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El río de la guerra

Con el Plan Patriota las Fuerzas Armadas se metieron a la madriguera de las Farc. Marta Ruiz, de SEMANA, recorrió el río Caguán, epicentro de la guerra.

11 de diciembre de 1980

El río Caguán es un espléndido espejo de agua que se desgrana desde el macizo colombiano y muere 400 kilómetros abajo en el río Caquetá. Su corriente atraviesa una selva donde los árboles se elevan buscando el cielo y las tortugas salen en las tardes a calentarse en sus riberas. Pero en esta inmensa maraña verde no sólo habita la belleza. El río Caguán está en el corazón del conflicto colombiano. Desde su primer puerto hasta su desembocadura, en el Putumayo, miles de soldados libran la que podría ser la batalla definitiva de esta guerra: el Plan Patriota; la operación militar más agresiva que se ha desarrollado en el país desde Marquetalia.

Con este Plan, que ya cumplió seis meses en el sur del país, las Fuerzas Armadas buscan recuperar cada río, cada montaña, cada pueblo, de un territorio controlado por las Farc desde hace cuatro décadas. Para ello han desplegado 18.000 combatientes en las selvas de Caquetá, Meta y Guaviare; han fortalecido su capacidad aérea y mantienen la promesa de que el Estado y sus instituciones se quedarán para siempre en estas tierras olvidadas.

El control del río Caguán es parte esencial de esta disputa. Para las Farc es su retaguardia estratégica, su madriguera. En su extenso recorrido crecieron una docena de pueblitos donde la coca circula como si fuera moneda y la guerrilla ejerce el control con mano de plomo. A pesar de la enorme ofensiva militar, en San Vicente del Caguán, centro de la otrora zona de despeje, y Cartagena del Chairá, los principales puertos sobre el río, todavía se siente el fantasma de las Farc.

A Cartagena del Chairá se llega después de viajar cuatro horas desde Florencia, por una carretera donde los carros se quedan atrapados en el lodo. Es un pueblo de 13.000 habitantes, con sencillas viviendas, decenas de tiendas de ropa y restaurantes en todas las calles. Cerca del puerto ha quedado a medio construir un edificio de tres pisos con pomposas columnas. Las autoridades dicen que se trata de una pequeña mansión de Fabián Ramírez, el principal jefe de finanzas de las Farc.

La construcción es sólo una prueba de la importancia que ha tenido Cartagena del Chairá para Ramírez y para el Bloque Sur durante años. Por eso la llegada de las Fuerzas Armadas tiene inquietos a los habitantes del pueblo. Hay temor de que las Farc tomen represalias contra la población que está en contacto con los militares, pero también de que el Estado realice detenciones masivas como la de septiembre pasado, cuando 74 personas fueron capturadas .

Y hay miedo de que ocurra un enfrentamiento armado. Los temores no son infundados. En diciembre pasado, dos bombazos estallaron a unos cuantos metros de la plaza principal, donde está la iglesia. Para no quedar en medio del fuego el sacerdote Víctor Iacovissi ha decidido construirse un cuarto blindado, en la casa cural. "En adelante, cuando escuchemos los primeros bombazos, todos correremos a escondernos allí", dice este misionero italiano mientras nos enseña un pequeño búnker reforzado en concreto por todos sus costados. Así de tangible es la zozobra que se siente en las riberas del río Caguán, donde algunas noches también se oyen tronar las bombas a lo lejos.

A pesar del miedo, este ha sido un año más tranquilo. El cansancio de la gente con los abusos de la guerrilla estaba en su punto límite. La extorsión, las reuniones obligatorias y los asesinatos no daban tregua. Hubo semanas en que 12 personas aparecieron muertas. Una noche de finales de 2003, por ejemplo, tres cadáveres yacían ensangrentados en el puerto. El de un niño de 12 años, aún con sus boticas pantaneras puestas, acusado de ser ladrón; una prostituta por acostarse con el hombre equivocado y un hombre que casi llegaba a los 40, por ser desconocido, según rezaba el letrero que le colgaron en la espalda. Desde el año pasado estas infamias han desaparecido gracias a la presencia de un centenar de policías y soldados campesinos.

La guerrilla busca quebrar la frágil institucionalidad que hay en la zona. Les exigió a los funcionarios públicos que renuncien a sus cargos y prohibió el paso por el río a quienes tengan vínculos con el Estado. Por estas presiones el alcalde de Cartagena del Chairá, Aldemar Fajardo, sigue despachando desde Florencia. Que las Farc hablan en serio parece haber quedado demostrado hace dos semanas, cuando fueron asesinados el secretario de Gobierno de San Vicente del Caguán y su esposa. Aún así, poco a poco las instituciones están regresando. Un fiscal llegó hace poco a este municipio y pronto lo hará un juez.

Hasta ahora, el Plan Patriota ha logrado esta incipiente presencia del Estado y complicarle a la guerrilla el abastecimiento, los desplazamientos, las comunicaciones y, sobre todo, golpear su red financiera. En lo simbólico, ha logrado quebrar el mito de que las tierras del Caguán eran intocables. Pero sobre los resultados operativos hay un hermetismo poco común en las Fuerzas Armadas. El gobierno quiere evitar un debate público sobre las cifras de bajas en el Ejército, que son muy altas. Durante los primeros seis meses del año sólo en el Caguán hubo 57 soldados heridos -muchos de ellos mutilados- y 10 muertos. En todo el país la cifra es impresionante: 226 soldados murieron y 568 resultaron heridos.

Pero los logros del Plan Patriota no dependen tanto de las cifras como de que el Estado logre ganarse la confianza de una población civil que ha vivido durante años bajo la ley de los guerrilleros. Más que la manigua, el corazón de la gente es el verdadero territorio en disputa.

Los habitantes del Caguán, señalados por vivir de la coca y por obedecer mansamente los designios de la guerrilla, cargan también el fardo de la desconfianza. "Esta es una sociedad civil particular. Tienen familiares en la guerrilla y años de vivir bajo esa influencia. Muchos son civiles de día que se ponen el camuflado de noche", dice una oficial del Ejército mientras coordina una jornada cívica realizada el 20 de junio. Pero un líder de la región lo ve desde otra óptica."Tal vez Cartagena del Chairá sea la región más permeada por las Farc en todo el país. Pero también la que más fácil se puede ganar el Estado. Todos en este pueblo tienen a algún ser querido enterrado en el cementerio por obra de la guerrilla", dice.

Ganarse a esta gente es el reto más grande que tiene la Brigada Móvil 6 del Ejército, instalada en la parte más alta de Cartagena del Chairá, en una antigua bodega del Idema. Hasta la puerta de la improvisada base, colmada de barricadas, vimos llegar a un viejo campesino que buscaba autorización para transportar por el río algunas provisiones restringidas: la gasolina y el cemento, que son insumos para elaborar la pasta de coca, y los cilindros de gas usados por la guerrilla para hacer bombas. El coronel David Yaruro, quien estaba a cargo de la guarnición, explicó que la restricción era inamovible. "Antes por este río se movían dos millones de galones de gasolina y había 34 expendios ilegales de combustible a sus orillas. Ahora sólo pasan 20.000 galones", dice el militar, y el campesino se marcha resignado. En el Caguán es difícil trazar la frontera entre lo lícito y lo ilegal.

Si el río Caguán hablara...

La vida en el río depende de la gasolina. Por el control del combustible, la actividad de los caseríos ribereños está detenida, como lo atestigua una docena de lanchas ancladas en el puerto de Cartagena. Sin gasolina ya no hay transporte ni se puede preparar la pasta de coca y sin coca, la gente sale de la región. A diario suben botes con familias que se suman a los 1.500 desplazados hacinados en Cartagena del Chairá.

En este tiempo es difícil bajar por el río. Sólo hay un 'deslizador' (bote) cada día y los cupos son escasos. A medida que se desciende por el Caguán el miedo es más denso.

El control del río es una prioridad para la Fuerza Tarea Conjunta del Sur, que coordina todo el operativo. Por eso a lo largo de sus 360 kilómetros navegables hay tres brigadas móviles y un patrullaje permanente de la Armada con las lanchas pirañas y un barco nodriza en el que, según varios testimonios, viaja junto a la tropa un informante encapuchado que señala en cada puerto a supuestos cómplices de la guerrilla.

A pocos kilómetros de Cartagena del Chairá los viajeros suelen encontrar un retén de las Farc. Las lanchas que bajan o suben deben estar atentas a una señal que saldrá en cualquier momento de la orilla y acercarse para el interrogatorio de rigor. Nosotros no vimos la señal pero sí escuchamos un seco disparo de pistola que era el ultimátum para volver atrás. Los guerrilleros estaban en un pequeño claro mimetizado entre los árboles. Eran apenas cinco jóvenes a quienes el sopor de la tarde les daba una actitud tan relajada que cuesta creer que a su alrededor se libre la más intensa guerra de los últimos años.

Justamente a eso están jugando las Farc. Su estrategia es no pelear sino contener el avance del Ejército con pequeños hostigamientos. Se calcula que en esta área hay 400 guerrilleros diseminados en pequeños grupos, esperando que pasen los meses y haciéndoles el vacío a las tropas del Ejército. "Ellos están jugando al desgaste de los soldados. Piensan que el invierno y la selva darán cuenta de ellos", dice un oficial que se encuentra en el terreno.

Para aminorar la presión sobre sus frentes, la guerrilla ha recurrido a sabotajes. El pasado 17 de junio dinamitó tres torres de energía y dejó al Caquetá sin luz durante una semana. También han sembrado de minas el campo. En 2004 se han detectado por lo menos 40 campos minados en ese departamento, en los que han caído 37 militares y siete civiles. Las minas producen enormes costos humanos y operativos: cada herido debe ser evacuado por helicóptero, lo que delata a las tropas y le da nuevos blancos a la guerrilla.

Lejos del río Caguán, en las inmediaciones de los Llanos del Yarí, la guerra es más intensa. En el firmamento caqueteño aparecen con frecuencia helicópteros Black Hawk o aviones de combate que van y vienen entre las distintas bases. El poder aéreo de las Fuerzas Armadas es su ventaja estratégica en esta campaña. Durante horas bombardean extensos territorios y descargan tropas cerca de blancos importantes como algún jefe de frente o un campamento.

Es imposible saber cuántas bajas han tenido las Farc desde que comenzó la ofensiva, pero la presión del Ejército ha incrementado las deserciones. En la memoria de las gentes del río todavía está Milton, un veterano guerrillero que hace unos meses los reunió y en tono amenazador dijo que entre los presentes había un traidor al que le darían su merecido. Una vez terminó su sermón, se fue directo a la base militar de Cartagena del Chairá y se entregó.

Superado el encuentro con los guerrilleros, continuamos el viaje por el sereno caudal del Caguán. No muy lejos de allí encontramos una flotilla de botes piraña oculta entre los manglares. Cuatro hombres de la Armada permanecían alerta detrás de sus ametralladoras, mientras un oficial interrogaba a cada pasajero con una cordialidad que nos tranquilizó. Todos temíamos que aparecieran las Farc y se presentara un enfrentamiento. En ese momento las banderas blanca y de Colombia que ondeaban en la proa de la lancha parecían inútiles.

Al alejarse de las pirañas, la nuestra era la única nave en el bajo Caguán, donde el agua se ensancha y alcanza hasta un kilómetro entre sus orillas. Atrás fueron quedando pequeños caseríos donde los últimos habitantes embarcaban gallinas y ganado antes de abandonar la región. A lo lejos divisamos un rústico pueblito incrustado en una colina: Peñas Coloradas.

Mano firme, corazón...

Una vez descendimos en el muelle, un contingente de soldados y policías requisó minuciosamente el equipaje de todos los viajeros. Frente al único escritorio instalado en el muelle están garabateados los retratos hablados de dos guerrilleros. Aunque los militares se esfuerzan por ser amables, escrutan con desconfianza el rostro y la actitud de cada persona y de vez en cuando les dan un vistazo a los retratos. ¿Quién quita que tengan un golpe de suerte?

Desde la orilla del río, este caserío parece insignificante. Pero no es así. La toma de Peñas Coloradas es el gran trofeo de las Fuerzas Militares en los primeros meses del Plan Patriota. Desde esta base, cerca de 2.000 hombres se han internado por los distintos caminos que conectan al Caguán con el Guaviare y el Meta, tras el rastro de los guerrilleros. Y de la coca.

Esta vereda era el centro económico y comercial del Bloque Sur hasta febrero, cuando 'Sonia', la mano derecha de Fabián Ramírez, fue capturada en un cinematográfico operativo que dejó desconcertadas a las Farc. Tanto es así que en los días siguientes se desquitaron asesinando a quienes veían como más cercanos a ella en el pueblo: el telefonista, un vendedor de paletas y el dueño de una droguería. "Si no militarizan a Peñas, quién sabe cuántas muertes más nos hubiesen tocado", dice una mujer que salió de ese caserío en abril, cuando llegaron la Brigada Móvil 22 y un comando de la Policía.

Peñas Coloradas es ahora un pueblo fantasma. Sus 1.500 habitantes se fueron cuando llegaron los militares por miedo a quedar en medio de un combate y porque ya no se puede procesar ni vender la coca.

En Peñas Coloradas, como en toda la ribera del río, las tiendas recibían coca en lugar de dinero. No era extraño que un campesino saliera con su lista de mercado en una mano y la coca en la otra. Los dueños de tiendas les vendían la base de coca a los intermediarios de la mafia, quienes a su vez les daban a las Farc un millón por cada kilo que compraban. No obstante, en el Caguán apenas sobreviven pequeños cultivos de coca. La bonanza coquera quedó en el pasado debido a las fumigaciones. Los campesinos hablan ahora de regresar a Peñas Coloradas para erradicar manualmente lo que queda de coca e iniciar una economía lícita con productos de la Amazonia. Buscan empezar una nueva vida, si el Plan Patriota y las Farc se los permiten.

La gran paradoja es que algunos campesinos que tienen ganado y otros cultivos tampoco han podido permanecer en sus fincas. Ramón* es uno de ellos. El domingo 13 de junio estaba en su finca a orillas del río Billar cuando un grupo de soldados lo encañonó y lo tendió en el piso. Con los ojos vendados y las manos amarradas con un lazo, lo llevaron a Peñas Coloradas, donde permaneció detenido durante dos días hasta que, junto con otros siete campesinos, fue trasladado en helicóptero a otra base militar. Según Ramón, durante el viaje un soldado les dijo que los iban a lanzar desde la altura. "Nosotros nos codeábamos para saber si el otro seguía ahí". En la base Ramón fue interrogado por un militar que le puso una motosierra al lado y le dijo que si no entregaba información sobre las Farc, "le cortaba las patas". Tres días después de la detención, lo trasladaron a Florencia, donde quedó en libertad y pudo por fin ver la luz del sol y tener las manos sueltas. Cuando lo entrevistamos, una semana después, las marcas de los lazos todavía se notaban en sus muñecas.

Si Ramón es o no culpable de lo que se le acusa es algo que tendrá que averiguar la Fiscalía. En todo caso no será con acciones como este que el Estado se ganará la confianza de una población que durante décadas ha estado sometida por las Farc.

Otras denuncias sobre abusos y violaciones a los derechos humanos, como el decomiso ilegal de ganado por parte de las tropas, no han podido ser verificadas por ningún organismo humanitario. Las Farc frenaron la asistencia del Comité Internacional de la Cruz Roja, de Médicos sin Fronteras y de la Red de Solidaridad Social. A su vez, el Ejército desconfía de las misiones humanitarias porque cree que de ellas se están beneficiando guerrilleros heridos o acosados por el hambre. En el Caguán no se tolera la neutralidad.

Esperanza de reconciliación

Mientras más se baja por el río, más hermoso se hace el paisaje. Cuando el sol declina, el cielo del Amazonas se oscurece y la lluvia arrecia. Entonces un arco iris revienta en el horizonte. Pasa todos los días. Al final del arco iris está Remolinos del Caguán, un pueblecito de 430 casas considerado otrora capital de la coca. Del auge de la droga queda muy poco. Las fumigaciones afectaron casi todo: coca, cacao y caucho. Y 'el gringo', un pequeño bicho inmune a los insecticidas, hizo el resto.

En Remolinos del Caguán el impacto de la guerra se siente sobre todo por la falta de gasolina y gas. No obstante, la gente sigue en sus fincas cuidando el ganado y la cosecha de cacao, maíz, plátano y arroz, amenazada no sólo por la guerra sino por el tenaz invierno que este año inundó los cultivos como no ocurría desde hace una década.

Esta incipiente economía campesina se ha logrado gracias al padre Jacinto Franzoi, que llegó al Caguán hace 30 años y desde hace 15 se dedicó a promover cultivos alternativos. Sus manos curtidas por el trabajo delatan su condición campesina. Todos los días sale temprano a realizar trabajos de labranza. Y cada noche, sin falta, celebra una misa a la que no acuden más que dos o tres ancianos. "La gente no vino a rezar a Remolinos", dice con resignación.

Jacinto es la esperanza de muchos en la región. Aprendió a convivir con la guerra y con la coca, con la esperanza de que ambas desaparezcan. A la guerrilla le ha arrebatado a hombres que tenían en el paredón para ser asesinados y con el mismo coraje ha frenado abusos del Ejército. Él sabe, como pocos, las desgracias que la coca ha desatado en este paraíso desde que un hombre llamado Marcos trajo la primera semilla de la planta maldita.

También conoce las ausencias del Estado. "Hace 10 años vinieron, montaron una oficina del Sena, otra del Incora, del Idema y después se fueron para no volver". En el Caguán ya es añeja la fórmula de combatir a la guerrilla y la coca con una gran operación militar. Ocurrió en 1989 con la operación 'Rastrillo' y en el 96 con la 'Conquista'. En ambas ocasiones la promesa fue que detrás del esfuerzo militar vendría un Estado fuerte y generoso. Vendrían las empresas y los créditos. Nada de eso se vio. Sólo el glifosato.

"¿Qué nos haría pensar que esta vez será diferente?", se pregunta un habitante de Remolinos que como sus coterráneos no conoce más Estado que las Farc con su mano dura. Y claro, el corazón grande del padre Jacinto, a cuyo amparo funciona una ganadería de 1.000 reses, una fábrica de chocolate a la que están vinculadas 58 familias que reúnen 102 hectáreas de cultivos de cacao y un banco de microcrédito que mueve 70 millones de pesos al año.

Trazarle un futuro agropecuario al Caguán no ha sido fácil y el mismo padre Jacinto se ha sentido derrotado en muchos momentos y ha abandonado la región. Pero siempre regresa a continuar su tarea. "La impaciencia es el error del estratega", reconoce. Hoy su mayor esfuerzo es para que la gente de Remolinos del Caguán, a pesar de la guerra, no abandone sus fincas. Un desplazamiento masivo echaría a perder todo su esfuerzo.

Frente al Caguán, mientras observábamos un cardumen de peces saltando en la corriente, el padre Jacinto nos habló de su esperanza de que el Estado recobre alguna vez la soberanía en este territorio. "No con encapuchados, no con atropellos, sino con desarrollo. No pueden seguir creyendo que todo lo que hay Caguán abajo es guerrilla y coca". Le preguntamos entonces si cree en el fin de esta guerra. Pensativo, echó una bocanada de humo de cigarrillo sobre el muelle: "Claro, tendrá que acabarse. No hay otra salida. Ese día haremos aquí una gran ceremonia de la reconciliación. Será apoteósico". El padre tiene en su mente una nueva negociación.

Varios generales colombianos y hasta el jefe del Comando Sur de Estados Unidos también sueñan con sentar en la mesa a unas Farc doblegadas en el campo de batalla, antes de 2006. Si eso llega a ocurrir, tal vez las aguas del río Caguán contarán la historia del Plan Patriota como el último esfuerzo por conquistar con la guerra un territorio olvidado. Y el corazón grande tendrá que ser tan intenso como lo ha sido en estos meses la mano firme. Pero el éxito del Plan Patriota está por verse. Si resulta ser sólo una campaña militar más, como temen muchos, el río Caguán seguirá su curso silencioso, guardando en su vientre historias tan tristes que nadie se atreverá a mencionar.

*Nombre cambiado por razones de seguridad