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Enrique Peñalosa votó con su esposa Liliana Sánchez y mantuvo hasta el último momento la sonrisa y el buen ánimo que lo caracterizaron en los escasos dos meses de campaña. | Foto: Daniel Reina

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¿Por qué se desinfló?

Un millón de votos y un quinto lugar, más que una victoria moral, son una sonora derrota para alguien que, como Enrique Peñalosa, estuvo punteando las encuestas hace apenas dos meses.

26 de mayo de 2014

Hasta el domingo, Enrique Peñalosa tenía un récord difícil de igualar para un personaje con tanta vigencia en la vida pública del país: de siete elecciones en las que había participado (entre Alcaldía, Senado y Presidencia), sólo había ganado una. Ahora él mismo superó esa cifra: de ocho, una.
Y si bien el dato puede sonar como un chiste de mal gusto, en realidad resume la historia de su vida política: ha sido tan buen administrador y es tan querido por la transformación que hizo de Bogotá, que la opinión le sigue dando la oportunidad de ser candidato. Sin embargo, a la hora de contar los votos se ratifica que Peñalosa no sabe ganar elecciones.

Este domingo se ubicó en el quinto lugar, con poco más de un millón de votos, para el 8,29 % de la votación. Si bien ese es un número significativo de sufragios, que en cualquier otro caso se podría considerar una victoria moral, tratándose de Peñalosa se considera una derrota porque hace apenas dos meses aparecía liderando las encuestas.

¿Por qué perdió ese privilegiado puesto? Hoy se puede decir que esa efervescencia en los sondeos tuvo que ver más con un resplandor mediático –su triunfo en la consulta interna de la Alianza Verde– que con una campaña electoral sólida.

En esa consulta interna, Enrique Peñalosa logró más de dos millones de votos, una cifra que en su momento impactó no sólo por la cifra, sino porque cuatro años atrás, en una consulta similar, Antanas Mockus había obtenido 822.424 votos y luego se había convertido en el impresionante fenómeno de la ola verde.

En esta oportunidad todo parecía estar dado para que Peñalosa despegara y se colara en la segunda vuelta electoral. En ese momento, a tan sólo dos meses de la cita con las urnas, ninguno de los candidatos había despegado y había cierto sentimiento antisantista, de un lado, y antiuribista, del otro, que podía ser aprovechado por cualquier tercería. El exalcalde de Bogotá, con el resultado de la consulta, parecía tener en sus manos la clave.

Sin embargo, Peñalosa no logró consolidar una campaña triunfadora. Su estilo de repartir volantes en las calles y recorrer las ciudades en bicicleta se vio más como fragilidad que como fortaleza en tiempos en que el marketing político es el rey. Peñalosa no contó con un estratega de peso, a diferencia de Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga, que contaron con dos asesores extranjeros con varios triunfos presidenciales a cuestas. 

Ese contraste se hizo más evidente porque además se trataba de un particular que se enfrentaba a dos aplanadoras electorales. Si esta era una pelea de David contra Goliat, como Peñalosa alguna vez lo dijo, el problema fue que al exalcalde se le olvidó llevar su honda.

La candidatura del exalcalde estaba sustentada sólo en su prestigio personal. Su propio partido, la Alianza Verde, siempre lo puso al margen. Entre otras cosas, porque el movimiento progresista, del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, se tomó el partido, y Peñalosa se había mostrado partidario de revocarlo.

A eso se suma que la publicidad no pegó. Al principio prácticamente no hablaba. Pero tal vez, y contrario a lo que muchos piensan, no porque no quisiera, sino que por falta de una campaña estructurada sus mensajes no trascendían. De manera que no pudo ser capaz de hacer coincidir su disparada en las encuestas con su posicionamiento como gran gerente y antipolítico. Cuando se le empezó a oír decir que la suya sería una “revolución contra la mermelada” fue demasiado tarde.