Home

Nación

Artículo

ENTREVISTA CON MARÍA JIMENA DUZÁN

"Estoy a un paso de ser el primer bailarín del Royal Ballet"

Fernando Montaño, el Billy Elliot colombiano, le cuenta a SEMANA cómo un muchacho de Buenaventura llegó a ser una estrella del Royal Ballet de Londres a los 29 años. Montaño fue la figura que escogió el Teatro Colón para su reapertura. 

María Jimena Duzán
2 de agosto de 2014

MARÍA JIMENA DUZÁN: Billy Elliot supo desde niño que su vida era el ballet. ¿Usted a qué edad lo supo?

FERNANDO MONTAÑO:
Quisiera comenzar por contarle que nací en Buenaventura. Mi padre era estibador del puerto; cargaba bultos. Y aunque éramos una familia pobre de cuatro hermanos -yo era el menor-, sin embargo siempre vi a mi madre ayudando como podía a las personas que estaban en una situación peor que la nuestra. La primera vez que descubrí el ballet fue viendo un programa de televisión que se llamaba Nubeluz, donde había niños bailando. Yo me la pasaba por la casa imitando los pasos. Pero desafortunadamente, como no había esa cultura del ballet en Buenaventura fue solo hasta los 12 años que pude entrar a una academia en Cali.

M. J. D.: ¿Y cuándo se trasladan a Cali?

F. M.:
Nos trasladamos cuando yo tenía 6 años. Lo hicimos porque mis padres siempre quisieron que nosotros tuviéramos más oportunidades que las que tuvieron ellos. Mi padre no quería que ninguno de mis hermanos terminara cargando bultos como él y fíjese que lo lograron: todos mis hermanos estudiaron. Mi hermana mayor es tecnóloga, ingeniera de sistemas. Mi otra hermana es paramédica y solo a mi hermano le falta ubicarse en algo. Por cuenta de esa obsesión, mi papá cuando se jubila de Puertos de Colombia, decide que nos vamos para Cali. ¿Y sabe qué?... Hasta ahora mi padre que ya tiene 63 años sigue esperando su liquidación. Ojalá la reciba pronto. Me da pesar ver cómo pasan los años y nada que la recibe.

M. J. D.: Su padre quería que usted fuera futbolista. ¿Cómo hizo para disuadirlo?

F. M.:
En Cali nuestras vidas cambiaron. En Buenaventura no éramos adinerados, pero teníamos una casa terminada y vivíamos felices. Pero cuando nos mudamos a Cali a una ciudad más grande y más costosa, nos tocó llegar a Agua Blanca. Mis recuerdos de esa época no son para nada agradables. Cuando llovía nos tocaba ponernos bolsas de plástico para entrar a la casa porque estaba llena de barro. A mi alrededor lo que veía no  era lo más lindo. Muchos de los jóvenes con los que yo estudié en la primaria hoy están en la cárcel o son drogadictos. A muy pocos nos ha ido bien en la vida. Y sí, mi padre como buen colombiano quería que yo fuera futbolista. Aparentemente yo era bueno quitando la pelota y marcando. De hecho estuve en la escuela La Sarmiento,  pero como también me gustaba la danza entré luego a la academia Piazzola, donde empecé a tomar clases de Milonga y Foxtrot. Luego de un mes de haber entrado a bailar me dieron una beca y en ese momento mis padres como que comprendieron que yo debía ser bueno en la danza y me sacaron del fútbol.

M. J. D.: ¿Dónde estudió en la secundaria?

F. M.:
En un colegio de Agua Blanca, pero cuando iba a entrar a la secundaria mis padres hicieron un esfuerzo y me pusieron en un colegio tecnológico muy bueno que quedaba en el sur, al otro extremo de la ciudad.  A mi madre le tocaba levantarse súper temprano y recorrer toda la ciudad para llevarme. Estudiaba allá y por las tardes iba a la academia Piazzola. Allá estuve alrededor de dos años hasta que mi madre se dio cuenta de que ya no estaba aprendiendo y me sacó el día en que se dio cuenta de que, a la edad de 12 años, yo estaba  enseñándole a danzar a personas mayores. Ese mismo día fuimos al Conservatorio de Cali y la maestra Amalia Romero, luego de un mes de haberme visto bailar, le dijo a mi madre que era mejor entrar a una escuela de formación completa para un bailarín. La única que había en todo el país era Incolballet y la gran fortuna era que quedaba en Cali.  

M. J. D.: Entró a los 12 años a Incolballet, una edad tarde para cualquier bailarín profesional….

F. M.:
Sí, eso es cierto. Me inicié tarde en el ballet y por eso tuve que tener clases casi todo el día durante un tiempo para hacer esa audición. Mi padre era el más nervioso, pero yo lo tranquilizaba, diciéndole que no se afanara que lo iba a lograr y lo hice. Ese día sentí que mi vida por fin estaba empezando a cambiar de rumbo. Durante esos dos años me tocó nivelarme con los demás compañeros. Corría de una clase de ballet a la otra y así logré nivelarme. Luego empecé a prepararme para una competición en Cuba. Logré ganar el segundo lugar y me dieron una beca de estudio. Ahí comienza mi segunda etapa de la vida. Me fui a Cuba a la edad de 14 años. Era la primera vez que salía del país y que estaba sin mi mamá y sin mi papá.

M. J. D.: ¿Y cómo fue la experiencia en La Habana?

F. M.:
Por haber estudiado en Cuba es que  hoy me encuentro en el Royal Ballet. La escuela cubana especialmente para bailarines de ballet masculinos es una de las más fuertes en el mundo. Ahora, fueron épocas muy difíciles. La beca cubría solo los estudios, más no la alimentación ni el transporte. Mi familia re-hipotecó la casa y mis hermanos hicieron sus sacrificios para que yo me pudiera ir a Cuba con un dinero. Me pusieron a vivir en una casa y la dueña dijo que ella prefería que le diera por adelantado el dinero de la alimentación por que quería comprarse un refrigerador y yo, de ingenuo, se lo di. Al poco tiempo, ni me cocinaba y me hacía dormir en un catre. Pasaba las noches en vela porque era tan incómodo que no podía dormir. Un día, llamé a la escuela y les dije que no podía continuar así y el subdirector vino a recogerme y viví en su casa con su familia, durante ese primer año. Pero además, llegué en un momento muy difícil a Cuba. No había transporte, el bloqueo se había endurecido por el tema del niño Elián González, no había comida. Sabía del sacrificio que estaba haciendo mi familia y que si yo desfallecía podía perder la beca. Muchas veces me decía ¿quién te mandó a venir acá? Sin embargo esa tristeza se disipaba cuando llegaba a las clases y bailaba, así muchas veces tuviera que bailar con el estómago lleno de agua. Ahí aprendí a ser valiente y a ser muy determinado en mis cosas y a tener la fuerza para no desfallecer ante las adversidades.  

M. J. D.: ¿Y cuándo se va a Italia?

F. M.:
A la edad de 19 años. En Cuba conozco a una chica cubana que se llama Venus Villa, de padre italiano. Cada año ellos hacen una competición en La Habana y Venus y yo nos estábamos preparando juntos, pero una semana antes la eliminaron y decidió irse a Italia. Luego de un tiempo, me propuso que fuera su parejo en una competición que es la más importante en Italia pero como la visa se demoró, la competición pasó y yo nunca llegué.

M. J. D.: Pero igual se fue a Italia…

F. M.:
Sí… Llegué cuando nadie me esperaba. No obstante, a mi llegada el teatro de Torino que ya me había visto en unos videos, me ofreció una beca de estudio. Lo malo fue que por cinco meses me tocó vivir escondido en un convento de monjas. Yo era feliz cuando iba a la escuela de ballet, pero en la mañana y en la tarde que me tocaba entrar y salir a escondidas todo era muy estresante. Un día me cogieron y me tuve que ir a vivir a la casa de la profesora que me estaba preparando. Al cabo de un tiempo, ella se puso de acuerdo con el director del National Ballet en Londres y me organizan para venir a Inglaterra a hacer una audición  con la ayuda de Carlos Acosta que es el bailarín cubano, estrella del Royal Ballet, que también es un bailarín negro, como yo. Cuando llego a Londres me informan que tenía dos audiciones: la del Royal Ballet y la del English National Ballet. Pimero me dieron la del Royal y la pasé.

M. J. D.: Pero me contaron que el día de la audición el CD que llevaba no funcionó y que le tocó hacerla con la música en la cabeza.

F. M.:
Sí, eso es cierto. Y creo que todavía muchos de los que estaban haciendo la audición se acuerdan. Mi CD no funcionó porque los equipos del Royal Ballet son muy sofisticados y me tocó hacer la audición sin música. Fueron momentos muy  dramáticos. Por lo general los bailarines tenemos la música en nuestras cabezas pero nunca me había tocado bailar de esa manera. Cuando terminé sudaba y pensé que no me iban a aceptar. A las dos horas me dijeron que sí, que había entrado. Ahí inicié mi tercera etapa como bailarín del Royal Ballet. De eso hace diez años y ahora luego de la gira que hicimos este año por Moscú, Shangai y Taipei, anunciaron mi promoción a solista con lo cual estoy a un paso de convertirme en el primer bailarín.

M. J. D.:¿ Ha vuelto a Buenaventura?

F. M.:
Sí, estuve el verano pasado. Volví porque estoy trabajando con Findeter, un proyecto que busca hacer una academia de las artes que Buenaventura necesita. Yo tuve la fortuna de que fui a Cali y encontré a Incolballet, pero los que no pueden, no tienen esas oportunidades. A lo largo de estos años me he involucrado en el trabajo social con la organización de Children of the Andes, y organizo eventos una vez al año y recolectamos dinero para fundaciones aquí en Colombia. Aprendí de mis padres que por mal que uno esté hay que ayudar a los que están en peores condiciones. Y personas como Vivienne Westwood que se han convertido en un gran apoyo para mi carrera en Londres, me han servido de inspiración para que mi arte tenga una expresión social y sirva para abrir puertas que hoy están cerradas.  

M. J. D.:¿ Y volvió a su casa en Buenaventura donde vivieron felices ?

F. M.:
Sí, claro. Volví a la casa, al barrio y me reconocieron. Bailé hasta salsa-choque, así no la sepa bailar tan bien como la bailan en Buenaventura.  

M. J. D.: Se ha paseado con el Royal Ballet por todo el mundo y nunca se había presentado en Colombia. ¿Por qué?

F. M.:
Pues porque nadie me había invitado hasta ahora que lo hizo el director del Teatro Colón.