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El edificio del terror

El edificio Mónaco, símbolo del narcoterrorismo de Pablo Escobar , es hoy el centro de una disputa entre los habitantes del sector de El Poblado y la Fiscalía.

27 de marzo de 2000

La madrugada del miercoles 13 de enero de 1988 un estruendo apocalíptico estremeció el corazón de Santa María de los Angeles, uno de los barrios más exclusivos del sector de El Poblado en Medellín. El cartel de Cali había detonado un carro bomba con 80 kilos de dinamita frente al edificio Mónaco, habitado en ese entonces por la familia de Pablo Escobar Gaviria. Esta fatídica explosión le dio inicio oficial a la más sangrienta guerra que tenga memoria la historia del país entre carteles de la droga. El bombazo, que destruyó ventanales a cuatro cuadras a la redonda y que dejó tres muertos y 10 heridos, fue el preámbulo de una guerra sin cuartel entre las organizaciones más poderosas del narcotráfico: los carteles de Medellín y de Cali.

Doce años después, hace escasas dos semanas, otra bomba volvió a hacer temblar los cimientos de la edificación. El pasado 19 de febrero un grupo fuertemente armado irrumpió frente al edificio disparando sus fusiles de asalto contra las ventanas y minutos más tarde hizo detonar una carga de 40 kilos en la puerta del mismo. Esta vez la causa que barajan las autoridades está relacionada con la decisión de la Fiscalía de instalar en el inmueble a los funcionarios del Cuerpo Técnico de Investigación de la capital antioqueña.

Los más aterrorizados con estos bombazo son los vecinos quienes desde hace varias semanas vienen advirtiendo a las autoridades del peligro que representa para el barrio el funcionamiento del CTI en esa zona residencial. Ese terror de los habitantes no es capricho ni producto de un descontento coyuntural: en los últimos 10 años han estallado seis bombas en el sector y están hastiados de ser víctimas inocentes del terrorismo indiscriminado.

Un año después del primer carro bomba de 1988 la Dirección de Estupefacientes le entregó este bunker de Escobar a la Asociación Cristiana de Asistencia y Rehabilitación, Asocar. Cuando esa comunidad terapéutica ocupó el lugar estaba desmantelado por completo. “La mayoría de puertas, ventanas, baños, griferías e instalaciones eléctricas habían desaparecido. De las dos piscinas sólo quedaban los tanques vacíos y los ascensores estaban varados. Las paredes y zonas comunales estaban en lamentables condiciones”, relata John Penagos, inquilino del inmueble desde 1993.

Entre los arrendatarios del edificio actualmente hay dos compañías bananeras, una de salud prepagada, una marroquinera, una de servicios navieros, una oficina de publicidad, un bufete de abogados y dos viviendas. En 1997 Estupefacientes retomó su custodia y se lo cedió a Carisma, empresa social del Estado dedicada al trabajo de rehabilitación de adictos, que desde el año pasado lo devolvió con el argumento de que no tenía recursos para administrarlo.

Fue así como el 31 de diciembre pasado la Dirección de Estupefacientes destinó el ‘Mónaco’ a la Seccional Administrativa y Financiera de la Fiscalía. Cuando ésta empezó a trasladar parte de las oficinas del CTI al barrio Santa María de los Angeles la comunidad levantó sus voces de protesta. Incluso decidieron iniciar una acción de tutela contra la Fiscalía. Como dijo a SEMANA el concejal Juan Carlos Vélez, “no es que estemos en contra de nadie sino que la comunidad no se siente segura con su presencia en el sector”.

Lo cierto es que el edificio de Pablo Escobar continúa siendo una papa caliente para todo el mundo: la administración de Estupefacientes, las entidades a las que se los asignan y el vecindario. Sin embargo la última palabra sobre su uso podría estar en cabeza de Planeación Municipal, que puede darle a la edificación la categoría de ‘uso restringido’ por el impacto que la presencia de la Fiscalía pueda generar en el sector. Mientras tanto la polémica continúa y el edificio Mónaco se levanta como un símbolo trágico de lo que fue la cruenta guerra del terrorismo desatada por los carteles de la droga y que, en su momento, convirtió a Medellín en la capital del miedo.