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Hogar San José ubicado en el barrio Bostón de Medellín. | Foto: Pablo Andrés Monsalve Mesa

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El Hogar San José, donde los niños conocerán al papa Francisco

El Hogar San José tiene más de 100 años de historia atendiendo a niños desamparados de todo Colombia. En este lugar que la Iglesia católica ha mantenido con esfuerzo, son cuidados más de 600 menores de edad en todas sus sedes de Medellín.

8 de septiembre de 2017

En una mañana de agosto en el Hogar San José, varios pintores trabajan apurados para terminar el gran mural con el rostro del papa Francisco, que sonríe perenne gracias a los trazos de las brochas, de los pinceles. La idea fue de monseñor Armando Santamaría, director de los hogares San José, una de las obras benéficas más grandes de Medellín y que ha trabajado en un anonimato feroz durante 107 años. Ha pasado mucho tiempo desde su creación y en tantos años han pasado por sus habitaciones huérfanos, viudas, enfermos que se recuperaron, enfermos que murieron.

Adentro, más allá de mural, monseñor Santamaría es saludado con efusividad por las niñas que viven en el hogar. Le dicen con desparpajo “Monse” y algunas se acercan para abrazarlo y decirle “acuérdese de orar por mí” y él responde “tranquila, mi amor, y no estés triste por lo que hablamos que las cosas se van a mejorar”. Para muchas el sacerdote es el padre que no tuvieron, un amigo.

El papa Francisco estará aquí, en estos mismos pasillos, fiel a su costumbre de visitar a los desposeídos del mundo. “Cuando va de visita a un país tiene encuentros muy simbólicos, aparte de las celebraciones eucarísticas, que son el centro, lo más importante. Acá en Colombia quiso verse con víctimas y reinsertados, pero aquí en Medellín quiso verse con nuestros niños, que son víctimas, desplazados, que han visto morir a sus padres en masacres o accidentes, niños que no conocieron a sus padres. Estos niños sintetizan todo el dolor humano que en su corta edad acumula un mundo de sufrimiento”, dicen monseñor, y esos niños van caminando y se despiden de él, mirando la vida con lo que les queda: la esperanza.

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El hogar San José fue creado en 1910 por idea de un medellinense llamado José de Jesús Toro, quien al ver la proliferación de huérfanos y viudas que había dejado la Guerra de los mil días, buscó al arzobispo José Manuel Caicedo para empezar una obra de caridad, así, el hogar obtuvo personería jurídica canónica, en una responsabilidad de la Arquidiócesis de Medellín. En 1955, cuarenta y cinco años después, la población creció y en esta casa del barrio Boston se quedaron las niñas, los niños fueron trasladados a un segundo hogar adquirido en la vía Las Palmas, que aún existe.

El hogar en Boston atiende a 200 niñas que cursan de primero a quinto de primaria y a 230 que están en bachillerato o en la universidad, a las que conocerá el papa Francisco. Pero el hogar tiene una vocación de servicio mucho más grande. “En el internado de Las Palmas, que es de 300 personas. Tenemos 28 estudiantes en universidades como UPB, La Salle, Eafit, la Cooperativa, la Remington. Además abrimos hace unos años un internado en Prado Centro que se llama el Tallercito de San José, para 30 niños de 2 a 5 años, porque a mí me dolió mucho saber que las madres en las cárceles solo pueden estar con ellos hasta los 2 años. Y en Envigado tenemos otro internado con 30 niñas. Después descubrí que aquí llegaban muchas personas en busca de medicinas y tratamientos médicos, esa pobre gente llega y puede pasar hasta cuatro días en una clínica, sin donde dormir ni comer, entonces abrimos dos casas con 32 camas para tenderlos, allá tienen alimentación, dormida, arreglo de ropa. Una estadía digna, limpia y con alimento”.

Cuando se conoce la historia de las casas para atender niños, enfermos, desamparados, se puede entender el amor que las estudiantes le profesan a monseñor Santa María. Entre ellas está Milena González —18 años, estudiante de décimo grado, siete años en el hogar—, que llegó después de que muriera su padre, ella tenía 12 años y la tía que se convirtió en su acudiente no podía cuidarla “y me trajo para acá, al principio fue muy difícil porque yo siempre me quedaba despierta hasta las once de la noche y aquí llegué a dormir a las ocho. Pero luego encontré amigas, la posibilidad de seguir estudiando”.

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Las estudiantes no pueden tener celular y tienen horarios estrictos. La primera camada se levanta a las 4:30 de la mañana, hora, y deben hacer rendir el tiempo: tender la cama, bañarse en cinco minutos, desayunar. Luego se levantan las de las 5:30 y al final las de las 6:30. Las mayores deben peinar a las niñas de 4 y 5 años —que también tienden las camas, y solas—, ayudarlas a desayunar, lavarles los platos.

“Aquí todas somos muy unidas y nos acompañamos —dice Andrea Rojas Ramírez, de 21 años, de 12 en el hogar y que estudia Medicina veterianaria en la Corpración Universitaria Lasallista—. Yo soy de Jericó y me vine a vivir acá porque mis abuelos no podían cuidarme por su estado de salud y avanzada edad. Para mí era muy duro porque cuando llegaba el fin de semana no me podía ir para mi casa, como las otras que se van para donde sus acudientes, pero así aprendí a querer más el hogar. Para mí, ‘Monse’ es como un padre”.