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El Paisa, ¿imperdonable?

Su viaje a La Habana tiene indignado a medio país, porque encarna la peor faceta terrorista de las Farc. La pregunta es si para él también habrá perdón.

30 de abril de 2016

Posiblemente quien mejor encarna la violencia terrorista en las Farc es Hernán Darío Velásquez, más conocido como el Paisa. Su nombre está asociado a la columna móvil Teófilo Forero, que dirigió por muchos años, y esta a su vez a la más brutal violencia ejercida por esa guerrilla mientras buscaba llegar al poder. Ese mito del mal desembarcó hace una semana en La Habana y como era de esperarse produjo una encendida controversia.

Algunas de sus víctimas dijeron que su viaje a Cuba era un premio y una afrenta. Álvaro Uribe envió por lo menos 15 mensajes de Twitter para señalar sus crímenes, y la bancada del Centro Democrático exhibió en el Congreso carteles alusivos a los mismos. Sin embargo, la paradoja es que junto a la indignación, su foto en La Habana también genera tranquilidad. Se había especulado que él, justamente por el expediente de crímenes atroces que tiene sobre sus espaldas, no le caminaría a un acuerdo de paz, y podría ser uno de los saboteadores del armisticio. Esas dudas quedaron disipadas.

La rabia y la indignación es entendible. El Paisa está asociado a la sangre, al desprecio por la vida y a la degradación del conflicto. El atentado al Club El Nogal de Bogotá, que causó 36 muertes, fue también un acto de violencia indiscriminado que desató un rechazo contra las Farc que aún hoy persiste. Por otro lado, el exterminio político en Huila y Caquetá mostró la faceta más intolerante y sectaria de ese grupo armado. Se necesita sangre fría para acribillar, como lo hizo la Teófilo Forero, a los concejales en pleno de dos municipios. Hombres que estaban ejerciendo la política sin armas, como quieren hacerlo en el futuro ellos mismos.

Pero ni ahora ni antes, el Paisa ha sido una rueda suelta. Los crímenes que cometió y que tanto indignan seguramente contaron con el beneplácito de la cúpula de las Farc, una guerrilla muy jerarquizada, con gran cohesión interna como se comprobó en estos días en La Habana.

La pregunta es qué hacer con los personajes que encarnan el mal en su expresión más radical, y cómo manejar la indignación que producen. No es la primera vez que esto ocurre. Hace una década, cuando Salvatore Mancuso –hoy condenado por 607 desapariciones forzadas y 87 homicidios- llegó al Congreso con traje y corbata, cual político en ejercicio, algunos sectores expresaron su rechazo. La mayoría fue benevolente con él, en nombre de la paz. Acogido a la Ley de Justicia y Paz, ha contribuido con la verdad y eso ha menguado el sentimiento de agravio en muchas de sus víctimas. Algo similar ha ocurrido con Karina, la temida guerrillera que también ha reconocido sus crímenes ante los tribunales y ha transformado su vida luego de dejar las armas. Meses atrás también causó revuelo ver a Romaña en La Habana, pues su nombre está asociado con el secuestro. Sin embargo, su contribución al proceso de paz parece haber diluido la rabia. Finalmente, la paz se está haciendo entre enemigos y no con una legión de ángeles.

A estas alturas de la negociación es de esperar que las Farc entiendan el sentimiento que despierta el Paisa, lo que simboliza para el país, y equilibren su presencia en el proceso de paz con una verdadera expiación. La verdad y el compromiso fehaciente de que no habrá repetición pueden compensar el hecho de que no haya una justicia severa para sus crímenes. Pero se necesita más. Un gesto de reconocimiento de que la Teófilo Forero fue una máquina de violencia que condujo la guerra a los límites de lo imperdonable. Tan grande como fue el daño causado debería ser el resarcimiento a las víctimas y la sociedad. Y debería empezar ahora.