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El ave Fénix

Ir a Expoartesanías 2002 es como visitar la Colombia del talento y del coraje. Son 800 artesanos que llegan allí, a pesar de la guerra y las dificultades económicas .

7 de diciembre de 2002

Es un milagro. Patente. Real. Comprobado. De las cenizas, de la dificultad, de la sinrazón que se ha metido en casi todos los rincones de la geografía colombiana, renace cada año una ave rara, única, colorida, hecha de miles de materiales, guadua, charrascal, guásimo, palma lata, gaita, fique, forja, cerámica, piedras preciosas, cáscara de naranja, cera de abeja, chilco, batatillo, arrayán, cedrillo, sauce, urapán, barro, cumari, palosangre, fibra de caña, papel, lana y plata. Es una experiencia de creatividad. Una fiesta del diseño. Cada vez más universal y atractiva. Recupera lo autóctono y lo pone a vivir en la modernidad. Es la famosa Expoartesanías, que por 12 años consecutivos ha florecido en pleno centro de Bogotá en la primera quincena de cada diciembre.

Es un renacimiento no sólo porque es la prueba de que la vida sigue, en medio de tanta muerte. Sino también porque rescata identidades de pueblos confundidos por la comida chatarra y las baratijas del consumo masivo. Cada uno de los 800 artesanos y diseñadores que exponen esta semana en Corferias cree en lo suyo porque ha rescatado alguna palma en extinción o se ha inventado un diseño escarbando leyendas y tradiciones de su tierra; está orgulloso porque va a sorprender al visitante con una forma nueva o una pieza singular.

Es una transformación prodigiosa también porque ha ido convirtiendo a las apabulladas artesanías nacionales, por años desdeñadas como patitos feos, parientes primitivos del arte, en objetos apetecidos por los más sofisticados habitantes del planeta, que hoy escapan del estrés urbano y la soledad, en la armonía de lo natural y el glamour de la piezas únicas hechas a mano. Es así como las comunes cazuelas de La Chamba para el ajiaco saltaron a las portadas de famosas revistas internacionales como Elle Decoration y Marie Claire y los chinchorros de los indígenas wayúu aparecen adornando casas en Manhattan en las fotografías de la revista de vanguardia en decoración y arquitectura Architectural Digest.

Es, como dice Cecilia Duque, gerente general de Artesanías de Colombia, "cambiar para permanecer". Esta ha sido la columna vertebral de la labor de Artesanías: casar lo mejor del diseño con la tradición y el oficio de lo artesanal. Hace nueve años Duque, en asocio con el Consejo Internacional de Sociedades de Diseño Industrial de Helsinki, Finlandia, invitó a 15 reconocidos diseñadores de diferentes países del mundo a Colombia y los reunió con 30 diseñadores y 15 artesanos nacionales. Ese fue un salto en la tarea de revitalizar la artesanía con los mismos patrones culturales. Los diseñadores colombianos comenzaron a descubrir el valor del oficio y la tradición, y a trabajar, como iguales, con el artesano, y el diseño se volvió la puerta entre lo local y lo global; lo milenario y los posmoderno; la tradición y el glamour.

Artesanías abrió tres laboratorios de diseño en Armenia, Pasto y Bogotá y con 40 diseñadores asociados a diferentes proyectos ha asesorado artesanos de casi todo el país. Los ha capacitado para que innoven diseño, mejoren los acabados, desarrollen conceptos modernos como el de línea, colección, tendencia, comercialización, mercado, imagen, microempresa. Es un proceso que dura todo el año. Y en febrero los mejores, los que han innovado, son seleccionados para venir a Expoartesanías, el grado máximo para el artesano. Este año se presentaron 1.500 y fueron aceptados 800.

"Me pagan por ser feliz", dice Lucy Cajiao de Ruan, por siete años directora y motor de la feria y por 30 vinculada a Artesanías. "He podido apoyar a estas personas que viven de su trabajo artesanal y aprendo de su sabiduría".

Esta feria y sus artesanos son además una suerte de resistencia civil. "Es gente a veces con hambre o cercada por la violencia y sin embargo puede uno hablar con ellos de estética y de texturas", dice Marcela Echavarría, asesora de Artesanías por pura pasión por los objetos únicos que hacen los artesanos colombianos.

"La artesanía convive con el conflicto para sobrevivir", dice Duque. Porque con frecuencia es lo único que da empleo en las zonas de guerra. Gracias a que hay artesanía que vender en la feria muchas mujeres no se han desplazado de sus hogares cuando sus maridos han huido.

Además es el único empleo que aguanta la destrucción de los hombres en armas. Por eso los artesanos de las partes más atribuladas de la Nación logran conseguir su materia prima -cuando los dejan las Farc o los paramilitares-, trabajan callados en sus casas, transportan sus bultos bajo la mirada vigilante de unos y otros y, al fin, llegan a la feria. Contra viento y marea. Adelante. Pero no siempre. En la Costa Atlántica mujeres artesanas tuvieron que ceder sus ollas en que preparaban su materia prima, para el sancocho de la guerrilla. En el oriente, mujeres hábiles en el arte de la cestería enviaron su mercancía clandestinamente a esta feria porque la guerrilla no les dio permiso de salir del pueblo; y en el occidente, una comunidad indígena se quedó sin producir tres meses porque los paras no los dejaban pasar por su río. Ninguno dejó de crear, de trabajar, de sentirse orgulloso. Adelante. De regreso a la feria a atender los clientes que se maravillan con sus objetos.

Ser artesano se ha dignificado. Desde que se ha puesto de moda se volvió un trabajo con encanto. Hacer objetos bellos apreciados por el mundo es uno de los pocos caminos que acercan a un joven campesino colombiano a los sueños que vende Hollywood. El otro es cargar una metralleta y parecerse a Schwarzenegger.

Artesanías de Colombia ha sido pionera, y lleva años abriendo este camino alternativo, de vida, de identidad. Pero falta mucho para ampliarlo; que la marca "artesanía colombiana" sea conocida en el mundo como sinónimo de belleza y acogida por la empresa nacional como sinónimo de paz y seguridad. "Los diseñadores y artesanos colombianos son estrellas con potencial para ser celebridades", dice PJ Arañador, un famoso diseñador filipino que trabajó con pares colombianos en una exhibición especial inspirada en el café.

Aunque más de 30 fundaciones, alcaldías, gobernaciones y firmas privadas se han aliado con Artesanías y Corferias en este museo vivo de la cultura colombiana, todavía es difícil conseguir aliados en el emprendimiento.

Por ahora los mejores aliados son los más de 100.000 bogotanos comunes y corrientes -que quizá sin saber que 63 comunidades indígenas sacan su sustento del año de esta feria, ni que cada stand de artesanos representa a veces a cientos de familias que viven de él, ni que algunos sortearon atracos y retenes para llegar; ni que muchos médicos e ingenieros se han vuelto artesanos- vienen fieles a cada feria atraídos sólo por el milagro que cada año producen las manos de estos cientos de artesanos colombianos.

Las que aquí se publican son historias diversas de coraje e imaginación que están en Expoartesanías 2002, que se abrió el jueves pasado.