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El nuevo ministro de Defensa, Gabriel Silva, asume el cargo en medio de una dura controversia con los países vecinos alrededor de las Farc y de la presencia de militares de Estados Unidos en Colombia. Silva deberá mostrar audacia en estrategia de guerra interna, y en la inversión en seguridad

SEGURIDAD

Defensa con aroma de café

Con Gabriel Silva Luján el gobierno se la juega con un Ministro de Defensa de alto perfil. Pero su tarea no será nada fácil.

2 de agosto de 2009

El día que Pablo Escobar cayó abatido en el tejado de una casa en Medellín, Gabriel Silva, entonces embajador de Colombia en Washington, no pudo esconder su alegría y encabezó un pequeño festejo en la sede de la embajada. Sus colegas del gobierno del entonces presidente César Gaviria le habían escuchado muchas veces sus posiciones radicales contra el narcotráfico, y más de uno había notado que mantenía en el bolsillo una hojita de papel con el organigrama del cartel de Medellín, en el que iba tachando los nombres de quienes caían muertos o eran detenidos. Silva se había tomado muy a pecho la lucha contra la mafia.

De familia santandereana, el hoy Ministro de Defensa hacía parte de una generación de politólogos y economistas de la Universidad de los Andes que, de la mano de su profesor Fernando Cepeda, llegaron al gobierno de Virgilio Barco, cuando éste designó al catedrático como ministro del Interior. Era el famoso 'kínder' al que también pertenecían Rodrigo y Rafael Pardo, y Ricardo Santamaría, entre otros.

Uno de los más 'pilos' de este grupo era Silva, quien llegó directo a la Presidencia a asesorar al gobierno en temas de seguridad. Recordado por sus compañeros por bohemio, parrandero y poco dócil, era al mismo tiempo una persona "lúcida, trabajadora, legítimamente ambiciosa, que tenía claridad sobre lo que quería", dice Cepeda. Antes de terminar el gobierno Barco, Silva se especializó en relaciones internacionales en la Johns Hopkins University.

Con su nuevo título bajo el brazo se convirtió en asesor de asuntos internacionales del presidente César Gaviria, con quien lo ha unido desde entonces una estrecha amistad. Contribuyó al diseño de políticas de seguridad y de lucha contra el narcotráfico y el terrorismo en momentos en que el país estaba sitiado por los carteles de la droga, especialmente la Estrategia Nacional de Lucha Contra la Violencia.

Desde esos días entabló relaciones fluidas con miembros del gobierno de Estados Unidos, cuando se le estaba tendiendo el cerco al cartel de Medellín. Antes de cumplir 40 años se convirtió en uno de los más jóvenes embajadores de Colombia en Washington, al final del mandato Gaviria. Allí pudo saborear la caída de Pablo Escobar como si fuera su peor enemigo.

Como embajador estuvo al frente de varios acuerdos comerciales y logró que Estados Unidos respaldara la aspiración de César Gaviria a la OEA y éste saliera elegido. Esto terminó de sellar el respeto que existe entre ambos.

Poco antes de que terminara su período como diplomático, estalló el escándalo de los narcocasetes, que probaba el ingreso de dinero del cartel de Cali a la campaña del recién elegido Ernesto Samper. Silva tuvo que capotear la crisis en Washington durante algunos meses antes de la descertificación a Colombia. Pero eso le granjeó una distancia perenne con Samper.

La crisis política que desató el proceso 8.000 hizo que Silva se marginara del sector público. A mediados de los años 90 se dedicó a fundar empresa. Pero sus negocios privados no lo alejaron del todo del mundo político, al que vivía conectado por sus antiguos colegas y por la amistad con Juan Manuel Santos, quien se mantuvo en la política y en el gobierno.

En 2002 Santos estaba virtualmente elegido presidente de la Federación de Cafeteros, pero los dirigentes de ese sector se dieron cuenta de que el reglamento prohibía que un ministro de Hacienda ocupara ese puesto hasta un año después de que dejara el cargo, y su nombre tuvo que ser descartado. El propio Santos despejó el camino para que Silva ocupara el cargo y se convirtió en su jefe de campaña. "Nadie mejor que él", dijo en su momento. Frase que repitió siete años después cuando soltó su nombre como su sucesor en el Ministerio de Defensa.

Efectivamente, Silva le dio un vuelco a la Federación. Revivió una empresa emblemática que estaba agonizante y se la jugó por darle valor agregado al café y buscar nichos más rentables en momentos en que había crisis. Fueron decisiones audaces y controvertidas como los productos gourmet, los cafés Juan Valdez y la extensión de la marca. Algunas de ests iniciativas tuvieron resultados relativos, pues los cafés Juan Valdés en el exterior no parecen tener posibilidad de ser rentables. Sin embargo, en otros frentes la suerte jugó a su favor y el precio internacional del grano se disparó. Silva, como su amigo y mentor Juan Manuel Santos, es un hombre de riesgo, que no les teme a las decisiones, y eso, aunque es una fortaleza, ocasionalmente puede llevar a momentos difíciles y decisiones equivocadas.

El nombre de Gabriel Silva había sonado desde hace meses en la baraja de posibles sucesores de Santos. Cumplía varios requisitos: tiene química con el presidente Uribe (también tiene fama de trabajador, estricto y regañón), es un buen gerente y tiene experiencia diplomática. Su designación fue en general muy bien recibida.

Pero el nuevo Ministro se enfrentará a grandes y complejos desafíos. Para empezar, el gobierno deberá tranquilizar a los vecinos sobre el alcance que tiene el acuerdo con Estados Unidos para que este país use las bases aéreas de Colombia. Así mismo, deberá intentar una mayor comunicación y armonía con el Canciller para el manejo que se les está dando a los computadores y videos que revelan nexos de funcionarios de Venezuela y Ecuador con las Farc. Hasta ahora el Ministerio de Defensa y la Cancillería se han pisado las mangueras y han manejado el tema con diferente doctrina.

Hacia adentro, Silva enfrentará un momento difícil y con poco margen de maniobra. Los falsos positivos han tenido un impacto contundente en la legitimidad de la fuerza pública, y eso, quiérase o no, se refleja en el campo de batalla y en los resultados de esta. Silva tendrá que usar toda su inteligencia para mandar dos mensajes al tiempo, tanto para las tropas como para la opinión pública: el rechazo absoluto a la violación de derechos humanos; y la necesidad de apoyar la defensa judicial de los miles de militares que están siendo juzgados por diferentes delitos, que es una de las tareas que el Presidente le encomendó con más énfasis. Su astucia, su carácter y su habilidad política se pondrán a prueba si logra armonizar ambos frentes sin que se conviertan en un choque de trenes.

En el campo estratégico, Silva tiene el reto de darle un nuevo aire a la guerra. La audacia de Santos permitió que se le infligieran golpes históricos a la guerrilla. Pero no hay claridad sobre cuál es el plan para darles la estocada final a las Farc. Adicionalmente, hay mucha preocupación por la capacidad real que tenga el gobierno para consolidar el control que ha ganado de los territorios que antes eran dominados por la insurgencia. En ese sentido, el papel del nuevo Ministro es clave, pues consolidar no es otra cosa que recuperar la legitimidad del Estado en esas regiones, es decir, que haya inversiones pública y privada, nacional y extranjera en zonas donde antes no había sino coca, arbitrariedad y plomo.

Por otro lado, el nuevo Ministro tiene el reto de atajar la nueva ola de violencia mafiosa y criminal, estilo bandas criminales, Águilas Negras y demás expresiones del narcotráfico y ex paramilitares que están creciendo desmedidamente en varias ciudades y regiones del país.

Finalmente, tendrá que decidir cómo hacer sostenible la política de seguridad en el largo plazo. El impuesto al patrimonio será cobrado por última vez en los próximos años, pero el gigantesco aparato militar que tiene el país requiere gastos e inversiones permanentes, que difícilmente se podrán disminuir en los años venideros

El nombramiento de Silva ha caído bien porque reúne las condiciones que se requiere en la cartera de Defensa. Pero su tarea no será fácil. Este es un momento crucial para el conflicto y de lo que se haga en los próximos años depende mucho que Colombia siga anclada en la guerra, o logre, por fin, salir de ella.