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El general Jorge Enrique Mora , normalmente muy discreto, habló para dejar en claro que cree que casi todas las guerras terminan con una negociación. | Foto: Leon Dario Pelaez

PAZ

El importante rol del general (r) Mora

La crisis dejó en claro que el general es indispensable para la confianza hacia el proceso de paz. Sobre todo en dos sectores: los militares y los empresarios.

11 de abril de 2015

Después de la tempestad vino la calma. El presidente Juan Manuel Santos lideró una ofensiva mediática sin precedentes para demostrar que el general (r) Jorge Enrique Mora Rangel no le tiró la puerta al equipo negociador del gobierno en el proceso de paz. La foto de Santos y Mora, muy sonrientes, en compañía del general en retiro Oscar Naranjo, igual de alegre, apareció en todos los medios e inundó las redes sociales. En otra, igual de difundida, el mandatario acompañó a Mora a celebrar su cumpleaños número setenta. Muy amigos, muy contentos.

También hubo hechos de más fondo. Mora formó parte de la delegación, presidida por Humberto de la Calle, que se sentó a la Mesa para el ciclo número 35 de diálogos con las FARC, y despejó cualquier duda sobre su permanencia en el proceso. Más aún, en los días previos dejó a un lado su conocido espíritu reservado y prudente y en varias oportunidades habló, ante audiencias compuestas fundamentalmente por soldados, en favor de las negociaciones. También concedió una rueda de prensa en la que leyó una declaración contundente, rodeado de los demás negociadores, que tenía como objetivo terminar de quitarle piso a las especulaciones sobre su compromiso.

Las declaraciones del general no fueron un saludo a la bandera. Mora dejó en claro que la decisión de negociar con las FARC “corresponde a la esfera política de nuestro sistema democrático” que, en consecuencia, debe ser acatada por el estamento militar. Agregó que cree en el proceso porque “ningún conflicto es eterno. Todos, sin excepción, tarde o temprano llegan a su fin y la inmensa mayoría de ellos lo hacen mediante un proceso de conversaciones”, y aplacó los rumores sobre supuestas concesiones que ya se han hecho en La Habana y que implicarían cambiar el modelo económico o cambiar el régimen que rige para las Fuerzas Armadas. Sobre esto último dijo: “El tema Fuerzas Militares y Policía Nacional no hace parte de los acuerdos con las Farc”. Y sobre el espinoso asunto de la entrega de armas por parte de las FARC anotó: “Llámenlo dejación, llámenlo entrega, llámenlo que las guardamos, como sea, pero lo único cierto es que no volverán a tener un fusil en sus manos”.

Avión presidencial, velitas de cumpleaños, risas y regreso a La Habana constituyeron el epílogo de una crisis que hizo pensar que el proceso estaba en peligro. Para los sectores más críticos, la ausencia de los generales significaba que el gobierno había soltado frenos, traspasado líneas rojas y asumido una posición blanda en los temas cruciales de la negociación con el fin de concretar un acuerdo con la guerrilla sin mucha preocupación por su precio.

El epílogo, sin embargo, dejó varios interrogantes ¿Se superó realmente el impase? ¿Echó para atrás el presidente Santos su decisión de marginar a Mora? ¿Habían sobrevalorado los medios, y la oposición, los alcances de lo que no era más que una tempestad en un vaso de agua? Es probable que haya un poco de todo. Pero si alguna conclusión quedó, es que Jorge Enrique Mora es fundamental para la paz. Y no tanto por su papel en la Mesa, sino por su aporte a la confianza de la opinión pública en lo que allí se pacte. En especial, para sectores como las Fuerzas Armadas, los militares en retiro y el sector empresarial, así como en las fuerzas políticas cercanas al expresidente Álvaro Uribe.

El factor Mora, en las conversaciones con las FARC, es indispensable por varias razones. La primera, por lo que significa su trayectoria para las Fuerzas Armadas que siempre –desde los primeros diálogos en el gobierno de Belisario Betancur en los años ochenta– han sido reacias a una estrategia que, por definición, implica hacerle concesiones al enemigo. Mora ha sido tropero y partidario de la mano dura, y goza de prestigio entre los uniformados. Sus excompañeros en las tropas y en la cúpula lo ven como una garantía de que el equipo negociador no va a entregar asuntos importantes para ese sector. Le creen.

Pero el exgeneral también les da tranquilidad a los empresarios, otro grupo en el que siempre ha habido inquietudes sobre la idea de hacer arreglos con la guerrilla. Algunas de las dudas tienen que ver con las concesiones que el gobierno haga en materia del modelo económico, que limiten o pongan en peligro la propiedad privada. Otros cuestionamientos reflejan que los empresarios solo están dispuestos a una paz sin transformaciones del statu quo económico. Y otros más se explican por rezagos ideológicos del discurso anticomunista de la Guerra Fría y la definición de la guerrilla como una expresión del enemigo interno contra la seguridad nacional. Los empresarios se han reunido con el presidente Juan Manuel Santos quien les ha negado todas estas hipótesis. Y a Humberto de la Calle, un hombre a quien consideran un estadista y responsable, lo ven con un gran respeto.

Sin embargo, en los últimos meses ha aumentado la incertidumbre del sector privado sobre los diálogos en Cuba. Algunas razones para el desánimo tienen que ver con el deterioro del panorama económico: la reforma tributaria del año pasado dejó entre los empresarios heridas abiertas con el gobierno y la desaceleración del crecimiento ha deteriorado el clima de los negocios. El futuro no se ve tan claro como el año pasado, y los tiempos de incertidumbre no son los más aptos para las audacias y los riesgos.

Con la salida de los generales Mora y Naranjo así haya sido temporal –pero rodeada de especulaciones de todo tipo– el ambiente se ensombreció aún más. El temor por los efectos de un eventual acuerdo con las FARC sobre aspectos económicos cada vez se expresa en voz más alta. En varios gremios se ha planteado que falta información sobre aspectos claves de la negociación: qué está pasando con el ELN, cuál va a ser el grado de impunidad para las FARC, qué consecuencias van a tener las zonas de reserva campesina. Entre algunos de ellos se ha hablado de declaraciones que, sin embargo, no se han hecho públicas. Las inquietudes anteriores a pesar de que el presidente y el jefe del equipo negociador han dicho insistentemente que no se va a negociar el modelo económico del país.

El ambiente de inquietud entre varios empresarios es un terreno fértil para quienes, desde la oposición, siguen una persistente campaña de desinformación sobre los diálogos de La Habana que incluye versiones sobre pactos que no se han hecho, exageraciones sobre sus costos, y especulaciones sobre lo que está pendiente. El regreso de Mora ha aliviado la fiebre pero no ha cortado de raíz la incertidumbre. En especial, sobre el grado de alineación que hay –o que falta- entre los miembros del equipo negociador sobre algunos de los asuntos que se están tratando en La Habana. Las 45 preguntas que el procurador Alejandro Ordóñez le dejó al presidente Santos recogen estas molestias.

El arranque del nuevo ciclo, con Mora a bordo, fue un final feliz para el presidente Santos: al menos en apariencias, todo volvió a ser como antes. Lo que falta ver es cuál fue el efecto de la crisis sobre la Mesa de La Habana. Los resultados del nuevo ciclo dirán mucho sobre el efecto que tuvo el cambio de papel de Mora y Naranjo. Por lo pronto, el anuncio de Santos en el sentido de prolongar, por un mes más, la suspensión de bombardeos contra campamentos de las FARC, fortalece la hipótesis de que su margen de acción no se redujo.

Queda, eso sí, un corolario evidente: el general Mora es una pieza clave. Es posible que su presencia no garantice el éxito, que depende de muchas otras variables. Pero su ausencia puede hacer inviable el proceso por la desconfianza que generaría en dos pilares de poder del establecimiento: los militares y los empresarios. El factor Mora es indispensable para hacer digeribles los famosos sapos que vienen en camino.