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Los mamus pertenecientes a tres de los cuatro pueblos que habitan la Sierra Nevada se reunieron en Nabusimake para realizar un pagamento conjunto con los blancos el 21 de junio, día del solsticio. Son pocas las ocasiones en las que los mamus de todos los pueblos se reunen para un pagamento

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Desminar los corazones

En el solsticio de verano, los mamus de la Sierra Nevada invitaron por primera vez al hombre blanco a realizar un pagamento contra las minas antipersona. SEMANA estuvo allí.

23 de junio de 2007

Belkys Izquierdo se instaló al borde del río y fue escogiendo a los invitados blancos que podían acceder a la Kankurwa, la casa ceremonial, en la otra orilla. Ya habían atravesado el río decenas de indígenas, hombres, mujeres y niños, llegados hasta Nabusimake, el principal centro de reunión de los pobladores de la Sierra, para participar en el primer pagamento conjunto que se realizaría en compañía del hombre blanco. Ellos no necesitaban permiso, pues es su casa. Al otro lado del río, a la espera, estaban sentados en semicírculo los principales mamus de tres de las cuatro comunidades que pueblan la sierra, los arhuacos, los koguis y los wiwas; los kankuamos no alcanzaron a llegar. “Vamos a ver cómo se comportan los visitantes”, sentenció uno de los escasos mamus que hablan español.

Descalzos y vestidos de blanco, los ‘hermanos menores’, entre los cuales estaban el vicepresidente Francisco Santos y su esposa, empezaban a atravesar las aguas frías y cristalinas provenientes de las alturas de la sierra. Los elegidos, invitados por el observatorio de minas antipersona de la Vicepresidencia, recibían los hilos de algodón que deberían sostener en sus manos durante la ceremonia. Según la tradición, las hebras sirven para recoger los pensamientos negativos. Uno a uno fueron completando el círculo iniciado por los mamus, y ante su mirada inquisidora y seria empezaron a escuchar el mensaje que llevaban preparando cuatro días. “Por favor, que no usen tanto las cámaras”, protestó un mamu ante la presencia de la prensa. No era fácil para ellos aceptar a los extraños. Pero el objetivo justificaba hacer una excepción.

El motivo para ello era que este pagamento conjunto se realizaba para pedir que la erradicación de las minas antipersona de la madre sierra fuera exitosa. Por eso se reunieron los mamus de los tres pueblos –lo hacen muy pocas veces en la vida–. Querían realizar un pacto de respeto, de reconocimiento mutuo, de ayuda y de reprocidad no sólo para proteger la sierra del conflicto, sino también a la madre tierra como reserva ambiental y cultural del mundo.

“Quisimos hacer el pagamento el 21 de junio para que no se viera como algo ficticio, había que hacerlo en su fecha”, explicó Belkys, una de las principales líderes de la comunidad y organizadora de esta ceremonia. Este día del solsticio el sol llega a su casa y se sienta en su trono, y según explicarían los mamus más adelante, se encuentra con su amante para permanecer juntos cuatro días. Cerca de esta fecha los mamus de cada comunidad se reúnen para sanar el dolor causado por los humanos a la tierra, por la muerte y por el sufrimiento. Y también para pedir, entre otras cosas, por la efectividad de sus acciones y por que sean efectivos los trabajos para alcanzar el bienestar. “Estamos convenciendo a nuestros hermanitos menores de que si cuidamos la sierra con responsabilidad, no sólo estamos garantizando nuestra vida, sino la de todos y de toda la tierra”, dijo uno de los mamus. Los pobladores de la sierra son, según su tradición, los guardianes de la tierra.

Hace dos años dos niños arhuacos perdieron sus piernas cuando explotó una mina antipersona en Yeura, no muy lejos de Nabusimake. Hace un año una familia kogui murió cuando otra mina detonó. Y cuando a uno de los miembros de estos pueblos le sucede algo es como si les sucediera a todos.Por eso, la comunidad indígena se movilizó en su totalidad, una actitud bastante excepcional en un país en donde el temor a movilizarse y a hablar es una constante. El mamu Juan Guillermo Izquierdo, en representación de los indigenas, pidió entonces en Bogotá la colaboración del observatorio para realizar talleres de prevención en las cuatro comunidades. “Asistieron los mamus y los gobernadores de la zona”, contó Luz Piedad Herrera, su directora. Así fueron tejiendo una relación de confianza en la que los indígenas aprendieron sobre las minas, y los miembros del observatorio sobre la cosmovisión de aquellos.

“Cuando la tierra está herida, todos estamos heridos”, dicen. “¿Cómo a la madre tierra se le va a introducir un explosivo?”, se preguntan. Es violarla. Las minas, para completar, llevan una carga negativa mucho más fuerte que las heridas que pueden causar, pues existe una intención de maldad en ellas. Más allá de matar, tienen el propósito de atemorizar, intimidar. Por esta razón, cuando se realiza el desminado de una zona, los mamus tienen que practicar una sanación espiritual de ese lugar contaminado.

Aunque la Sierra, comparada con otras zonas, no tiene tantas minas, su presencia trae consecuencias muy graves para la comunidad. Por un lado está el problema de los discapacitados. Un indígena mutilado se siente, y es visto en muchos casos, como un paria. Y por el otro, los mamus que ejercen como médicos saben curar los males de la naturaleza, pero no los efectos de una mina. No tener cómo contrarrestar estas heridas les quita credibilidad.

Por todo ello, los mamus aceptaron que se realizara el pagamento conjunto con el observatorio. “Como hasta ahora no han comprendido nuestro mensaje, queremos hacer acuerdos del corazón. Por eso creamos el espacio para reflexionar”, explicó Belkys. Y por eso los mamus se dedicaron a explicar cuáles eran sus conceptos del mundo. “Mejor busquemos el camino verdadero”, pidió el mamu Ramón Gil Barros al advertir que los sabios decían que cuando se acercara el fin del mundo, el conocimiento de la humanidad iba a ser unificado.

Esa unificación, según estos mamus, se puede dar alrededor del calentamiento global, un problema que ellos ya venían advirtiendo desde hace años. Por eso les preocupan los proyectos de construir represas dentro de la línea negra, el límite de su territorio, pues ayudarán al descongelamiento, según su visión, de los picos nevados. Represar su ríos es para ellos lo mismo que taponar sus venas, y por eso piensan que las represas traerían tanto mal como las minas. “Yo, mamu kogui, pregunto a quién le consultaron para hacer esa represa”, le espetó de un momento a otro en su idioma materno el mamu Pedro Juan al Vicepresidente. Les aterró, por tal motivo, que Pacho Santos les dijera que no se podía comprometer en ese asunto. Al final, el Vicepresidente acordó con ellos servir de intermediario para concertar encuentros con los constructores.

La mayoría de los mamus permanecieron sentados, sin abrir la boca, durante todo el pagamento. Observaban, escuchaban y mambeaban coca. Para ellos, el Vicepresidente, Carlos Vives o cualquier otro blanco presente eran simples invitados. Se notaba el esfuerzo que hacían para soportarlo. No se inmutaron cuando los voceros advirtieron que el pagamento había terminado y que los asistentes debían depositar su hilo blanco en las canastas destinadas para eso, y que luego deberían lavarse las manos. Se quedaron quietos mientras el resto de indígenas y visitantes deshacían su camino hacia el pueblito de Nabusimake para almorzar. Cocineros blancos, de Bogotá, habían cocinado con los ingredientes de la zona: maíz, fríjol, chivo, cerdo... Hermanos mayores y menores hicieron fila para comer unidos, en un cierre perfecto para un día dedicado a conocerse. Como dijo Belkys, “le hablamos al corazón del hombre desde el corazón de la tierra”. No querían que los miraran desde el folclorismo. “Entiendan que hay maneras diferentes de pensar, ayúdennos a proteger este espacio sagrado, desminemos nuestros corazones”. Esa era la consigna.