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SALUD PÚBLICA

De regreso al pasado

El terremoto político que se armó en Medellín por cuenta de la construcción de la Clínica de la Mujer recuerda ciertos pasajes de la Inquisición.

19 de septiembre de 2009

Ni siquiera la guerra que le declaró la mafia al alcalde de Medellín, Alonso Salazar, ha provocado tal estremecimiento en su gabinete como el escándalo que se desató en las últimas semanas en esa ciudad por la construcción de la Clínica de la Mujer.

El lunes pasado decidió pedirle la renuncia a todo su equipo, y aunque calificó el hecho como "un ejercicio normal de administración pública", en los corredores de la Alpujarra se sabía que una de las principales razones había sido la construcción de este centro de atención especializado.

La idea era levantar un centro exclusivo para tratar a las mujeres, con un costo de 17.000 millones de pesos. Una idea no sólo encomiable sino necesaria en una ciudad, que tiene altos índices de embarazo adolescente y violencia intrafamiliar. El año pasado, por ejemplo, en promedio cada día 23 adolescentes fueron madres.

Pero esa idea noble terminó siendo interpretada por algunos sectores como un engendro del mismísimo demonio. Los 12 obispos de las diócesis eclesiásticas de Medellín y Santa Fe de Antioquia publicaron un mensaje en el que deploran que se destinen ocho millones de dólares para crear "un centro para realizar abortos". La Curia mandó un boletín interno a los 1.500 sacerdotes del área metropolitana para sentar postura en contra de la clínica, y hasta hace una semana, se recogían firmas en algunas parroquias para prohibir la obra.

Varias organizaciones han creado grupos en Facebook para protestar por el proyecto. Beatriz Campillo, líder de Pro-Vida, ha sido una de las más críticas: "Quiere mostrarse como un ejemplo a seguir en América Latina, lo que busca seguir políticas internacionales de control de natalidad que atacan a nuestros pueblos y que pretende legitimarse bajo el rótulo de derechos humanos", dijo.

Como si eso fuera poco, el 8 de septiembre, el procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez, en un hecho inusual, decidió integrar por resolución un grupo especial de trabajo para "hacer control preventivo sobre el proyecto de la Clínica de la Mujer". Seis funcionarios de la Procuraduría integran el grupo, liderado por la procuradora delegada para la defensa de la infancia, adolescencia y la familia, Ilva Miriam Hoyos.

¿Qué pasó?, ¿por qué una clínica que busca tratar integralmente a las mujeres terminó como blanco de esta cruzada?

La clínica se ha ganado la imagen de que será un centro para feministas y para practicar abortos. "Lamentablemente las dependencias encargadas de socializarla -como la Secretaría de la Mujer- han cometido errores", dijo la concejala Regina Zuluaga. Muestra de ello es que el pasado 31 de agosto cuando se realizó un debate sobre el tema por televisión, no hubo ningún representante de la Alcaldía y el 65 por ciento de los televidentes, según una encuesta del canal, quedó con la idea de que sería una "Clínica del Aborto".

Para bajar los ánimos el mandatario salió la semana pasada a anunciar que la clínica no practicará interrupciones voluntarias del embarazo, ni siquiera en los casos estipulados por la Corte Constitucional. Le envió, además, una carta al arzobispo de la ciudad, Alberto Giraldo, con todas las explicaciones del caso. Y el viernes pasado se confirmó la salida del gabinete de las dos secretarias relacionadas con el caso: la de salud, Luz María Agudelo, y la de mujer, Rocío Pineda.

La orden ahora es que la red de salud del municipio practique los abortos. Aunque en realidad no son muchos los que se hacen, pues según las estadísticas, en los más de dos años que van desde que la Corte Constitucional se pronunció al respecto, se han realizado 26.

Todo este escándalo, por momentos, hace pensar que ha vuelto a rondar por Medellín el fantasma de Joaquín Pardo, famoso obispo de finales del siglo XIX que ordenaba a los sacerdotes vigilar a los hombres que besaban a las mujeres en la calle. Por no hablar de monseñor Miguel Ángel Builes, que ya en el siglo XX decía: "Que el liberalismo ya no es pecado, se viene diciendo últimamente con grande insistencia (...) nada más erróneo, pues lo que es esencialmente malo jamás dejará de serlo".