Home

Nación

Artículo

Adriana Arango y su esposo, Javier Coy, cuando salían de la audiencia en la que la juez les quitó el beneficio de detención domiciliaria. El 28 de octubre sabrán la decisión final de la justicia

JUDICIAL

El drama de Adriana

La historia de la presentadora de televisión es una combinación de errores y coincidencias fatales. Su historia es un cuento de hadas al revés.

26 de septiembre de 2009

La historia de Adriana Arango es una fábula con moraleja según la cual, todo lo que es bello, en cualquier descuido, puede terminar en tragedia.

Su vida era casi perfecta. Tres hijos maravillosos, un esposo cariñoso, prestigio profesional, amigos que la adoraban y un negocio muy prometedor. Y de un día para otro el cuento de hadas se convirtió en uno de terror: se la llevaron a la cárcel del Buen Pastor y aún hoy no ha encontrado la manera de explicarle a su hija de 6 años lo que le ha ocurrido.

En un mes la juez dictará sentencia. Pero los presagios no parecen ser los mejores para Arango. El hecho de que le hayan cambiado la detención domiciliaria por cárcel indica que si la juez llega a condenarla le pondría una pena mayor a tres años de prisión.
No hay una amiga o compañera del colegio o de la universidad, con las que haya hablado SEMANA, que no diga lo mismo: “Lo que le pasó a Adriana nos pudo haber ocurrido a cualquiera de nosotras”.

¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo pudo tener este tropiezo una persona como ella con un recorrido de aplausos, de admiración y de reconocimientos?

Desde chiquita se destacó. Fue siempre la más aplicada en el Marymount de Medellín y aplicó la misma dosis en la facultad de comunicación social de la Universidad Pontificia Bolivariana. La mayoría de las veces ella se ganaba la beca que le daban al mejor estudiante de toda la carrera.

“Los cuadernos de Adriana estaban escritos con tanto cuidado que parecían hechos como para prestárselos a todo el mundo para fotocopiar”, dice uno de sus compañeros. “Le iba muy bien y sin hacer mayores esfuerzos”, añade uno de sus profesores. Y si a eso se le sumaba la alegría, el carisma y el empuje que desplegaba, Adriana se convertía en uno de aquellos seres entrañables.

Con tales antecedentes no se hizo extraño que se convirtiera en la primera paisa de una camada de presentadoras de exportación a noticieros de alcance nacional. Viajó a Bogotá con apenas 24 años no sólo para reemplazar a la vedette del momento, Margarita Rosa de Francisco, más conocida en ese entonces como la Niña Mencha, sino a compartir set con personajes del periodismo como Yamid Amat y María Isabel Rueda.

Alguna vez contó cómo fue esa experiencia. Llegó a la capital en mayo de 1988, justo el día que secuestraron al político conservador Álvaro Gómez, el papá del director del noticiero 24 Horas: “Estaba en pánico, me sudaban las manos, sentía que el corazón se me oía por el micrófono de lo rápido que me palpitaba, y parpadeaba como loca”.
En la primera mitad de la década de los 90, Adriana se convirtió en una de las periodistas más cotizadas de la televisión y marcó una época cuando hizo fórmula con María Elvira Arango en el noticiero 24 Horas. Por primera vez en el país dos mujeres presentaban noticias, y el fenómeno se volvió moda durante varios años.

Después, Adriana marcó de nuevo la pauta cuando con un nuevo compañero de fórmula, Darío Restrepo, presentó En Vivo, un noticiero con tintes de magazín liviano que rompió el silencio de la televisión en las mañanas.

El negocio que hoy la tiene en la cárcel, comenzó en el año 2000. Con su segundo esposo, el administrador de empresas Javier Coy Troncoso, montó una comercializadora para exportar flores frescas y café. En 2003 le comenzaron a inyectar más capital y en 2004 decidieron agrandar su negocio para encargarse ellos mismos de todas las partes del proceso, desde producir las flores –y para ello alquilaron tierras en la Sabana de Bogotá–, hasta venderlas en ciudades como Buenos Aires, Santiago, Londres, Nueva York y Moscú, y por eso abrieron oficinas en cada una de esas capitales.

El capital de la empresa empezó a crecer de 300 millones en 2004 a 2.400 millones en 2007. Buena parte era aportado por amigos y conocidos que les prestaban entre 30 y 500 millones de pesos a cambio de intereses de entre el 3 y el 5 por ciento.

Pero en ese momento, y cuando parecían estarse convirtiendo en dos exitosos empresarios, algo comenzó a fallar. Se dieron unas terribles coincidencias. Según explica Julio César Espíndola, el agente interventor que la Superintendencia Financiera designó para atender este caso, “poner oficinas en todas esas ciudades implicaba muchos gastos en licencias y otros costos jurídicos. Eso se da justo en 2006 ó 2007 cuando el dólar entró en crisis y cayó un 35 por ciento. Y esa crisis les hizo perder capital de trabajo importante”.

Con esa debilidad en caja, empezaron a incumplir algunos pagos de intereses. El mortífero rumor de que se estaban quedando sin fondos empezó a regarse y los acreedores, como una bola de nieve, empezaron a reclamar su dinero. Para ese momento, Adriana y su esposo habían cometido un único pecado, y era la captación ilegal de fondos. Hay una norma según la cual un particular no puede pedir prestado a más de 20 personas. Pero a decir verdad, este pecado es tan común en empresas del país que hasta ahora en la mayoría de los casos no tiene mayor repercusión.

Pero la mala suerte para Adriana y su esposo fue que su crisis coincidió con el escándalo de DMG que hizo temblar al gobierno nacional. Para tratar de menguar el impacto del derrumbe de la ‘pirámide’ de David Murcia, el presidente Álvaro Uribe expidió decretos de emergencia en los que le daba dientes a la Superintendencia para que pudiera intervenir a empresas captadoras.

El negocio de Adriana y su esposo lejos estaba de ser una pirámide. Era un negocio lícito que captó dinero para apalancar recursos para su expansión. La investigación misma dice que las tasas de interés, a diferencia de las ‘pirámides’ que hicieron su agosto el año pasado con intereses de hasta ciento por ciento, en el caso de Tango Trading no pasaban de 5 por ciento.

Pero el hecho de que no fuera una ‘pirámide’ no sirvió de nada. En medio de las presiones, la Superintendencia utilizó sus nuevas herramientas jurídicas y decidió intervenir a los Coy Arango. Ellos trataron de encontrar un banquero internacional que les apalancara financieramente para responder a sus prestamistas, pero no lo lograron. En marzo, el agente interventor les quitó dos apartamentos, dos carros, los muebles de oficina, los electrodomésticos, y hasta vendió por 125 millones de pesos las matas de flores que tenían sembradas.

La contabilidad final dice que los esposos recibieron préstamos por cerca de 16.800 millones de pesos de 218 personas. Devolvieron unos 5.000 millones y quedan deudas pendientes por 11.500 millones. Por esa razón, la juez en la última audiencia, hace unos 10 días, decidió que estaban incursos en el delito de estafa agravada y por eso les quitó el beneficio de la casa por cárcel.

Ese día, en los mismos medios en los que Adriana brillaba como una estrella en los años 90, aparecía ahora con una mirada triste y con esposas en sus muñecas.

A la cárcel se le puede llamar. Contesta otra persona que la llama con un cariñoso “Adrianita”. Ella, al darse cuenta de que al otro lado de la línea está un periodista, automáticamente dice que no puede hablar porque está pendiente de la audiencia del próximo 28 de octubre en donde la juez le impondrá la condena definitiva. Pero, en realidad, no quiere que su historia salga en ningún medio de comunicación, porque quiere proteger a sus hijos de 17, 12 y 6 años.

En su tono de voz se nota una fortaleza y una tranquilidad sorprendente para la situación en que se encuentra. Quienes la conocen dicen que ella siempre ha sido una mujer muy fuerte. “Sin importar lo que pasara, a Adriana uno siempre la veía optimista. Y muy agradecida con Dios y con la vida”, dice una de sus amigas.

Y no es la primera vez que la vida le pone pruebas difíciles. Con decir que la artritis degenerativa, que cuando la ataca la deja casi paralizada, no ha sido el único de sus padecimientos. Cuando se la diagnosticaron, Adriana hizo acopio de toda su fuerza espiritual, se dedicó a la programación neurolingüística y logró cambiar sus hábitos para doblegar la enfermedad. Ahora, a sus 44 años, enfrenta en la cárcel el desafío más grande de su vida. Pero ella está convencida, dicen sus amigos, que de este también saldrá adelante.