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EL GENERAL EN CAMPAÑA

En una carrera meteórica, el General Vega está pasando de "ministro de la Paz" a "presidente de la guerra"

11 de noviembre de 1985

"General Vega Uribe Presidente" proclamaba una de las numerosas pancartas con que los habitantes del barrio caleño José Manuel Marroquín, en el distrito de Aguablanca, recibieron al ministro de Defensa venido a inaugurar un puente en compañía de numeroso séquito y con periodistas y fotografos especialmente invitados. Vivas, aplausos, condecoraciones, peticiones de autógrafos: la manifestación era impresionante. Uno más de los triunfos de procónsul romano a que últimamente se está acostumbrando el alto militar en los salones y en las plazas, aunque en los campos de batalla la situación sea menos satisfactoria.
Hace unas semanas, en Medellín, durante un homenaje al director del diario El Colombiano, la ovación y el aplauso que recibieron al general Vega Uribe fueron atronadores. Por esos mismos días el presidente de la Andi le envió una calurosa carta de felicitación y apoyo, y otro tanto hizo la Federación Nacional de Algodoneros. Poco más tarde, en Bucaramanga el Ministro no pudo llegar a la asamblea de Fenalco, donde se le esperaba con entusiasmo, porque lo paraban en las calles a aclamarlo mientras inauguraba obras públicas.
La Sociedad Bolivariana de Colombia le rindió un homenaje a fines de septiembre. El propio presidente Betancur, en su mensaje televisado al país, recomendó que se multiplicaran los homenajes a los militares. Pero lo del jueves pasado en Cali es lo más asombroso y significativo de este proceso, que cada día se parece más a una campaña electoral en regla, paralela a la que adelantan los candidatos civiles. Porque Aguablanca, donde se hacinan trescientas mil personas, no sólo es uno de los sectores urbanos más abandonados y miserables del país sino que fue hasta hace muy poco uno de los fortines políticos del M-19, que montó allí su primer "campamento de paz" en los tiempos en que aún se hallaba en tregua.
"Gracias, general Vega"; "Agradecemos a las Fuerzas Armadas"; "Señor Presidente, exigimos apoyo para las Fuerzas Armadas", decían las pancartas. Y en torno, en el calor, la muchedumbre entusiasta. El general Vega Uribe cortó cinta en el nuevo puente sobre el Caño Cauquita, inauguró parques y campos deportivos (por un costo total de 4.600.000 pesos), escuchó la oración encendida de un líder cívico de la zona y finalmente él mismo, que de suyo es más bien taciturno, pronunció un vehemente discurso que algunos observadores llegaron a calificar de veintejuliero y que ya envidiarían muchos curtidos demagogos de plaza.
"Seguiremos adelantando este tipo de obras en los sectores marginados de la fortuna", proclamó el General en medio de los aplausos de los habltantes de por lo menos cinco barrios tuguriales de ese sector de Aguablanca: el mismo en donde, hasta hace poco, el Ejército era más conocido por los allanamientos que por las obras públicas. Y resucitó expresiones que en el país no se escuchaban desde los tiempos del "binomio pueblo Fuerzas Armadas" de que hablaba el general Rojas Pinilla cuando era presidente: "Unidos las Fuerzas Armadas y el pueblo"--dijo Vega uribe--, "unidos todos los esfuerzos de los colombianos, podremos tener una Colombia grande". Y no eran palabras en el aire: ahí estaba el puente nuevecito para respaldarlas. Muchos manzanillos quisieran tener uno igual para mostrar en sus giras electorales.
Pero es que, como decía en Bucaramanga hace un mes el mismo general Vega Uribe, "los pesos militares rinden mucho más que los pesos normales; estos pesos se estiran por la honestidad con que trabajamos y porque lo hacemos con la colaboración de la empresa privada y la comunidad".
No es sólo cuestión de pesos, sin embargo, sino de voluntad política.
Es el retorno de los proyectos de "acción cívico-militar" que hace un par de décadas se adelantaron, con éxito sicológico notable, en regiones campesinas abandonadas por el Estado.
Es como si el Ejército hubiera decidido entrar a disputar a los guerrilleros la simpatía popular de que gozaban en barrios marginados usando, en mayor escala y con mayores recursos, los mismos métodos: ayudando a solucionar las necesidades prácticas de la gente. No distribuye leche robada, sino que construye puentes y campos de deportes con ayuda financiera de la empresa privada. Por eso, explicaba en Cali el general Vega, "la gente está conociendo las obras del Ejército y su lucha contra la subversión, y eso lo hace adquirir prestigio".
Pero más que a los subversivos, es a los políticos profesionales a quienes los militares les están comiendo terreno--ese mismo terreno que antes les comió la subversión--. Uno de los altos oficiales organizadores del acto de Aguablanca lo decía sin ambages: "Hacer esto les correspondería en realidad a los políticos: ellos son los que tienen que realizar estas obras y disputarle el espacio político a la subversión. Pero lo que estamos haciendo nosotros es darles ejemplo. A esta gente desamparada hay que atenderla, y ellos marchan con quien los atienda". A un periodista que preguntaba si eso no equivalía a usurpar funclones que no corresponden a las Fuerzas Armadas sino, por ejemplo, al Ministerio de Obras, respondía el mismo oficial: "Bueno, sí: pero alguien tiene que hacer esto; si ellos no lo hacen, lo haremos los militares". Y concluía: "No es que no se confie en el poder civil: es que los civiles no saben combatir la guerrilla, y eso es parte de nuestra campaña sicológica".
Sicológica, o cívica, o cívico-militar,o inclusive, en opinión de los observadores más suspicaces, políticomilitar. Entre los asistentes a la función y a los discursos y a los cortes de cintas de Aguablanca alguno comentaba: "Esto es lo que se llama proselitismo armado". --