegio de ver caer el sol en el Parque Nacional de Puracé.