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Mesa de negociación entre el Gobierno y las FARC en La Habana, Cuba. | Foto: AP

DIÁLOGOS

El proceso de paz, la lucha entre la reconciliación y la venganza: John Carlin

Fruto de su experiencia en Suráfrica e Irlanda, y tras su paso reciente por Colombia, el escritor británico pone en la balanza las que, considera, son las fuerzas decisivas ante la salida al conflicto armado.

10 de diciembre de 2012

El reto de Colombia frente al actual proceso de paz está en elegir si construye el futuro o prefiere seguir construyendo el pasado. Si, al final, se impondrán los partidarios de la reconciliación o los partidarios de la venganza.

El diagnóstico es de John Carlin y resulta no sólo de las vivencias de una intensa jornada que vivió el reconocido periodista y escritor británico en territorio nacional (invitado por el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, dice en un extenso artículo aparecido en la edición dominical del diario El País de España), sino además del amplio conocimiento que tiene sobre la búsqueda de la reconciliación, en países como Suráfrica e Irlanda, entre otros.

En la nota, que titula 'Diario de Colombia', Carlin hace una completa, y no menos amena, descripción de su paso por la capital del país y por Florencia, Caquetá. Y en medio de los detalles de esa visita, deja interesantes elementos de análisis que vale la pena rescatar. Aquí, algunos de ellos:

El proceso en Colombia y las similitudes con otras búsquedas de la paz:

“…Pese a lo diferentes que son las culturas y las historias de los países, (…) una vez que se inicia un proceso de paz, todos empiezan a tener muchas similitudes. Por ejemplo, en que el meollo del asunto acaba siendo tarde o temprano el de la venganza o el perdón. Me centro en el ejemplo de Mandela, y digo que no se equivoquen pensando que el líder sudafricano optó por la reconciliación simplemente porque era un buen hombre sino, más bien, porque tuvo la astucia política de entender que este era el camino más práctico hacia la paz y la democracia”.

El presidente Santos y su desafío:

“…Tuve una audiencia con el presidente Santos (…) Me llamó la atención lo relajado que estaba, ya que dirige un país que sigue en guerra y ha apostado su legado al complicado objetivo de la paz. Me recibe sin corbata y sin chaqueta, tan sonriente y relajado como si fuese el anfitrión en una barbacoa. Alguien me dijo después que no me lo creyera, que tensión sentía y mucho, pero que el presidente era un gran aficionado al póquer, habituado a no delatar lo que realmente está pensando (…) Es un admirador de Mandela y conocedor de su historia”.

El ejemplo de Mandela:

“…Gran parte del secreto del éxito de Mandela había sido su capacidad de meterse en la piel del enemigo, de conocer su historia, como sus temores, sus aspiraciones, sus vanidades y utilizar la empatía y el respeto como instrumentos para imponer las solucione políticas que él quería”.

El trauma de los niños

“¿Qué iba a hacer el proceso de paz por ellos (por los niños)? Pienso no tanto en Sudáfrica sino en otro país que conozco, Ruanda, y en las decenas de miles de niños que quedaron huérfanos, obligados a cuidarse a sí mismos, tras el genocidio de 1994, donde se vivió un grado de horror – un millón de muertos a machetazos en cien días- del que ni siquiera los colombianos pueden concebir, y pienso también en el alto procentaje de estos niños que vieron a sus padres, tíos y abuelos despedazados frente a sus propios ojos y no se me ocurre mayor consuelo (…) que proponer poner fin a la guerra, aunque el precio sea alto, evitaría que se perpetuara ad infinitum el ciclo de niños traumatizados, ofrecería la oportunidad de que emergiera una nueva generación menos dañada”.

Los escépticos:

“Lo que queda claro es que hay mucho escpeticismo en la sociedad (colombiana) respecto a los diálogos de paz en La Habana. Un académico (…) despotrica contra los militares colombianos – “fascistas, los anticomunistas de siempre”- y agrega que la violencia está demasiado arraigada en la población como método favorecido de persuasión política. O incluso para resolver pleitos entre vecinos como para engañarse con que pueda haber paz… ”.

Los esperanzados:

“En cambio, el exguerrillero (otro interlocutor en la misma reunión), que se supone que tampoco alberga sentimientos muy amables hacia los militares, confía en que la mesa de diálogo entre el Gobierno y las FARC sí acabará en la firma de un acuerdo. Pero no de aquí a un año, la fecha límite que ha impuesto el presidente Santos, sino en el 2014, año en el que las FARC celebrarían 50 años de vida (y mucha muerte)…”.

Petro y la paz:

“El plan (del alcalde) es involucrar al grueso de la sociedad en el proceso de paz, que no se quede todo en un ejercicio remoto llevado a cabo entre un par de pequeñas delegaciones en la isla de Cuba. (…) Un asesor de Petro me dice algo que oiré repetidamente. Que la población apoya el proceso de paz, pero no confía en él”.

El ejemplo de Irlanda de Norte

“…Cuando se inició el proceso de paz en Belfast pocos creían en él. Había muchos Uribes en contra. Pero no sólo se firmó un acuerdo, sino que este mismo año una de las víctimas del IRA, el grupo terrorista que se enfrentó durante 30 años al gobierno británico, le había dado la mano a un excomandante del IRA. La víctima, cuyo primo fue asesinado por los terroristas, fue la reina de Inglaterra; el comandante Martin McGuinness es hoy viceprimer ministro de Irlanda del Norte”.

El pueblo y el proceso:

“Lo sorprendente, y lo que me hizo pensar que los alcaldes, el presidente Santos y demás políticos tenían bastante trabajo por hacer, es que ninguna de las personas con las que hablé en las calles de Florencia parecía tener conciencia de los posibles frutos de la paz. El periodista (que lo acompañó en su visita a Caquetá) no parecía habérsele ocurrido que su hijo pequeño podría tener un futuro más feliz; al taxista y a los comerciantes, que con la paz habría menos inversión pública en la guerra y más en el terreno social, o que el turismo –dada la belleza tropical de la zona- se podría convertir en una rica fuente de ingresos”.

Uribe:

“Andando rumbo al Senado de la República, acompañado de un político (…) pasamos a un policía con un perro a su lado de aspecto poco amigable. El político mira al perro, suelta una pequeña carcajada y le dice al policía: '¿Será uribista, no?'. Uribe en el nuevo proceso de negociación se interpreta hoy en el papel que alguien siempre –infaliblemente – interpreta cuando se intenta acabar un conflicto a través del diálogo: el del que se opone a “negociar con terroristas”. Pronto constataré que Uribe se ha convertido en el malo de la película de la paz, incluso para su sucesor y exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, pero también hablaré con gente que siente profunda gratitud por la eficaz ofensiva que lanzó contra las FARC durante su mandato”.

El precio de la paz:

“El precio de la paz es muy alto en Colombia, y, aunque Santos y los alcaldes (…) están dispuestos, no todo el mundo lo quiere pagar”.

La decisión:

“La cuestión es ¿cuál es la alternativa? El mensaje que intenté transmitir en Colombia fue el de Mandela, la reina Isabel y McGuinness: que la opción es entre la posible solución política y la no solución militar; entre una paz difícil de digerir o un ciclo eterno de ojo por ojo; Sudáfrica/Irlanda o Israel/ Palestina; construir el futuro o construir el pasado. Tanto el Gobierno como, aparentemente, la guerrilla, intentan avanzar por el camino de la paz. La apuesta de la gente informada en Colombia es que, tras los inevitables tropiezos, sí se logrará firmar un acuerdo en La Habana”.

El interrogante:

“La gran pregunta con la que me quedo al concluir la visita es si tal acuerdo se podrá mantener y aplicar sobre el terreno de la vida real colombiana, o si la guerra volverá a brotar ante la imposibilidad de la gente de subordinar sus rencores a la dura lógica de la paz”.
 
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