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El último camarada

La muerte de Gilberto Vieira, secretario general del Partido Comunista Colombiano, plantea interrogantes sobre el futuro de la izquierda en el país.

3 de abril de 2000

Gilberto Vieira White fue un gran lector toda su vida. En 1989, luego de la caída del muro de Berlín y de la muerte de su esposa, Cecilia Quijano Caballero, se refugió aún más en los libros para hacerle el quite a la soledad. Un día su hija Constanza lo encontró en el estudio con un esfero azul en la mano, concentrado en un texto de Antonio Gramsci. Ella, sorprendida porque sabía que su padre acostumbraba subrayar los libros con un lápiz rojo, le preguntó qué estaba haciendo. “Estoy releyendo toda mi biblioteca de marxismo para ver dónde estuvo el error”, le respondió Vieira, uno de los fundadores del Partido Comunista Colombiano (PCC) hace 70 años y su secretario general durante 44 de ellos.

Vieira murió de infarto el jueves 24 de febrero, a los 88 años. Con su desaparición se cerró un ciclo para el PCC. Para la izquierda es un triunfo moral que uno de sus líderes más destacados durante el siglo XX haya fallecido de muerte natural y no víctima de un atentado, como los que acabaron con Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, José Antequera y Manuel Cepeda, entre tantos otros. La izquierda que reivindica el camino político ha sido masacrada en Colombia y su espacio ha sido copado por los guerrilleros que reivindican el poder del fusil.

Vieira murió convencido de que en la ideología que conoció, primero por medio de las novelas de Maximo Gorki y los textos políticos de Trosky, y que luego aprendió de manera formal con la venezolana Carmen Fortul, estaba el futuro de la humanidad. Así lo dejó en claro a comienzos de los 90, luego de la caída del muro de Berlín, cuando reafirmó su condición: “Comunista soy, me voy a morir comunista y el socialismo es el futuro del mundo”. Esta declaración de principios no puede tomarse a la ligera. Es una muestra de su compromiso con unas ideas y su valor aumenta porque fue hecha en un momento en que, como dice el investigador español Higinio Polo, “el retroceso de las ideas tradicionales de la izquierda, la presión ideológica liberal y el desencanto de la derrota han configurado un panorama que explica la debilidad de la izquierda y la desaparición de buena parte de la conciencia crítica que el movimiento obrerista había conseguido articular en torno suyo después de la Segunda Guerra Mundial”.

Dos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, en el V congreso del PCC, en Bucaramanga, Gilberto Vieira fue nombrado secretario general del partido. Para entonces ya había trabajado como dirigente sindical en la Central de Trabajadores Colombianos (CTC), liderado tomas campesinas en Viotá (Cundinamarca) y conocido la persecución por representar una opción política satanizada. Esto último era tomado tan al pie de la letra que Vieira tuvo que casarse en enero de 1949 en Quito porque en Colombia estaba prohibido que los sacerdotes administraran los sacramentos a los comunistas.

La labor de Vieira como secretario del PCC fue complicada y en momentos clandestina. Por cuenta de ésta tuvo que exiliarse en Brasil y en China. Estos fueron sólo dos de los países que conoció en sus periplos para participar en congresos comunistas. Desde su puesto impulsó la la combinación de todas las formas de lucha. Su hija Constanza supo, por la investigación que hizo un colectivo de autores sobre la vida de su padre, que él pensaba que “la lucha armada fue una creación del pueblo, del campesino colombiano por la violencia. Y mal haría el PCC en desconocer eso”. Sin embargo ella cree que el trabajo fundamental de su papá se orientó a fortalecer la lucha legal a través de los sindicatos y los cargos de elección popular. Vieira fue vocero del PCC en el Concejo de Bogotá, en la Asamblea de Cundinamarca y durante 22 años ocupó una curul en la Cámara. En un decreto emitido para honrar su memoria el gobierno reconoció su vocación democrática: “El doctor Gilberto Vieira White, como líder político, fue el símbolo de muchos que vieron en él a un talentoso hombre de Estado que luchó hasta sus últimos días por cristalizar sus ideales políticos, haciendo uso de los canales democráticos”.

En 1991 Vieira renunció al cargo de secretario general del PCC. Su razón para hacerlo fue simple pero contundente: “Ya tengo la friolera de 80 años y hay que abrir camino a los más jóvenes”. Se hizo a un lado pero siguió pendiente del partido como un militante más. A partir del segundo semestre del año pasado volvió a visitar una vez por semana la sede del PCC. Su llegada era aprovechada por las nuevas generaciones para improvisar charlas con él.

Nuevas generaciones cuyos ideales socialistas han sido opacados por el pensamiento único del capitalismo y la globalización. Si bien en el contexto internacional el colapso de la Cortina de Hierro dejó sin referente histórico al comunismo y en el escenario interno la fragmentación y canibalización de los movimientos y grupos impidió que la izquierda en Colombia fuera una alternativa seria de poder, las recientes revueltas en Seattle contra la globalización han dejado un provocador interrogante sobre el futuro de la hegemonía del capitalismo. En Colombia, por otro lado, la crisis de los partidos y el replanteamiento del modelo neoliberal han puesto sobre la mesa la necesidad de crear nuevos movimientos y de discutir nuevos modelos de desarrollo.

Dentro de este proceso de transición, en el que el 70 por ciento de los colombianos no se sienten representados por ningún partido, la izquierda tiene un enorme potencial. No la izquierda dogmática y ‘mamertizada’ que dejó el tren de la historia sino una izquierda moderna y democrática que se apropie de los temas del siglo XXI, como la ecología, la pobreza, la justicia y la desigualdad.

Mientras tanto, y a pesar de no tener personería jurídica por la escasa votación, el Partido Comunista Colombiano se resiste a desaparecer sin pena ni gloria luego de haber sido protagonista del siglo XX. Vieira creyó hasta el momento del infarto fulminante que se lo llevó que el comunismo era, como dijo su amigo Pablo Neruda, el “camino hacia mañana”.