Home

Nación

Artículo

¿DEBE DEJARSELE LAS MANOS LIBRES?

Al respecto, hay controversias entre el país político y el país nacional. Pero también entre los liberales.

30 de agosto de 1982

Políticamente el país pareció respirar otro aire la semana pasada. Después de las extenuantes controversias sobre el artículo 120, que encienden los ánimos del mundo parlamentario, pero que parecen resbalar en la epidermis de la Nación como el agua en las plumas de un pato, tres preocupaciones dominaron el panorama político: a) los problemas que acechan al próximo gobierno, especialmente relacionados con la situación fiscal; b) el margen de libertad del presidente electo para integrar su gabinete; c) los programas de cambio en el próximo cuatrenio.
El país político y el país nacional:la línea divisoria entre el uno y el otro la trazó coléricamente, el puño en alto e hinchadas las venas del cuello para hacerse oír de una inmensa multitud reunida en la Plaza de Toros de Bogotá, el último de los grandes líderes populistas que tuvo el partido liberal: Gaitán. Desde entonces muchas veces las dos expresiones han sido trajinadas en la prensa y en las plazas públicas. Pero hoy, en vísperas de que asuma el poder un conservador con una sensibilidad populista, el primero en la historia del país, el divorcio entre las preocupaciones del mundo político y las expectativas de una opinión deseosa de cambio, constituyen el verdadero telón de fondo de los pronunciamientos hechos la semana pasada.

SUTIL CRUCE DE ESPADAS
Las inquietudes de las mayorías parlamentarias del liberalismo, compuestas por trajinados profesionales de la política, continuaron girando en torno a la cuota burocrática que correspondería a su partido. ¿Con quiénes gobernaría Betancur? ¿Incluiría dentro de los seis ministros liberales a los que, saltando por encima de disciplinas partidistas apoyaron la candidatura del Movimiento Nacional? El jefe del liberalismo oficial, que sabe hasta dónde estas inquietudes hierven en la atmósfera del capitolio, envió el lunes 26 de julio a los presidentes del Senado y de la Cámara una carta de tres pliegos y una línea poniendo sus puntos sobre las íes. Las principales consideraciones de López Michelsen:
a) El partido (liberal) debe conocer de antemano el tratamiento que se le piensa dar en el próximo gobierno.
b) No le corresponde al partido decidir sobre la participación, para bien o para mal, de los belisaristas liberales en el gobierno. La objeción se reduce a pedir que no se impute como cuota de los vencidos lo que legítimamente corresponde a los vencedores.
c) La colaboración liberal en torno a los programas de Betancur tendría los mismos caracteres de la colaboración conservadora en los dos últimos gobiernos conservadores, o sea la participación sin responsabilidad en la ejecución del programa ajeno al propio partido.
La carta contiene además advertencias al presidente electo, adobadas con todas las sutilezas y sobrentendidos típicas del estilo político de López. No se excluye en ellas la inquietud de que el nuevo presidente pueda abrir "una tronera en las relaciones de partido a partido", si llegara a establecer una nueva forma de "romanismo".
La expresión en cuestión es bien conocida por todo el país que peina canas. "Romanismo" alude a una situación que viene de los albores de la república liberal, cuando algunos conservadores encabezados por Román Gómez decidieron colaborar con el gobierno de Olaya Herrera, desobedeciendo las pautas trazadas por su partido.
La alusión al romanismo representaba un discreto cruce de espadas entre el jefe del liberalismo oficial y el propio Betancur. Dos días antes de escrito el documento, el presidente electo, durante una visita realizada a Popayán para rendir un homenaje a la memoria de Guillermo León Valencia, había calificado de "mezquino" el veto a los liberales belisaristas.
La carta de López produjo comentarios de todas las temperaturas en la prensa. Incandescentes, en "La República" que sólo vio en el llamado por ella "retorcido documento" un interés de López en "mantener influencias orientadas a impulsar sus múltiples negocios". Crítica, en "El Espectador" y ponderada en "El Tiempo".
Con diferencias de matices y de tono, los dos diarios liberales se muestran partidarios de la autonomía presidencial. "La figura de un expresidente liberal peleando porque no le atribuían como suya la cuota de liberales que no le ayudaron en su fracasada empresa reeleccionista y en que no se merme su cuota, sin definir cómo sería la cooperación programática no agrada", dice "El Espectador"." El Tiempo" en cambio, reconoce al expresidente López el derecho de abogar por el partido del cual es jefe. Según el diario, cualquier dirigente en su posición tendría que asumir una actitud similar. Pero advierte que "la inmensa popularidad del doctor Belisario Betancur... ha creado un estado de ánimo excelente, en ciertos momentos difícil de manejar para quienes forman parte del partido de gobierno". "El Tiempo", sin rodeos, se confiesa partidario de la autonomía presidencial. "Si el mandatario se equivoca al escoger sus colaboradores, allá él", dice el editorialista.

IMPOSIBLE METAFISICO
Sobre este consenso, parece apoyarse el presidente Betancur. Su hermetismo obstinado, las incógnitas que deja florecer en torno a su gabinete, parecen servirle de escudo a un propósito firme, que por lo demás no es un misterio para nadie. B.B. no desea someter su gobierno a hipotecas o negociaciones previas con grupos o partidos. Quiere establecer a la vez un gobierno heterogéneo en su composición (50% de liberales y 50% de conservadores), pero homogéneo como equipo de trabajo en torno a un programa, que él no considera conservador sino nacional. En el fondo aspira algo que es obvio en cualquier democracia y que solamente resulta exótico en Colombia, en virtud de los caprichos del infortunado 120: gobernar con quienes comparten su criterio y no con quienes discrepan de él.
"Mis ministros -dijo en un reportaje para Patricia Lara, en 'Nueva Frontera'- serán representativos de los partidos, pero ante todo deberán estar comprometidos a realizar los programas por los cuales votó la mayoría del pueblo el 30 de mayo".
En la misma entrevista, obtenida gracias a una llamada telefónica del expresidente Lleras Restrepo, Betancur abordó un tema realmente espinoso: la situación económica, y muy especialmente la situación fiscal, que le corresponde recibir. Los encargados del empalme han venido trabajando en las últimas semanas en un laberinto de cálculos y estimativos, hasta desenterrar, de su lado, una cifra escalofriante: 125 mil millones de déficit. ¿Se lo imaginaba el propio presidente electo?
La pregunta le fue formulada a Betancur por Patricia Lara, que tiene la impertinencia de todo buen periodista, y la respuesta cualquier lector alcanza a percibir, entre líneas, un suspiro de agobio del presidente electo: "La gente no alcanza a imaginarse qué tan difícil es la situación.Todo empeora todos los días. ¡Esto es un imposible metafísico!"
Y a renglón seguido, una curiosa observación: "No le haré un juicio de responsabilidades al actual gobierno. Eso sí, por cortesía con él, haré un balance: esto fue lo que me encontré el 7 de agosto".
El propósito parece ecuánime, pero es probable que el balance, aun realizado con sonrisas, levante ampollas en el gobierno saliente. No es fácil aceptar balances unilateralmente terroríficos sin pestañear. De hecho, ya el presidente Turbay declaró en Armenia que el déficit no era cuantificable y que la situación no era ni alarmante ni dramática.
En realidad, los dos presidentes, el saliente y el próximo, no están interesados en enredarse en una polémica. Ambos tienen, por lo demás, un agudo sentido de las relaciones públicas. Mientras llega el momento del traspaso del mando, ambos multiplican gestos y declaraciones amistosas. Turbay, en Cartagena, llamó a Betancur "estadista impregnado de humanismo y de comprensión por los problemas nacionales". En la firma del contrato de la represa de Urrá, la televisión sorprendió el amistoso gesto de B.B. al tomar del brazo a Turbay. Y en otro acto inusitado, el actual presidente invitó a su sucesor para que asistiera en el Palacio de Nariño a la primera comunión de sus nietas. Los dos presidentes comieron del mismo ponqué, ajenos por el momento a las inquietas exploraciones y rendimientos de cuentas que sus colaboradores realizan en las cocinas de la administración.

AL FIN, LA ALMENDRA
En medio de todas estas sutiles ceremonias florentinas, tuvo lugar el pasado viernes un acto de cierta repercusión política. Fue el celebrado por la ya famosa Sociedad Económica de Amigos del País, que dirige el incansable Agudelo Villa, en el Hotel Tequendama. Para nadie es un secreto que detrás de esta sociedad de estudios, se aglutina todo el sector liberal que no ha acompañado a los dos últimos gobiernos: el llerismo, por una parte, y aunque un poco celoso de su independencia, el galanismo y muchos liberales sueltos del llamado país nacional.
La idea de Agudelo Villa al llenar el salón rojo del Hotel Tequendama era la de mostrar otra cara del partido liberal, distinta de la que suelen dar los para él vituperables caciques liberales, en sus juntas y convenciones, donde nunca se habla de programas y sí mucho de puestos y cuotas. El acto en cuestión tuvo una discreta y relativa deserción: Galán, inicialmente previsto como orador, declinó la invitación, pero estuvo sentado, con un correcto traje oscuro, en la mesa principal, con los hombres de su estado mayor.


El plato fuerte corrió a cargo de Carlos Lleras. El expresidente, a medida que avanza en edad, es cada vez más amigo de los copiosos recuentos, en un estilo donde pesan, a veces con exceso, las influencias de sus predilectos autores de otros siglos. Tras de un abrumador exordio en el que hizo el recuento de los gobiernos nacionales, desde el remoto Olaya Herrera hasta hoy, sirvió la almendra de su discurso en una frase: " Yo, a la luz de las experiencias vividas en más de medio siglo, no vacilo en recomendar la cooperación en un gobierno nacional".
Agudelo Villa, que es hombre amigo de puntualizar sus criterios sin demasiadas brumas históricas y filosóficas, hizo a la vez un enjuiciamiento de los dos últimos gobiernos liberales y un inventario de los puntos en que un sector del partido estaría de acuerdo con Betancur.
Para él, la caída del partido liberal se debió a los vicios clientelistas y al burocratismo, pero muy especialmente al hecho de que los gobiernos liberales adoptaron un modelo económico "inspirado en los dogmas más ortodoxos del capitalismo norteamericano" aplicados a los países del Cono Sur.
Los puntos concomitantes con el próximo gobierno son diversos: la necesidad de rescatar el Estado, de considerar la inflación como el problema más agudo del país, la urgencia de una acción dinámica ante los problemas sociales, la lucha contra la concentración del poder económico, la reforma urbana, la descentralización y la lucha contra las causas sociales de la violencia.
Así las cosas, las posiciones liberales se hicieron más explícitas. El sector oficial, a más de los pronunciamientos hechos por López, logró ponerse de acuerdo con los conservadores para elegir presidente del Senado al gran elector de Antioquia, Bernardo Guerra, y como Presidente de la Cámara a Hernándo Gómez Otálora, conservador. Galán, de su lado, aclaró sus posiciones en una larga entrevista concedida a Alexandra Pineda para "El Espectador". "No comparto el veto a los belisaristas liberales", dijo. Y también: "No tengo motivos para oponerme a un gobierno que no ha comenzado y cuyas buenas intenciones reconozco y respeto".
Una vez más: la última palabra le corresponde al presidente electo. La manera como resuelva el intrincado crucigrama de su gabinete ministerial dará todas las pistas de la colaboración. Del lado liberal, las cartas están sobre la mesa. Solo Betancur tiene la suya guardada en el bolsillo.